En el distrito de Volio en San Ramón, un matrimonio abrió un restaurante en su finca orgánica certificada donde se produce café, frutas, legumbres y tubérculos que luego son servidos a sus comensales.
Antes de ingresar al comedor, los clientes pasan por jardines sobrevolados por colibríes, mariposas, abejas y abejorros. También caminan junto a la huerta cubierta de acelgas, chiles dulces, lechugas, brócoli, berenjenas y kale.
A ese sembradío, los jardines y todos esos bichitos voladores los rodean unas 14 hectáreas de cafetal de donde emergen frondosas coronas de árboles y matas de plátano que ayudan a cuidar nacientes de agua y dan sombra al café; el cual crece sobre un suelo sin fertilizantes ni plaguicidas sintéticos.
Al terreno solo se le aplican abonos orgánicos y biofertilizantes hechos en la propiedad, cuya electricidad viene de paneles solares situados en cuatro puntos distintos (hay unos sobre un gallinero, por ejemplo).
Los sobrantes del restaurante, como cáscaras de verduras o huevos, se procesan en un biodigestor cuyo gas da para generar energía.
Recogen agua con ariete (un sistema hidráulico para bombeo a base de energía cinética) para subir líquido de las nacientes sin usar hidrocarburos o electricidad para las faenas en las huertas, el beneficio de café y el restaurante.
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Antes de sentarse en las mesas, quien llega a Lecanto sabe que allí el corazón del negocio es mostrar cómo llegaron los alimentos a los platos servidos en ese comedor.
El imán de esta empresa, propiedad de los esposos Silvia Chaves Quesada y Carlos Araya Arias, es demostrar a sus comensales cuán sostenible y orgánica fue la confección de todo cuanto consumieron y llevarlos a conocer todo el proceso.
Sin ese sello, sería otro restaurante en un hermoso paisaje natural. Por eso, ellos mismos aclaran que el acierto es compartir la experiencia de respeto al ambiente con consumidores dispuestos a premiar su esfuerzo.
“Nos buscan personas conscientes, con deseos de relajarse, comer sano y dejarse la satisfacción de que pagaron el sustento de nuestros colaboradores, incluida la prosperidad de la flora y la fauna, todo lo cual conecta con sus valores”, explicó Araya Arias.
De hecho, los visitantes pueden caminar por senderos, hacer un tour de café, comprarlo en la tienda de recuerdos y observar aves e insectos sin comprometer la sostenibilidad del entorno. Tiene hasta miradores para ver el atardecer.
Los esposos aseguran que el truco es la autenticidad de lo que venden; una a la vista de quien guste verificar. Eso los diferencia y deja ingresos, afirman.
Chaves Quesada, fundadora de la empresa Florex de productos de limpieza biodegradables, sostiene que reciben turismo nacional y foráneo para quienes la comida orgánica certificada y cómo se produjo es parte del placer de visitarlos.
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“Quienes nos buscan son familias buscando un sitio tranquilo, diferente y transparente en lo que ofrece, que los acerca a la naturaleza. Es una experiencia única y eso los atrae”, agregó.
Los esposos insisten en que sus clientes salen “diferentes” del restaurante.
“Costa Rica es un país muy verde, pero aquí hablamos de agricultura orgánica en medio Valle Central. Esto responde que sí es posible hacer estos negocios distintos y que se sostengan, nuestra clientela viene por tener también esa satisfacción”, explicó Chaves Quesada.