Manuel (nombre ficticio) estuvo casado durante más de cinco años, su boda fue con un sacerdote como testigo quien les dio la bendición. Pero su matrimonio nunca tuvo ese carácter de “hasta que la muerte los separe”.
¿Cómo es eso posible? Para que un matrimonio se considere como indisoluble y solo la muerte pueda romper el vínculo, dicha unión debe haberse consumado. Esa consumación se da cuando la pareja tiene su primera relación sexual después de casados.
“Es increíble, incluso para mí. Yo no hubiera creído que eso sucede, si lo veo desde afuera digo ‘eso no pasa’ pero me sucedió a mí”, recordó Manuel, quien todavía se encuentra en el proceso.
Como anécdota, el hombre recordó que en una reunión de un grupo religioso, una fiesta de despedida de solteros se hizo una dinámica de trivia y en ella una de las preguntas cabalmente era cuándo se consumaba el matrimonio.
“Cuando remarcaron que no se efectuara el acto sexual lo veía como un chiste, provoca risa. Y yo decía por dentro ‘qué increíble, ellos no saben que eso es lo que estoy viviendo yo y lo que está viviendo ella’. Fue sin ninguna mala intención, nadie sabía, pero fue doloroso”, recordó.
Alejandro Jiménez Ramírez, vicario judicial del Tribunal Eclesiástico Costarricense, instancia encargada de acoger, evaluar y fallar si un vínculo matrimonial es válido o nulo, indicó que, si no existe otra causal de nulidad, en estos casos no procede una nulidad, sino una dispensa.
“¿Qué pasa si el matrimonio no se consume. Que ese matrimonio todavía es soluble. No es nulo, si no hubo vicios de nulidad antes, pero sí es soluble. Si el consentimiento hecho en el altar está bien y sin vicios, el matrimonio es válido, pero todavía soluble, puede disolverse”, destacó el especialista en derecho canónico.
“Se debe pedir una dispensa, que la da el Santo Padre, para que se disuelva el vínculo. Como representante de Pedro en la Tierra el Papa tiene esa potestad de ‘lo que desates en la Tierra quedará desatado en el cielo’ (referencia al Evangelio, cuando Jesús le encomienda al apóstol Pedro el liderazgo de la Iglesia en la Tierra)”.
Estos procesos pueden durar más tiempo pues esto debe resolverlo directamente el papa y no el tribunal eclesial de cada país, como sucede con las nulidades. Sin embargo, de haber otras causales de nulidad también pueden impugnarse y llevar el proceso.
“A mí se me hace increíble. ¿Cómo fue que llegamos hasta ahí? y ¿Cómo duramos tanto tiempo así?”, se cuestionó Manuel.
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La experiencia
Cuando comenzó el noviazgo que lo llevó al altar, el hombre tenía mucho tiempo de ver el acto sexual como parte de un noviazgo. “Tenía que ser congruente con mi forma de ser, lo veía como algo normal”.
Cuando conoció a aquella muchacha ella le dijo que no quería tener relaciones sexuales antes del matrimonio. Le costó, lo vio difícil, pero lo logró. Ambos llegaron al matrimonio con toda la idea de consumarlo ese mismo día. Pero eso nunca se dio.
“No se pudo consumar por lo que en ese momento, en la luna de miel creímos que era algo físico. Lo intentamos al día siguiente y no se pudo. Y al día siguiente y tampoco”, recordó.
Hubo visitas a médicos para ver si había algo físico.
“Se inventa uno muchas formas de pasar el día, ver películas, ir de paseo, muchas cosas. Pero en el matrimonio eso no era natural. Aquello se va convirtiendo con el tiempo en un momento tenso, en frustración. Al cabo de varias frustraciones ya no lo estás disfrutando”, destacó.
Luego de eso se evadía ese momento triste, se buscaban pretextos: el trabajo, o se buscan cosas que hacer. Pero hoy lo ve diferente.
“Al inicio llorás, pero después vas bloqueando. Se hace un proceso muy silencioso, también para uno, porque se deja de hablar. Si una pareja está en esa situación debe tratarlo cuanto antes como pareja. Si no se atiende pronto después llega el momento en que la voluntad se va, el deseo se va, vos amás a la persona, pero poco a poco está dejando de ser tu pareja”, aseveró.
Manuel comparaba el proceso con correr una maratón. Y que, al final del noviazgo, en ese kilómetro 42, era como si le hubieran dicho “no puede celebrar la meta, tiene que seguir corriendo”.
“Tengo muy claro que el sexo no sostiene una relación, pero un matrimonio sin sexo no sobrevive. Es mi forma de verlo. Yo decía ‘este es el matrimonio perfecto si yo tuviera 70, 80 años’, pero no teníamos 70, 80 años”, destacó.
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En el proceso
Manuel se enteró de que las nulidades existían una vez que, en una reunión de excompañeros de colegio, una amiga comentó que acaba de anular su vínculo.
“Me pareció súper curioso porque yo no tenía idea que eso sucedía. Sentía que la Iglesia era muy radical y esto no pasaba, pero en realidad sí era así. Pero en aquel entonces tampoco me imaginé que se aplicara a mi caso”, destacó.
Él no fue quien comenzó el proceso. Lo hizo su exesposa, ella misma le invitó a participar del proceso y fue quien puso la demanda de nulidad. Él la describe a ella como “una excelente persona, llena de virtudes”, con quien nunca hubo malos tratos y quería ayudarla.
“Le tenía miedo al proceso. Lo visualizaba como un juicio. No tenía miedo de la sentencia, le temía a lo doloroso que pudiera ser. Era volver a escarbar en cosas que duelen, hieren. Me figuraba en mi cabeza que era volver a escuchar lo que escuché, exponer el dolor. Pero quería ayudar y dije ‘vamos para adelante’”, destacó.
También pensó que, aunque hoy se considera un “mal católico” ese proceso también podía ayudarlo a sanar y encontrar ese perdón de sí mismo para sí mismo. Ahora lo veo como algo que sí lo ayuda a sanar.
“El proceso no ha sido lo doloroso que imaginé o que temía. He tenido que atender llamadas, ir a una entrevista y él remite el caso. Respondí a un cuestionario por escrito. Y otra vez tuve que ir a dar una declaración independiente. No tuve que abrir heridas públicamente, si tenés que llorar es frente a la intimidad con otra persona respetuosa y comprensiva”, recalcó.
“El proceso no busca culpables, el juicio es al vínculo, no a ninguna persona”, indicó Jiménez.