Desde su estreno en 1999, La Pensión se convirtió en uno de los programas televisivos más exitosos de la historia de Costa Rica. Para cualquier actor del país, formar parte de esta serie podría significar un hito enorme en cuanto a relevancia mediática; pero cuando el corazón dice “de aquí soy” no hay fama que lo convenza de lo contrario.
Esto lo tiene claro Erika Rojas, quien formó parte del elenco original de La Pensión interpretando el papel de Abigail durante la primera temporada. Asegura que ese año representó una gran formación técnica para actuar en cámaras, pero decidió salir porque ese no era su nicho.
“Uno siempre agradece que el trabajo que uno haga sea bien recibido, pero fue complicado. En aquel momento que lo pararan en la calle y lo reconocieran fue extraño, nunca fue mi objetivo. Por eso me decanté más por la docencia y la academia, que es el espacio donde me siento más cómoda”, declaró Rojas.
Erika entró a la serie recién graduada de la carrera de Artes Dramáticas en la Universidad de Costa Rica (UCR). Hizo audiciones en el antiguo Teatro Chaplin y curiosamente compartió este proceso con Lynda Díaz, quien tenía poco tiempo en Costa Rica y trató de conseguir un papel en el show televisivo.
Durante su época universitaria participó en diversos montajes teatrales, grabó algunos comerciales radiofónicos, hasta que ingresó al antiguo tour de Café Britt. Este fue su primer trabajo ajeno a la UCR y una de sus principales escuelas, donde coincidió con actores como César Meléndez.
En el 2005, ante una escasez de docentes en la UCR, tuvo la oportunidad de ser profesora sin tener mayor experiencia que haber impartido clases a niños y adolescentes. Aunque quedó fascinada, confiesa que cometió muchos errores. Por esta razón consiguió una beca y partió hacia a España a estudiar un doctorado en Artes Escénicas en la prestigiosa universidad Rey Juan Carlos.
“Nada más lloraba, me emborrachaba y lloraba más para poder terminar la tesis. Fue muy duro, porque allá los directores de tesis no te ayudan como ayudamos aquí, que hay un seguimiento más cercano. Allá tres o cuatro cositas y juéguesela usted sola. Por dicha he sido muy disciplinada en las cosas que me interesan”, relató la actriz.
Posteriormente, Erika regresó a Costa Rica antes de su defensa de tesis. Voló nuevamente a España para concluir con este proceso cuando tenía siete meses de embarazo y “así panzona, al límite de que no me dejaran subir al avión”, tuvo un gran éxito defendiendo su trabajo final de graduación.
Considera que su estadía en España tuvo un gran valor, tanto por los goces de Europa de los que disfrutó, como por la desmitificación de que todo el zacate crece más verde al otro lado del charco. Tras esa etapa, puso en perspectiva la calidad de la formación en Costa Rica y empíricamente comprobó que “en todos lados se cuecen habas”.
Desde ese entonces continuó como docente en su alma máter y desde el año pasado asumió como directora de la Escuela de Artes Dramáticas de la UCR. Durante este tiempo se ha topado con los retos propios de la burocracia institucional y el menosprecio al arte, pero tiene como norte continuar con un trabajo social y artístico de calidad con un sentido crítico, a pesar de las trabas.
“Hasta el mismo poder Ejecutivo desprecia nuestras carreras y parece que la cultura es nada más ir a Disney. Por otro lado, yo soy mujer y eso es parte de la complejidad de estar en puestos de dirección, donde los hombres tienen la mitad del camino ganado. Se les cuestiona menos su capacidad para estar ahí, se les escucha más; hay también una cuestión de género con la que he tenido que lidiar”, comentó la doctora en Artes Escénicas.
Al menos, Rojas se mantendrá en este cargo hasta el 2027. Esta labor también implica ser la cabeza de la compañía de Teatro Universitario. Con obras como Oxitocina, el último estreno de esta compañía, busca ofrecer entretenimiento a la vez que posiciona temas importantes para la sociedad.
“Es de los pocos espacios en el medio que continúan produciendo. Además, el artista puede experimentar, aunque con pocos recursos, sin censura y con independencia. Hay un esfuerzo para dar una oferta democrática a la población donde hay incidencia social e investigación escénica”, añadió.
La vida como una inquilina del arte académico
La relación de Erika Rojas con la universidad y las artes escénicas viene desde muy pequeña. La razón: al llegar a primer año de escuela ya sabía leer y escribir, por lo cual la adelantaron dos años. Es decir, entró a la UCR cuando todavía era quinceañera.
En su familia no se dedican al arte y afirma que es un “bicho raro”. A pesar de siempre ser la menor de su clase y ser una niña tímida, siempre fue muy activa en los eventos escolares con alguna dinámica creativa. El primer acto de su romance con el arte fue con apenas 8 años, cuando quedó maravillada con un teatrino para títeres de dedo que tenía una de sus tías y que funcionaba en la casa.
“Era una estudiante bastante promedio, tuve que ir a presentar bastantes veces. En el colegio todavía no encontraba mi lugar, ninguna materia tenía que ver con la creación ni nada que ver con qué significa el arte como forma de pensamiento, más allá de una expresión escénica”, comentó la académica de la UCR.
Con 13 años, pero ya en noveno grado de colegio, llevó el primer taller de actuación en la Universidad Nacional. Pero fue al año siguiente que llevando un curso con el prócer del teatro costarricense, Alfredo Catania, supo que su destino eran las artes escénicas.
Aún indecisa, sobre todo porque temía lo que iba a decir su familia sobre estudiar un arte como carrera, ingresó primero a estudiar Ciencias de la Comunicación Colectiva. Al año siguiente, a escondidas de sus padres, se matriculó en Artes Dramáticas.
“Yo me creía la más grande (risas). A pesar de que aún era menor de edad, yo me compraba las birras y nadie nunca me pidió la cédula. Yo la pasé genial. En ese momento había menos controles, pero también una universidad que lastimosamente hemos perdido: menos peligrosa y con más recursos para los estudiantes; uno realmente se sentía parte de la sede y todo lo que rodeaba el campus”, rememoró.
Según revela, sus progenitores no estaban tan de acuerdo con su rumbo académico, sobre todo porque no tenían una comprensión clara de lo que representaba formarse en esta área. Fue hasta que concluyó su carrera e ingresó a La Pensión que recibió una mayor aprobación.
“Lo que realmente hizo la diferencia y se convencieron fue cuando hice La Pensión, un trabajo más mediático y con un acceso más fácil por estar en televisión. Una de las cosas que le agradezco a Óscar Castillo y toda la producción, más allá del aprendizaje, fue que mi familia vio claramente de qué se trataban tantos años que yo había invertido en esa formación”, narró la docente.
La herencia familiar, que no tiene ningún ligamen con el arte, sí existe en el terreno educativo, pues varias de sus tías son docentes. Echa la vista atrás y no se arrepiente del camino tan lleno de desvíos y pequeñas estaciones que le permitieron explorar tan ampliamente su vocación.
Ahora, más que una inquilina, se encuentra como en su verdadero hogar caminando por la Universidad de Costa Rica. Aquel lugar que recorrió por primera vez siendo quinceañera, es la casa de sus aspiraciones profesionales. Allí transmite su conocimiento a otros estudiantes que, al igual que ella, llegan con las maletas llenas de sueños, esperando que ‘la pensión’ del arte tenga un cuarto disponible para ellos.