Este jueves 7 de julio fui a La Cali, como se le dice a ese punto de fiesta nocturna en el barrio La California, en distrito Carmen de San José.
Es un lugar multitudinario donde acuden todo tipo de personas, principalmente jóvenes, con tres perfiles. Este día se llenó de estudiantes que gastan la beca o plata de sus papás en guaro barato con buenas presentaciones y en entradas a bares que se calientan hasta medianoche. También van trabajadores que no temen acabarse la quincena en una salida y otros ciudadanos que prefieren o solo pueden quedarse en las aceras disfrutando ‘el ambiente’ y las constantes requisas de la Fuerza Pública.
A las 10 p. m. una persona ya me había contado que en un bar le pasaron la tarjeta por ¢400.000 cuando el pago solo era por ¢4.000 y otra chica ya había sido auxiliada por sus amigos en otro bar donde supuestamente le pusieron droga a su bebida.
A una pareja de hombres los discriminaron en un negocio por ser homosexuales y a otro grupo de amigas las acosaron cuando estaban bailando a vista de todos. Estos casos no son casualidades y tampoco son difíciles de encontrar. Es como ese sentimiento de intimidación que provocan algunos policías que llegan a la zona. “Parece que no buscan cómo ayudarlo o hacer sentir seguro a uno, sino asustarlo”, me dijo un muchacho.
Estas situaciones son permanentes y cualquier persona preguntaría: ‘¿Entonces, por qué siguen yendo?’. La respuesta en boca de un joven es simple: este es el limitado festejo nocturno que nos ofrece San José. Es cierto que hay más bares en la capital y otros sitios como la Calle de la Amargura, en San Pedro de Montes de Oca, que por cierto este jueves estaba más vacía de lo normal; pero ese es el punto: no hay otra Cali ni nada similar. Aquí les cuento por qué.
El olor más común
Empecé la fiesta a las 9 p. m. y el único punto que estaba abarrotado, en donde la fila incluso le daba la vuelta a la cuadra, era el principal lugar de “zapateo” (baile de música electrónica) del barrio, ubicado a escasos metros del Poder Judicial y la delegación de la Fuerza Pública de la localidad. La entrada era gratis antes de las 10 p. m. (lo que podría explicar la fila) y no a ¢6.000 como ocurre regularmente.
Las caras de los asistentes me hicieron dudar si todos en realidad tenían la mayoría de edad y no solo una cédula falsa de las que se pueden conseguir fácilmente para poder entrar a estos espacios. El olor a marihuana era el más perceptible, como el del cigarro en los bares de hace una década. En tres años, la Policía ha decomisado medio kilo de marihuana en esta zona. Es decir, un gramo cada dos días.
Tampoco parece que a las personas les importe mucho hacer fila por más de dos horas para entrar a algún lugar, porque a las 11 p. m., cuando aún no habían entrado al bar, seguían ahí, esperando, porque ya habían perdido mucho tiempo como para irse o al menos eso decían. Yo también seguía ahí, con un dolor de piernas que no sentía hace cinco años cuando cumplí mi mayoría de edad y conocí por primera vez La Cali.
A pesar de eso, la espera no siempre es agobiante, ya que se pueden hacer nuevos amigos y hasta armar planes para más tarde (el after party). Conocí personas que viajaron desde otras provincias con tal de estar aquí. Un sentir común es la poca confianza en salir de acá, al final de la fiesta, en transporte público. Lo usual es gastar un poco más para devolverse en Uber o DiDi, pero también hay quienes buscan “posada” en casas de amigos o parientes.
Me topé con quienes compran bebidas alcohólicas en supermercados cercanos para soportar las filas o simplemente para tomarlas en vía pública, con el riesgo de que llegue un oficial y proceda a botarlas en un caño. Otros aprovechan para maquillarse, sin importar el sexo o género, porque esa idea anticuada de que solo las mujeres lo hacen quedó en el pasado. Lo mismo con la ropa, no hay distinción, lo que importa es sentirse bien.
Ese es otro punto importante. Aunque algunas cosas no sean color rosa, en La California muchos jóvenes han encontrado un lugar para ser ellos mismos y expresarse como quieren. La discriminación está a la vuelta de la esquina, pero las redes sociales han ayudado a denunciar las falencias y pedir cuentas para que las resuelvan. Por eso, después del fin de semana, las polémicas se ventilan en Twitter.
No siempre se logra el cometido, pero la juventud ha caído en cuenta que como San José no ofrece ningún otro espacio como este, al menos se puede hacer algo para que no sea tan decadente. Porque a pesar de todo, las personas van a seguir yendo a La Cali y la prueba de ello es que siempre está a reventar. Los comercios también han entendido eso y aseguran que han tomado acciones para mejorar el barrio.
Si fuera más seguro, mejor
La Asociación de Vecinos y Empresarios de barrio La California (Asocali) me dijo que entre sus afiliados se instan a tener vigilantes privados de manera permanente en el acceso a cada local. Además, promueven la instalación de circuitos cerrados de videovigilancia para observar cualquier situación anómala o denunciada por clientes y contar con un centro de monitoreo con el fin de detectar problemas en tiempo real y ayudar en la prevención.
“Desde el 2017 hemos propuesto mejoras y acciones coordinadas con las autoridades gubernamentales y municipales para intentar disminuir la comisión de delitos y la inseguridad en el barrio. En junio pasado, se nos otorgó la aprobación de un permiso especial y temporal para realizar un cierre vehicular e instalar filtros o controles de acceso en las esquinas, para revisar a los visitantes y tener una zona controlada”, contó Andrés Herrera, presidente de Asocali.
La Policía Municipal de San José aseguró que los bares tienen una gran cuota de responsabilidad pues alegó que la mayoría de robo de celulares ocurre dentro de los negocios, no en las calles. Asimismo, sostuvo que muchos problemas suceden por el “descuido” de la gente y que por eso se debe mejorar la “cultura de seguridad” individual, además porque las pistas de baile son “muy oscuras”.
Confirmó que hay grupos criminales organizados que planifican ir a La Cali a cometer delitos, intimidar y apropiarse del espacio público. Lo más común es la tacha de vehículos y el hurto de bolsos. Eso, pese a que en todo el barrio y alrededores hay un circuito de 17 cámaras municipales que pueden ayudar en investigaciones judiciales, como en el caso del asesinato de Marco Calzada, ocurrido el sábado 2 de julio en el barrio chino, luego de que salió de La Cali.
Al final, logré entrar al bar con mis amigos y salir de ahí con todas mis pertenencias, lo cual, aunque suene feo, es ganancia. Si tuviera que concluir con algo es que, como La Cali va a seguir siendo La Cali, es de esperar que en algún momento mejoren las condiciones de esta zona, que se extiende por tres cuadras entre avenida central y segunda, pero que es más que un punto geográfico.