En agosto, mes de estación lluviosa, el Instituto Costarricense de Electricidad (ICE) aumentó el uso de hidrocarburos y la importación de energía desde Centroamérica para cubrir la demanda eléctrica nacional. Esto no estaba previsto porque el plan era depender, en mayor medida, de la producción hidroeléctrica.
Sin embargo, el martes 27 de agosto retrata la compleja situación. La generación con plantas térmicas que operan con diésel y búnker alcanzó 3.396 megavatios-hora (MWh), representando el 9,3% de la producción total del sistema (35.604 MWh). La importación desde el Istmo, en tanto, aportó 18,3% de toda la energía utilizada (6.529 MWh), una porcentaje que no se registraba desde mayo del 2015.
De este modo, la generación térmica y la compra de electricidad en Centroamérica suministraron el 27,6% del consumo nacional ese martes, según datos de la División de Operación y Control del Sistema Eléctrico (Docse) del ICE.
Hasta el 27 de agosto, el consumo eléctrico nacional durante el mes llegó a 928.785 megavatios-hora (MWh), de los cuales el 5,6% se cubrió con hidrocarburos (52.038 MWh) y el 3,8% (35.689 MWh) con importaciones del Mercado Eléctrico Regional (MER). En conjunto, ambas fuentes proporcionaron el 9,4% de la demanda. Hace dos años, en todo agosto no hubo importaciones y la generación térmica apenas fue de 0,02%.
El aumento en el uso de fuentes de generación contaminantes y en la compra de energía en la región coincide con el apagado de la planta hidroeléctrica Reventazón, en Siquirres (Limón), debido a labores de mantenimiento.
La planta de $1.567 millones, inaugurada en setiembre del 2016, salió de operación el 22 de junio. Estaba previsto que retomara su operación el 17 de julio, pero el ICE extendió los trabajos al 5 de setiembre.
A estas condiciones se sumó una situación no prevista por el Instituto: las lluvias que alimentan los embalses de generación hídrica perdieron fuerza. Se pronosticó que el fenómeno La Niña, que provoca más lluvias, entraría en agosto. Sin embargo, se atrasó, y una probabilidad es que surja entre setiembre y noviembre.
Esta situación se da luego de que el país estuvo al borde de racionamientos de electricidad, en mayo, por la caída en el nivel de los embalses debido a las escasas lluvias. Sin embargo, la llegada de aguaceros, la generación térmica y las compras a Centroamérica, hicieron posible cancelar los cortes.
Impacto en tarifas
Carlos Montenegro, director ejecutivo de la Cámara de Industrias de Costa Rica (CICR), confirmó que la generación térmica y las importaciones han llegado a cubrir más del 20% de la demanda en algunas jornadas de este mes.
“Eso sin duda no es lo esperado en época de lluvias. No lo estamos notando en las tarifas porque se está acumulando una deuda que al final los consumidores pagaremos irremediablemente”, comentó.
Hasta julio, se estimaba que el gasto a trasladar a las tarifas sería de ¢147.000 millones, debido al consumo de búnker y diésel para generación, así como a un rezago tarifario de 2023 por erogaciones del ICE en generación térmica que aún están pendientes de ser reconocidas.
Ese monto incluye lo que se espera ejecutar en 2024 en gasto térmico, así como las proyecciones para 2025. Según la metodología vigente de Aresep, todo ese gasto debe reconocerse por completo en 2025.
No obstante, el 3 de julio, en una conferencia de prensa en Casa Presidencial, Marco Acuña Mora, presidente del ICE, y Eric Bogantes Cabezas, regulador general de la Autoridad Reguladora de los Servicios Públicos (Aresep), aseguraron que, según estimaciones técnicas, no se prevé un aumento en las tarifas de electricidad para 2025, a pesar del impacto de la mayor generación térmica.
Esa afirmación se basó en la expectativa de una reducción significativa en el uso de derivados del petróleo para producir electricidad durante el resto del año, ya que el ICE confiaba en una abundancia de lluvias para los embalses de generación hidroeléctrica. Sin embargo, las previsiones no se cumplieron.
El ajuste tarifario definitivo para 2025, sea que las tarifas de electricidad se mantengan o suban, será determinado por la Aresep cuando el Instituto presente, en noviembre, información actualizada correspondiente a sus costos en 2024 por gasto térmico e importaciones.
Retraso de La Niña
Dos semanas después de la conferencia de prensa en Zapote, se informó que la fase fría del Fenómeno El Niño Oscilación del Sur (ENOS), conocida como La Niña, se retrasaría hasta el último trimestre de 2024, en lugar de agosto, como se pronosticó inicialmente, debido a un enfriamiento más lento de lo estimado en el océano Pacífico.
La Niña es la fase fría del ENOS y se caracteriza por un enfriamiento anormal de las aguas ecuatoriales del Océano Pacífico Tropical. Ese fenómeno influye con fuerza en las condiciones del clima en muchas partes del mundo.
Según el Instituto Meteorológico Nacional (IMN), cuando ocurre el fenómeno La Niña, las precipitaciones en toda Centroamérica suelen ser superiores a lo normal.
En julio, se estimó un 80% de probabilidad de que La Niña se instalara en el país a partir de octubre con una intensidad débil, según explicó Daniel Poleo, del Departamento de Desarrollo del IMN. Mientras tanto, el fenómeno continúa en fase neutral.
Sin embargo, su llegada podría retrasarse, según el Centro de Predicciones Climáticas, adscrito a la Oficina Nacional de Administración Oceánica y Atmosférica (NOAA) del Gobierno de Estados Unidos.
El 8 de agosto, el Centro emitió una actualización en la que se indicó que el ENOS en condición neutral se mantendrá durante varios meses, con un 66% de probabilidad de que La Niña surja entre setiembre y noviembre.
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Mario Alvarado, director ejecutivo de la Asociación Costarricense de Productores de Energía (Acope), indicó que agosto se ha presentado menos lluvioso a diferencia de junio y julio.
Además, recordó que la salida de la planta Reventazón dejó al Sistema Eléctrico Nacional sin 320 MW de potencia instalada mientras se sigue cuidando el uso del agua en el embalse Arenal, en la zona norte, pues advirtió que, para el verano del 2026, las previsiones meteorológicas apuntan a una nueva fase del fenómeno El Niño y, con ella, menos lluvias.
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