Los arrecifes de coral son de los ecosistemas más diversos y biológicamente más complejos del mundo. Un cuarto de toda la vida marina depende de ellos para alimentarse, o bien, como refugio. Como animales marinos coloniales, los corales viven en simbiosis con algas que cubren su esqueleto de carbonato de calcio. Asemejan a los bosques tropicales en tierra por su diversidad biológica y fragilidad.
Como aquellos, también sufren las desgracias de la acción humana por agroquímicos o sedimentos vertidos en los ríos que desembocan en las costas, embarcaciones que los golpean o aguas más calientes por el cambio climático. Todo esto degrada las colonias coralinas.
Sin embargo, los arrecifes de Costa Rica tienen una mejor oportunidad de resistir gracias a un grupo de “jardineros”, quienes los reproducen en viveros acuáticos, de donde luego se los llevan a diversos puntos en el Golfo Dulce (Puntarenas), para sembrarlos en el lecho marino, en donde antes hubo corales, en busca de nuevos inquilinos, en aras de colonizar más área.
Aunque Centroamérica tiene arrecifes a lo largo de ambas costas, aquellos en el Golfo Dulce se formaron en un fiordo (una depresión del continente inundada por el mar) y consisten en un puñado de especies coralinas que habitan allí hace varios miles de años, y que hoy resultan estratégicos por sustentar una gran biodiversidad marina y demostrar más resistencia al cambio climático.
Ahí es donde estos ángeles de la guardia submarinos siembran un mejor futuro gracias a la organización Raising Coral Costa Rica que, desde el 2016, procura replicar las especies ticas mejor equipadas para adaptarse y utilizarlas para restaurar zonas volviéndolas, en el proceso, más resistentes al calentamiento futuro del agua.
En el proceso, vecinos de las comunidades del Golfo Dulce se han adueñado, con pasión y orgullo, de esta particular jardinería, donde se cruzan la ciencia, la técnica y un sentido de propósito compartido.
Tatiana Villalobos Cubero, es la gerente del proyecto y gestora marino costera. Oriunda de San Ramón de Alajuela, hoy vive en Puerto Jiménez al situarse en el Golfo Dulce su operación base.
Ella y otros integrantes de Rising Coral Costa Rica son de hecho los autores del Protocolo para la Restauración de Arrecifes y Comunidades Coralinas de Costa Rica. Aparte de Golfo Dulce, la organización tiene un plan piloto en el Parque Nacional Cahuita iniciado más o menos hace año y medio, también, de recuperación de corales.
¿En qué consiste?
Villalobos explicó que primero aprendieron en Florida (EE. UU.) y República Dominicana técnicas de fragmentación y microfragmentación de corales y luego las adaptaron al Pacífico nacional. La técnica y ciencia de estas destrezas consisten en localizar colonias sanas de corales y extraer de ellas no más del 10% de las especies o colonias que mejor se ajusten como donantes.
Luego toman las muestras y las fragmentan en trozos menores que a continuación son adheridas a pequeños discos de cerámica con un pegamento especial para el agua. Posteriormente, el coral empieza a crecer en el disco el cual a su vez se coloca en rejillas de plástico localizadas en estructuras sumergidas que son propiamente los viveros.
Para corales ramificados, las ramas pequeñas (de uno a dos centímetros de largo) se suspenden en un vivero con una línea de monofilamento parecida a los brazos de un árbol de Navidad sin hojas o se aseguran entre hilos de líneas retorcidas en los llamados “viveros de cuerdas”.
Bajo el agua, las ingrávidas estructuras semejan tendederos de ropa o brazos de una antena de televisor de las que se ponen en los techos de las casas. Al cabo de diez meses, explicó Villalobos, los corales habrán crecido lo suficiente para su traslado a los puntos previstos para la restauración de los arrecifes.
Una vez allí, se plantan los corales en grupos para que puedan fusionarse y cubrir un área grande con velocidad. Aparte de darle seguimiento a la labor reforestadora, los cuidadores también colocan sensores de temperatura para descubrir los mejores sitios para la restauración y ver cómo responden los corales a los cambios de temperatura.
“Arrancamos en el 2016, pero primero hicimos pruebas, investigación y poco a poco avanzamos. En el 2019 ya teníamos ocho estructuras con unos 600 corales. Plantábamos unos 50 al mes. Este año, ya sembramos 100 corales al mes y vamos por 1.500 colonias de corales en el vivero donde ahora tenemos 15 estructuras”, dijo la voz cargada de orgullo de Villalobos, mientras detallaba su estadística.
De hecho, aseguró que la organización ya suma 1.500 colonias propiamente plantadas en cinco sitios distribuidos en el Golfo Dulce, donde el principal punto de restauración es la zona conocida como Los Mogos.
Buscando fondos
Villalobos explicó que la organización tiene hoy ocho jardineros pero prevé formar a otros diez a final de año; no obstante, andan buscando fondos para becar a los estudiantes que ya tienen seleccionados. Esos futuros jardineros y jardineras son vecinos de las propias comunidades en el Golfo Dulce, a quienes se les instruirían en tareas de mantenimiento, monitoreo y trasplante de corales; además de entrenamiento en buceo.
Rising Coral Costa Rica es una organización que subsiste de donaciones pero que remunera a quienes trabajan con ellos en la jardinería de corales. Sus actuales integrantes son ocho personas entre amas de casa, pescadores y jóvenes buscando labrarse un futuro.
“Las otras diez personas que tenemos ya seleccionadas para capacitarse también son de las comunidades aledañas como Golfito, Puerto Jiménez y La Palma. La idea es conseguir fondos para darles una beca de gastos y viáticos y el monto de un día de trabajo para que puedan ausentarse los nueve días que se extiende la capacitación”, explicó Villalobos.
Eso sí, la organización fue clara en advertir a los eventuales participantes de que su contratación y pago dependería de los fondos que logren conseguir para entrenarlos. Según la vocera, incluso con esa advertencia, los aspirantes siguen tan optimistas como agradecidos por el mero hecho de haber sido seleccionados.
De hecho, cree que la recompensa por sembrar corales diluye cualquier sacrificio, incluso para quienes ya están en ese trabajo, pues la actividad adquiere para sus participantes un matiz social y comunitario al cual rara vez tienen acceso las personas de una comunidad, donde sus rutinas luego resultan tan trascendentes para el ambiente y la acción conservacionista de la riqueza natural de su propia zona.
“Uno lo ve, ellos se vuelven comunicadores del trabajo, se les nota el empoderamiento y el amor que le dedican. Verlos hablar de sus corales, de su Golfo Dulce, de sus arrecifes coralinos, es inspirador. Puedo decir que Raising Coral es bienvenido en la comunidad porque no es solo nuestro trabajo, es de la gente local”, afirmó Tatiana Villalobos.