Son las 8 a. m. del sábado 12 de marzo, Danny Ruiz lleva tres horas cortando palma bajo el ardiente sol de la zona sur. No hay un rincón en su vieja y desteñida camiseta sin rastro de sudor.
Viajó hasta Coto Brus un día antes, junto con otros 17 peones de Acosta, para recolectar miles de hojas de palma que los fieles católica recibirán, benditas, el Domingo de Ramos.
De acuerdo con la tradición católica, la palma se utiliza para recordar la entrada triunfal de Jesús a Jerusalén y es un símbolo de paz.
La tarea no es fácil, pero Danny sabe que de esta chamba depende la manutención de su hija Allison, de seis años, el próximo mes.
El joven, de 29 años, gana cerca de ¢60.000 por semana como jornalero, estos días ese monto se duplicará producto de la corta, deshoje y distribución de la palma por más de 200 iglesias de la Gran Área Metropolitana.
Para llevar ese dinero a sus familias, este grupo de acosteños debe recorrer cientos de kilómetros en el cajón de un camión. En el viaje son sometidos a las interminables curvas de la zona de Los Santos, el frío y la llovizna al cruzar el cerro de Muerte y las altas temperaturas al sobrepasar el centro de San Isidro del General.
En el camión comparten espacio con viejos colchones que sirven de cama durante la noche, también llevan comida, escaleras, machetes y cervezas.
“Son para la sed”, justifica uno de los hombres.
Luego del viaje, los jornaleros pasan la noche en una casucha de madera , visible en medio del palmar.
“Lo más duro de este trabajo, sinceramente, es la dormida porque no se duerme bien. A veces hemos dormido hasta al aire libre y por lo general hace mucho calor”, comentó Librado Antonio Mora, uno de los más veteranos de la cuadrilla.
Al amanecer. Los peones se adelantan a los primeros rayos del sol. Deben preparar desayuno, llenar botellas con agua y alistarse para una caminata de 40 minutos hasta las mejores palmeras de la propiedad.
Una vez allí, cada vez que escalan un árbol existen altas probabilidades de encontrarse con hormigas, avispas, alacranes o culebras. Si eso sucede, el protocolo campesino dicta gritar –para alertar a los compañeros– y lanzarse al suelo para sacudirse el animal.
“Una vez a Martín (otro peón) le salió la mentada bocaracá, tuvo que tirarse. Esto es muy peligroso”, relató Danny.
La mayoría, sobre todo los más experimentados, tienen una pequeña almohada, se la ponen sobre los hombros para amortiguar el golpe de las ramas mientras las llevan al camión o chapulines.
“Pocas personas se imaginan el trabajo que se ocupa para ver las hojas de palma en las procesiones”, expresó Wesly Gamboa.
Las labores las dirige Carlos Mora, quien heredó este trabajo de su padre, desde hace 30 años.
¿Cuánto se gana? Asegura que “ni mucho ni poco”, algunos años ha perdido dinero porque ha calculado mal los costos de recolección, armado de rollos y distribución en las parroquias.
El negocio inició cuando un señor le pidió a su papá 10 rollos de palma para la iglesia del Carmen, en Goicoechea, San José.
Conforme pasaron los años el asunto fue creciendo y se hizo necesario sumar más manos para completar la labor.
Mora reconoce que varias veces se le han acercado nicaragüenses a pedirle trabajo, sabe que eso le ayudaría a bajar gastos de mano de obra, pero esa decisión representaría dejar sin el empleo a sus vecinos.
“Uno sabe que en Acosta hay poco trabajo y necesitan la plata, para nosotros esto es un aguinaldo”, concluyó el hombre.