Sitio Gilda. Son 23 kilómetros de estrechos caminos, trillos embarrialados y senderos entre verdes potreros.
Aquí no hay luces de colores, colachos en las puertas, arbolitos de Navidad o inflables de renos y duendes. Tampoco hay portales en las casas o adornos en las ventanas.
En los 23 kilómetros entre la comunidad de Alto Tulesi y el asentamiento indígena de Sitio Gilda, en Alto Chirripó, ni siquiera hay electricidad.
Allí, la alegría de la Navidad parece qué pasa de lado, que se olvidó de visitar esa tierras maravillosas donde los orgullosos indígenas cabécar dicen vivir en medio de las necesidades y el abandono de los gobiernos locales y otros entes gubernamentales.
No es cuestión de religión, La mayoría dice ser católicos, creer en Dios y Jesús, pero preservan sus costumbres y tradiciones.
Mientras que en estos días, en las ciudades, las calles son adornados con figuras de neón, en el camino a Sitio Gilda lo único que cuelga son las chiras de los bananos y plátanos, así como las naranjas, limones dulces y guayabas, que resaltan con su color amarillo al saturar los árboles en medio de la montaña.
Familias enteras caminan desde los poblados de Manzanillo, China Kichá hasta Alto Tulesi, con la finalidad de llegar al poblado más cercano de Turrialba. Su travesía dura alrededor de seis horas.
Es sábado, día de hacer compras. Jóvenes madres de rasgos indígenas avanzan con sus hijos, sorprendidos por la presencia de siküas (los que no son indígenas). Los hombres saludan amablemente, extienden la mano y preguntan nuestro destino.
Después de nueve horas de caminata llegamos a Sitio Gilda. Primero al poblado de Jakjuä, que territorialmente pertenece a Limón y después de cruzar en andarivel el río Chirripó, de aproximadamente 80 metros de largo, llegamos a Jamó, cuya división política la sitúa en la provincia de Cartago.
Peticiones de ayuda. En la escuela de Jamó, el Ministerio del Deporte reunió a los habitantes del poblado el pasado 15 de diciembre para darle regalos a los niños de la zona. El ministro Hernán Solano y sus asesoras, Andrea Sánchez, Karla Alemán y Marta Solano, aprovecharon la oportunidad para escuchar a los habitantes y sus peticiones.
Antes de tomar la palabra, los lugareños conversan entre ellos en su lengua cabécar, tímidos y desconfiados; parecen no querer hablar. La asesora, Andrea Sánchez, al ser una indígena Bribri, les saluda en su lengua y se gana su confianza. Así comienzan a externar su problemática.
Adilina Jiménez, toma la palabra. A sus 23 años es la cocinera de la escuela, madre de una niña de cinco años, vive en una casa con su mamá, Xinia Jiménez y su abuela.
Su deseo era asistir el colegio, pero el más cercano está a ocho horas de camino a pie. Sin transporte, le fue imposible asistir, por lo que ahora se gana la vida en la escuela Jamó, de donde salió de sexto.
“Nosotros como comunidad tenemos muchas necesidades, no tenemos colegio. Los maestros de la escuela solo dan clases a los niños dos o tres veces por semana y muchos no saben ni leer ni escribir, a pesar de que pasan los grados. Tampoco tenemos bonos de vivienda", explicó Adilina.
La joven aseguró que le gustaría estudiar, pero no puede salir todos los días de Sitio Gilda y con apenas el sexto grado piensa que es muy difícil prosperar.
“En mi casa tenemos el radio de comunicación para alertar a la Comisión Nacional de Emergencias por si sucede algo malo. Pero nos gustaría tener una casa con condiciones para tener la radio más segura y vivir más cómodas con mi mamá. Yo quisiera estudiar y jugar fútbol con mujeres, porque aquí solo jugamos con hombres, pero no se puede. Ojalá nos pudieran ayudar. Nosotros votamos, pero el gobierno no nos ayuda, nadie viene a ver cómo estamos ”, reiteró Jiménez.
“¿Qué harás en Navidad?”, le pregunto yo a Adilina.
“Quedarme en casa y cómo es feriado los hombres no salen a trabajar al campo. No se hace nada, solo nos quedamos en casa. Con lo que ganamos apenas nos da para comer. Solo espero que el otro año me nombren en el comedor otra vez”, respondió con resignación.
Al otro lado del río
En Jakjuä, al otro lado del río Chirripó, la historia no cambia. Zacarías Luna, a sus 55 años, toda la vida ha tenido su casa junto a la improvisada plaza de dúrbok (fútbol) con marcos hechos de horcones de guayabo.
Su casa, de piso de tierra, está construida con tablones mal cortados de madera de balsa, por lo que entre las grandes rendijas pueden ver, a las personas que se acercan. En la noche se meten los perros y hasta los chanchitos pequeños que deambulan a su antojo.
Andrea Sánchez toca la puerta, nadie sale. Poco después Zacarías rodea la casa y se deja ver por un costado. Luego de explicarle que viene con juguetes para los niños, nos hace pasar a un recinto construido para reuniones.
En total, 10 niñas y tres niños pequeños reciben un juguete. Del asombro y la timidez, se asomaron sonrisas y caritas de felicidad. Muchos estaban en el río Chirripó bañándose y apresurados salieron del cause para escoger el obsequio.
Al terminar la repartición, Zacarías toma valor y con su poco español nos dice de una forma respetuosa: “¿Puedo hablar?”.
Todos hacen silencio y en voz baja y nerviosa comenta: “Aquí hay muchas necesidades. Necesitamos bonos para casas y buenos maestros para los niños, porque faltan mucho a clases. Nosotros vivimos de la siembra de malanga, frijol y maíz”.
Zacarías continúa: “Aquí nadie viene para conocer qué necesitamos. No nos hacen caso. Yo apenas sé leer y escribir, para mí es difícil, pero mis hijos y mis nietos merecen vivir mejor, tener otras oportunidades en la vida”.
La reunión termina y Joselina Jiménez, sale con un regalo para una niña.
“¿Cómo llamarse usted?”, me preguntó. Yo le dije mi nombre y le consulté: “¿Para quién es el regalo?”.
“Para una nieta que vive en Paso Marcos, como a ocho horas de aquí. No sé si van a venir en estos días, pero lo pedí para ella”, dijo Josellina.
La mujer de cabellos negros y lacios se me queda mirando por unos segundos, y de un pronto a otro baja la mirada y mientras acaricia el regalo, como con pena me cuestiona:“ ¿Ustedes nos van a ayudar?”.
No sé qué contestarle. Solo atinó a responder con una sonrisa y decirle: “No soy del Gobierno, pero algo trataremos de hacer".
Josefina se despide en silencio y se marcha acariciando la cajita con el regalo de su nieta. Mientras tanto, me percato, una vez más, que la Navidad, tal y como se vivirá hoy en otras partes del país y del mundo, no llegará a Sitio Gilda.