A bordo de su motocicleta, Omar Rivera Calderón, de 34 años, no solo carga pedidos de comida express. Con él también viajan a diario la necesidad de pagar las cuentas y el temor a contraer el covid-19.
“Obviamente, uno anda en la calle con miedo de contagiarse y de llevar el virus a la casa, pero es algo que tenemos que seguir haciendo para sobrevivir en esta pandemia”, alega este repartidor de Glovo.
“No podemos esperar a que nadie nos venga a dar nada”, señala con convicción mientras se toma un breve descanso luego de realizar una entrega en Tibás.
Con esposa y dos hijos, este vecino de barrio México, en San José, trabaja entre seis y siete horas diarias para ganarse el sustento, pero cuenta que la competencia ha aumentado mucho durante la pandemia.
“Hay que salir a pulsearla, ha sido un poquillo duro, pero bueno a la vez (...). A veces la gente se limita (en las compras) por la emergencia que estamos pasando, pero ahí va uno saliendo poco a poco”, asegura.
Rivera forma parte de un contingente de motociclistas y ciclistas que tomó las calles del país, aprovechando el auge de los pedidos a domicilio de comida, abarrotes y otros productos durante la emergencia sanitaria.
De hecho, las plataformas digitales de entrega Glovo, UberEats y Rappi ampliaron sus modalidades de servicio en este época para atender a las personas que no desean o no pueden salir de sus casas.
A sus repartidores se les puede ver circulando por las calles a toda hora, pero su presencia se vuelve todavía más notoria cuando comienza la restricción vehicular sanitaria nocturna.
De hecho, en las noches se convierten prácticamente en los dueños de las vías junto con los vehículos de transporte público, los camiones de mercadería, las patrullas policiales y las unidades de socorro.
Temor compartido
Los repartidores de servicio express no solo tienen que lidiar con el temor propio a contraer el nuevo coronavirus, sino también con el de los clientes que reciben sus encargos.
Aunque las aplicaciones de entrega han incluido protocolos de seguridad para evitar el contacto persona a persona, la preocupación de tocar algo infectado con covid-19 sigue presente.
“Hay gente que le da miedo que uno llegue. A veces me piden que les deje el paquete afuera, para que no me acerque a la puerta de la casa. El que paga el efectivo da el dinero con miedo, y nosotros también lo recibimos con miedo”, cuenta Omar Rivera.
Experiencias similares ha vivido Ronny Lara Barrantes, de 62 años, quien lleva dos meses de realizar entregas en su moto para complementar el salario de un trabajo que tiene por las noches.
“Los clientes, por lo general, salen a toparlo a uno y saludan normal. Otros ponen en la aplicación que les deje el producto encima del carro para que no haya contacto”, comenta este repartidor de UberEats.
Sin embargo, Lara afirma que no teme contagiarse del covid-19 pues, según dice, los clientes y los establecimientos que realizan los envíos están tomando medidas de higiene.
“Muchas veces ellos (clientes) se ponen gel cuando salen y le dan a uno. Igual en el comercio limpian las bolsas y la mochila con gel (...). La mayoria de la gente que está en la casa es porque se cuida”, asegura.
Este vecino de Tibás, con esposa y dos muchachos, trabaja seis horas al día y cuenta que suele recorrer entre 200 y 500 kilómetros por jornada y gastar ¢1.500 diarios en combustible. Sus viajes más largos han sido hasta Heredia y las partes altas de Moravia.
Lara afirma que la demanda de servicios ha estado muy buena y que pretende continuar. “Yo no tengo pensión, siempre he trabajado así, independiente. Coticé muy poco, así que uno tiene que seguir pulseándola a ver hasta dónde llega”, advierte.
Anécdotas en bici
Dos hijos, un nieto y una compañera sentimental, son los motores que impulsan a Francisco Javier Rodríguez Chacón a pedalear en su bicicleta cada día para entregar sus pedidos.
Rodríguez, de 45 años, en realidad es salonero, pero tuvo que dedicarse a tiempo completo como repartidor de Rappi y UberEats, luego de que le suspendieran por tres meses su contrato laboral debido a la emergencia sanitaria.
Este vecino de Cartago cuenta que, aprovechando una cartera de clientes que ya tenía, cuando solo trabajaba a ratos en el servicio a domicilio, se ha logrado defender.
Cuenta, entre sus anécdotas, que un día le tocó recorrer más de ochenta kilómetros para realizar unas entregas en San Antonio de Belén y hacerle un mandado a un adulto mayor en San Antonio de Belén.
En otra ocasión, recuerda, estuvo a punto de sufrir un “bajonazo” (que le robaran la bicicleta) cuando fue a llevar un pedido al distrito de Tirrrases, en Curridabat.
Y una vez, su bicicleta sufrió una avería mecánica que lo obligó a caminar, de noche, cuatro kilómetros para regresar a su casa. Lo curioso es que el taller a donde llevó a reparar su herramienta de trabajo le prestó otra, pero se le quebró un pedal.
Pero no todo son malas experiencias. En el negocio de la entregas a domicilio también se palpa la solidaridad.
“Un día, aquí en Tibás, un señor me pidió que le llevara una bolsa de arroz, frijoles, atún, huevos y otras cosas, y luego me donó el pedido, y yo se lo doné a otra persona más necesitada”, cuenta Omar Rivera, antes de ponerse el casco para seguir trabajando.
Colaboró con esta información Ronald Matute