Santa Cruz (Guanacaste). Se abrió camino entre la arena caliente y a grandes pasos se acercó al sitio donde quien escribe conversaba con el periodista Steve Wilson, de ABC Detroit .
Por esta vez yo sería Ricardo, chofer de un acaudalado empresario estadounidense en busca de menores.
Tal sería nuestro ardid. El objetivo: demostrar la existencia de un peligro para la niñez.
Son las 10:43 a. m. del domingo –hace ocho días– y la temperatura ronda los 40 grados centígrados en playa Flamingo.
L , de 30 años, dice tener a su disposición una niña de 14 años. “Vive en Brasilito. Es delgadita, cholita –de piel oscura– y de buenos pechitos”, nos dice.
Desde distintos puntos, un camarógrafo de la ABC y un fotógrafo de La Nación registran el encuentro.
Wilson porta una cámara oculta. “Les va a costar $200 (¢86.200)... más $100 (¢43.100) de comisión para mí”, asegura.
Su inglés es pobre, pero suficiente para entenderse con el periodista estadounidense.
Ofrecimiento
Nos inquieta saber hasta dónde está dispuesta a llegar. “Bueno, les puedo conseguir otra muchachita, de 16 años, que vive en El Llano. Yo las hago pasar como si fueran vendedoras; ustedes no tienen de qué preocuparse. Nadie va a sospechar”.
L nos garantiza que las muchachas no son primerizas en ese tipo de encuentros.
“Para que no tengan que ir a su hotel, yo les consigo unas cabinas en Brasilito. Cuestan ¢5.000. De la Policía no se preocupen. Aquí nunca viene. Además, yo los conozco. Si hay algún problema les damos $20 (¢8.620). Pueden estar tranquilos”.
Pide permiso para llamar a un tío desde un teléfono público, frente a un hotel local.
“Voy a preguntar por ellas”, nos indicó.
Acordamos reunirnos con las niñas a las 4 p. m., pero L regresa sola. Las menores no estaban en sus casas.
Entonces la mujer pide ayuda a un taxista, pero este tampoco las encuentra.
La negociación fracasa. L se marcha. Estaba molesta, pues no hubo propina.