Saúl Lacruz, de 30 años, estaba este sábado sentado con su hijo de ocho años vendiendo chupas en el bulevar de avenida central, en San José. Unos metros más abajo estaba su esposa Anna, con su otro hijo de 14 años, también vendiendo confites.
Esta familia venezolana debe recoger unos $200 para poder comprar los pasajes y llegar a Nicaragua, la siguiente parada de su viaje hacia Estados Unidos. También necesitan ese dinero para comer algo; al mediodía solo habían comido unas galletas y no tenían dinero para el almuerzo.
Hace un mes, esta familia salió huyendo de Venezuela. Lacruz relató que, a diferencia de muchos de sus paisanos, él y su familia llevaban una “buena vida” en ese país, ya que él era teniente de Bomberos del gobierno venezolano. Ganaba bien, tenía una casa de cuatro habitaciones y carro propio.
Sin embargo, relata que todo cambió cuando se negó a seguir las órdenes de sus superiores. Le pidieron ir junto con militares oculto dentro de una ambulancia, para pasar desapercibidos, y llegar donde estaban opositores al gobierno, para dispararles. Él se negó y ahí comenzó su calvario.
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“Fui torturado, me quitaron la casa, me quitaron el carro, me expropiaron de mis bienes porque no estaba de acuerdo con decisiones políticas como ir a matar personas en ambulancias. Me cerraron las cuentas del banco, me quitaron los ahorros, no podía hacer trámites; porque se dice que los que no están de acuerdo con el Gobierno son traidores de la patria, son perseguidos, les cierran cuentas, les cierran sus pequeños negocios”, relató este padre de familia.
Así como Lacruz, a Costa Rica están llegando decenas de familias completas de venezolanos que están de paso mientras continúan su viaje hacia los Estados Unidos.
En un recorrido el sábado, La Nación pudo confirmar que en varias partes de San José de encuentran estas personas pidiendo dinero o acampando en sus tiendas de campaña.
Marcelo Solano, director de la Policía Municipal de San José, relató se ha visto un flujo inusual de familias enteras de venezolanos.
Explicó que los mismos policías, con sus propios recursos, les pagan un almuerzo o agua; les ayudan a buscar algún refugio u hotel barato o les prestan el teléfono para llamar al alguno de sus contactos en el país.
“Tenemos un fenómeno migratorio venezolano que está siendo visible en las calles de San José. Están como habitantes de calle en la avenida central, la avenida segunda, cerca del parque La Merced, cerca del mercado de la Coca Cola; en las inmediaciones del Paso de La Vaca; algunos han solicitado ayuda para tener refugio una o dos noches mientras esperan en el país a paisanos que viene de camino, otros recogen dinero para seguir su camino”, relató Solano.
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Según Solano, dos albergues que hay en la capital ya se encuentran llenos, por lo cual a muchas familias, con bebés recién nacidos, o adultos mayores que duermen en las aceras de la capital con sus tiendas de campaña, en los quioscos del parque Central o de La Merced.
La migración venezolana está motivada por el apoyo que Estados Unidos anunció a los migrantes venezolanos.
La administración de Joe Biden anunció en julio de este año la extensión del Estatus de Protección Temporal (TPS, por sus siglas en inglés) para los venezolanos, por 18 meses más, hasta marzo del 2024. Este permiso les permitirá seguir residiendo en el país de forma legal y trabajar.
Sin embargo, el programa solo beneficia a unos 320.000 venezolanos que están en suelo estadounidense y que llegaron al país antes del 8 de marzo del 2021; quienes llegan después, corren el riesgo de ser deportados.
La temida selva del Darién
Lacruz y su familia llegaron a San José hace 10 días y han recogido muy poco dinero para continuar con su camino. Estas noches han dormido en una iglesia en la capital que les da lugar para descansar y bañarse. La comida no está incluida.
Esta familia está agotada. El recorrido normal de los migrantes venezolanos comienza cuando toman un bus desde la frontera entre Venezuela hasta Necocli, en Colombia; luego toman una lancha hasta llegar a Capurgana donde comenzará su recorrido por la temida selva del Tapón del Darién, entre Colombia y Panamá.
Los que son más rápidos duran siete días cruzándola, pero algunas personas duran más de 15 días. Se deben cruzar decenas de ríos caudalosos en el lugar; no todos los que cruzan salen con vida. El camino está lleno de precipicios, crecidas de ríos y deben dormir allí cuidándose de los animales salvajes. Además, hay presencia de grupos armados y criminales.
Lacruz logró salir de Venezuela con $6.000 que recolectó con ayuda de sus familiares. Sin embargo, en la selva del Darién lo perdieron todo.
“Nos asaltaron, un grupo como de 11 personas armadas. Perdimos todo, el dinero, la comida, la medicina, la ropa. Tuve que darles todo, era eso o podían violar o matar a mi esposa. Les tuve que dar todo”, relató Lacruz quien es licenciado en Emergencias Médicas Prehospitalarias y en Ciencias del Fuego.
Lo que más lamenta el venezolano es haber tenido que cruzar esa selva exponiendo a sus hijos.
“Es lo peor que he hecho en mi vida, cruzar con mis hijos y la posibilidad de perder la vida en familia, en un mundo de nadie, los niños cruzaban los ríos encima mío, sin cuerdas, ni nada. Es devastador estar en esta situación”, explicó.
Lograron llegar a Panamá, pero había problema con el transporte, por las protestas, y tampoco los querían llevar por ser migrantes. Tuvieron que caminar 227 kilómetros hasta llegar a la frontera entre Panamá y Costa Rica. En Paso Canoas, tomaron un bus hasta llegar a la capital.
“Dormíamos en estaciones de servicio, donde fuera. Los niños están tranquilos mientras están con uno; a veces lloran, yo nunca me imaginé estar ahorita aquí en la calle pidiendo” , explicó Lacruz.
Tras recolectar el dinero en San José, viajarán a Nicaragua, donde deberán seguir vendiendo dulces para comprar tiquetes y comida para llegar a Honduras y Guatemala hasta alcanzar México y luego llegar a la frontera con Estados Unidos.
Decenas de migrantes
La misma ruta que hizo Lacruz y su familia la están haciendo María Paz Muñoz, de 18 años y su novio, Eliomar Agüero, 29 años, quienes estaban este sábado vendiendo confites en las cercanías del parque central para recoger dinero y seguir su camino a Estados Unidos.
La ropa que andaban puesta se les regalaron. Todas sus pertenencias y los $1.300 que llevaba para su travesía se los robaron el la selva del Darién.
“Fue lo peor pasar por esa selva, pude ver a un niño recién nacido y dos personas adultas muertas en el camino. Hay colombianos, peruanos ecuatoriano, haitianos, africanos e indios cruzando por ahí, pero ahora hay más que todo venezolanos. Todos van para Estados Unidos. Esa selva es puro lodo; uno no sabe con qué animal se va a encontrar, las corrientes de los ríos son muy fuertes, a María casi se la lleva una corriente “, relató Agüero.
Agüero, en Venezuela, se dedicaba a la construcción, no lograba encontrar trabajo, pero, si lo encontraba, el salario era de $10. Para juntar los $1.300 este venezolano vendió su casa.
“Deje allá a mi mamá y mis dos hijos, un sueldo en Venezuela no alcanza ni para comprar harina. Ahora, de pueblo en pueblo, hemos vendido caramelos para juntar dinero para seguir adelante en el camino, hemos dormido en plazas y calles. Ayer ,dormimos en una plaza frente a la iglesia en Pérez Zeledón, ahí tomamos un bus que nos trajo hoy aquí. La gente nos regala comida o alguna ropa”, contó Agüero.
El plan de ellos es llegar a México, cruzar el río Bravo y y ahí entregarse a migración estadounidense para que les den refugio. Ese es el plan de todos los que se dirigen allá.
Según la Agencia de las Naciones Unidos para los refugiados (ACNUR), los venezolanos salen de su país para huir de la violencia, la inseguridad, las amenazas, y la falta de alimentos, medicinas y servicios esenciales.
Indican que a finales del 2021, se registran más de seis millones de personas refugiadas y migrantes de Venezuela, un 20% de la población del país. La mayoría vive en países de América Latina y el Caribe.
“Esta se ha convertido en la segunda crisis de desplazamiento externo de mayor magnitud en el mundo”, explicó ACNUR.