A las 5:30 p. m., un bus amarillo llega al Centro Infantil de Atención Integral (Cinái) de Guararí, en Heredia.
En un desfile muy particular, del automotor descienden niños pequeños en piyama y cargados con almohada, cobijas y bultos casi más grandes que ellos. También vienen escolares que ya salieron de clases, con las faldas del uniforme por fuera.
Junto con ellos, se bajan sus padres. Se trata de un grupo de jóvenes y hasta adolescentes, en su mayoría mujeres, que llegan a dejar a sus hijos al centro para luego irse a recibir clases, de 6 p. m. a 9 p. m.
Portan el uniforme celeste del colegio nocturno Carlos Meléndez Chaverri.
El Cinái de Guararí recibe a menores de entre 1 y 13 años, quienes juegan y comen durante cuatro horas mientras esperan el regreso de sus mamás.
Jenny Méndez es una de las mamás beneficiadas.
“El Cinai me ha ayudado bastante. Antes, para poder estudiar tenía que cuidarlos mi esposo mientras yo iba a clases. Ahora él está estudiando también, está en segundo año del colegio”, comentó.
Karen Campos, una joven de 20 años, tuvo hace poco su primera experiencia dejando a sus hijos a cargo de otra persona. Brittany, de cinco años, y Donovan, de tres, tienen 15 días de asistir al Cinái.
“Están aprendiendo mucho. El menor está empezando a pintar y a compartir con otros niños, lo cual no había podido hacer antes”, contó Campos.
Karen cursa el sétimo año porque, a falta de alguien que le cuidara a sus dos hijos, no había podido empezar antes el colegio.
Ahora, la joven piensa terminar el bachillerato y, algún día, ir a la universidad a estudiar una carrera de ingeniería.
“Quiero darles el ejemplo de que uno, aún siendo mamá, puede sacarlos adelante. La universidad aún no porque no estoy bien económicamente para eso. Voy a esperar e ir paso a paso”, dijo.
La jornada. Algunos niños ya se acostumbraron a ver partir a sus padres. Otros deben adaptarse.
“Mi mamá hizo trampa, se fue y me dejó”, reclamó una de las niñas, segundos antes de salir corriendo y romper a llorar.
Al llegar al centro, cada menor recibe una cena completa. El pasado jueves, el picadillo de papa fue el más celebrado por los pequeños. Iba acompañado con arroz blanco y ensalada.
En otras ocasiones, es más difícil que acepten las comidas.“A muchos no les gusta el pescado porque en sus casas nunca antes lo habían podido probar”, contó Ivania Badilla, jefa local de los Cen-Cinái de Heredia.
Después de la merienda, los niños se dividen en grupos.
Los más pequeños, de entre uno y dos años, llevan a cabo actividades de estimulación, mientras los otros hacen las tareas de la escuela, leen un libro y juegan al aire libre o dentro de las aulas.
Después, viene un bocadillo caliente para ayudarlos a dormir, hasta que llegue el bus a llevarlos de vuelta a sus casas.
Faltando dos horas para medianoche, la jornada termina, pero el personal del Cinái sabe que su labor trasciende .Así lo ve Sonia Solano, la maestra de los más pequeños: “Amo lo que hago; soy muy apegada a ellos. Para las mamás, es una oportunidad de poder superarse. Además, ellos están bien cuidados. Les enseñamos mucho y les damos algo que es muy importante: el cariño y la atención”.
Fotografías de John Durán.