Mientras miraba embobado por el lente del microscopio, el entonces adolescente Darner Mora Alvarado sintió que alguien le tocaba el hombro. Volteó a ver y se encontró con Emilce Zumbado, su profesora de tercero en el Colegio Nuevo de San José, donde él cursaba tercer año.
La docente, quien a finales de los años sesenta daba sus primeros pasos en la enseñanza, detectó en su inquieto y aplicado estudiante un profundo interés por las Ciencias.
“Darner, lo insto a que estudie Microbiología o Medicina”, le dijo esa tarde casi a modo de susurro pero con una contundencia que aún hoy, más de medio siglo después, permite que esas palabras resuenen en la memoria.
Emilce Zumbado impartía clases de Ciencias en el Colegio Nuevo y le regaló a su alumno de Las Gradas de Cristo Rey una vieja versión de “Cazadores de microbios”, libro que el joven devoró y que lo terminó de enganchar con la pasión de toda su vida, la Microbiología.
Eran años muy duros, recuerda el hoy director del Laboratorio Nacional de Aguas de Acueductos y Alcantarillados (AyA). Darner Mora vivía entonces junto a su mamá y tres hermanos menores en una cuartería de las muchas que abundan en Cristo Rey, uno de los barrios más pobres de la capital, antes y ahora.
Vivían arrimados donde el tío Chabelo, quien les dio posada temporal cuando Ramona Francisca Mora Alvarado salió de Penshurt, en Talamanca, Limón, después de abandonar a su esposo y padre de sus cuatro hijos por maltratador, machista y bebedor, recuerda Darner, el primogénito de la camada.
“Yo tenía seis años cuando llegué a Las Gradas. Mi hermano José tenía 5, Jorge 3 y Lupita si acaso un año. Recuerdo ver a mi mama (así, sin tilde) corriendo porque él iba detrás con un machete”, relata 63 años después de esos hechos.
Aquello que llamaban casa era solo un cuarto y colindaba con las famosas Gradas de Cristo Rey. Desde la cuartería Darner escuchaba al río María Aguilar, uno de los tantos afluentes que han estado conectados a su vida, una que hoy suma 69 años.
El futuro microbiólogo y salubrista vio transitar muchas veces a su mamá por esas gradas cargada con alguno de sus hermanos. Uno de tantos días, ella cayó por el peso del cansancio y se quebró sus dos rodillas al chocar con el filo de un escalón.
Una noche, esas gradas de Cristo Rey presenciaron la angustiante carrera del pequeño Darner quien, con solo seis años, bajó corriendo a buscar a su mamá para contarle que su hermano Jorge se estaba ahogando porque le estaban saliendo gusanos por nariz, oídos y boca.
Era un ataque de lombrices, recuerda. “Decirlo es fácil pero para mí fue una gran impresión. Yo no sabía ni lo que era. Me fui para donde mi mama corriendo, a la sodita donde trabajaba vendiendo tacos, frente a la cantina La Bamba.
“Ella se lo llevó al hospital pero yo quedé muy impactado por esa imagen. Aunque suene extraño, en mis adentros yo decía que esas cosas había que combatirlas. Mi hermano no se murió ahí pero sí sufrió mucho”, cuenta.
Darner Mora dirige el Laboratorio Nacional de Aguas desde el 1.° de setiembre de 1989. Ingresó varios años antes para trabajar medio tiempo como asistente de laboratorio luego de laborar en el Hospital San Juan de Dios en análisis de sangre.
En ese laboratorio su vida dio un giro que lo convirtió en uno de los expertos más respetados en la región de las Américas en microbiología de aguas.
Su profesora Emilce Zumbado aún vive. Si lee estas líneas probablemente se sentirá muy orgullosa de ver hasta dónde ha llegado su alumno y lo que ha hecho para impulsar la mejora en la calidad del agua de consumo humano en Costa Rica.
El trabajo científico del equipo que dirige Mora Alvarado en el laboratorio permite que la gran mayoría de los habitantes de Costa Rica puedan tomar agua potable del tubo, un logro que admiran en todo el mundo.
Este privilegio se suma a muchas otras acciones de salud pública realizadas por Costa Rica para evitar que más niños como José, aquel hermano de Darner, padezcan y mueran por un ataque de lombrices, entre muchos otros problemas transmitidos por el agua.
Al impulso de Mora Alvarado también se debe el programa Bandera Azul Ecológica (BAE) para promover la calidad del agua en sitios como playas, parques nacionales y escuelas.
Entre aguas
“Ramona Francisca Mora Alvarado era una señora de San Marcos de Tarrazú que se ennovió con un limonense y se fue a vivir a Limón. Yo nací frente al tajamar. Luego nos fuimos a Penshurt, en Cahuita, Talamanca”.
Darner lleva los dos apellidos de su madre, quien le contó que en el bautizo y ya frente al padre, le puso el nombre de un beisbolista famoso en esos tiempos: Darner Dubois.
Su casa en Penshurt, donde residieron hasta que el primogénito de Ramona cumplió seis años, quedaba frente a la línea del tren. Los primeros recuerdos del futuro microbiólogo y salubrista se originan ahí.
Mora se enorgullece de su privilegiada memoria pues, asegura, es capaz de recordar varios hechos que lo marcaron cuando apenas empezaba a vivir. El primero sucedió a los seis meses de edad.
“Me tenían en una cunita de mimbre cubierta por un toldo porque había mucha malaria. Yo tenía como seis meses, ¡y no exagero! Recuerdo que desde la cuna vi algo que me hacía así (bambolea su mano) y me quedé quieto viéndolo.
“En eso llega mi mama y se asusta. Llamó a un vecino de nombre Vicente, un negro mandinga. Resulta que era una culebrilla que llamaban Bejuquillo, venenosa. Él se acercó, la distrajo para que no me hiciera nada y la cogió”. Esa fue la primera de muchas veces que Vicente lo salvó. Eso se lo contó a su mamá 12 años después y le dijo “¡no puede ser!”
Darner Mora también recuerda lo que le sucedió en el río La Estrella cuando tenía un año.
En ese imponente río había un muellecito que las señoras frecuentaban para lavar. Su mamá lo llevó ahí un día, lo puso cerca del atado de ropa con tan mala suerte que el bebé se resbaló y cayó al caudal.
“Caí al agua y empecé a nadar. Había un bote de balsa volcado, pequeñito, y ahí me refugié. Como estaba volcado yo no me ahogué porque tenía oxígeno por el vacío de la embarcación.
“Dice mi mama que pasó como una hora y ya me daban por ahogado cuando llegó un muchacho, que era el dueño del bote, y a él se le ocurrió buscar bajo la lancha. Me encontró, agarradito”.
Darner Mora está convencido de que esos primeros acontecimientos marcaron su vínculo con el agua.
En medio del río La Estrella también había un playón con arena que era tomado como plaza de fútbol improvisada por los carajillos del lugar.
Darner, de dos años, se atrevió muchas veces a cruzar el río a nado para seguirlos al playón, presenciar la mejenga y regresar nuevamente a nado hasta la otra orilla del cauce.
Por esos tiempos, un puente conectaba a las dos Penshurt: la del norte y la del sur. En una de las llenas, Darner presenció cómo el río arrasó el puente que enlazaba las dos comunidades.
“Llegó una llena de tres días y se llevó el puente. Después de los tres días de agua y agua y agua, bajé las gradillas y me llevé una gran impresión al ver tantas serpientes juntas que se resguardaban de la inundación. ¡Fue increíble!”, relata.
Limón corre por las venas de quien ahora es vecino de Curridabat, al este de San José. Son tantos los recuerdos de Darner Mora, fiebre de los escritos científicos, que probablemente ya esté planeando un libro. Uno autobiográfico para describir, por ejemplo, el zumbido que hacían las marabuntas al bajar por las montañas de Talamanca.
“Más grande, de unos cuatro años, mi mama me dijo que saliéramos de la casa porque, a la distancia, se oía una especie de zumbido. Salimos a la línea del tren porque mi casa quedaba al frente y las vimos pasar.
“Las hormigas bajaron de la montaña a buscar un hongo y en esa búsqueda limpiaron todo a su paso. Era un espectáculo verlas. Después volví ya viejo y pregunté por la marabunta. Me dijeron que hacía tiempos no se veían”, cuenta.
‘Falta mucho por hacer’
Todos los días, a las 4 a. m., el director del Laboratorio Nacional de Aguas está en la soledad de su oficina, ubicada en Tres Ríos de La Unión. Es su costumbre de varias décadas llegar muy temprano a trabajar, aunque hace siete años se ganó el derecho a pensionarse por vejez.
“¿Por qué sigo? Porque falta mucho por hacer. Porque la pandemia me enseñó que es mejor estar trabajando que en la casa. Porque tengo el hábito de escribir. Escribo a mano los artículos y luego vengo aquí. Todavía me siento coherente y me apasiona mucho este trabajo. ¡Amo la microbiología de aguas!”, responde.
Graduado de la Universidad de Costa Rica (UCR) en donde fue alumno de los mejores científicos costarricenses dedicados a la Microbiología, entre ellos Leonardo Mata Jiménez, Darner Mora ha escrito muchísimo de salud pública y microbiología del agua.
Una foto tomada a la 1 de la mañana es evidencia de que escribe sus ideas a esas horas de la madrugada.
Recientemente publicó dos libros: “Escritos durante la crisis de la covid-19″, que ya ha sido traducido a seis idiomas por la Editorial Académica Española. Y “Hechos en tiempos de covid-19″, de la misma editorial.
Además, la editorial de la Universidad Estatal a Distancia (UNED), le acaba de publicar en noviembre “Agua, ambiente y salud”.
Su inquietud intelectual es permanente. La heredó de doña Ramona quien en vida le decía: “mirá, papito, no importa que saque una nota mala. Lo que no quiero es que no afloje”.
El último año ha sido emocionalmente duro para este microbiólogo. El mayor de sus cinco hijos, César Adrián, falleció sorpresivamente a sus 42 años, en agosto del 2022. César no estaba enfermo. Mora solo recibió una llamada de los vecinos de su hijo comunicándole la dura noticia.
Esta pérdida se suma a otras relativamente recientes en su vida: la de su hermana Lupita (Guadalupe), quien murió de cáncer en el 2017 y la de su mamá, quien falleció en el 2018.
Su oficina tiene colgadas en las paredes las imágenes más entrañables de sus seres queridos: los que siguen con él, como su par de gemelos (dos hijas y dos hijos), y quienes ya no están pero continúan presentes de otra manera.
A ellos los siente permanentemente; los recuerda con solo salir unos pasos de su laboratorio, y perder por un rato su mirada en el horizonte, donde de lejos se aprecia el verde azulado del cerro La Carpintera.
Más sobre Darner Mora:
Relación entre guerras y pandemias
Los asintomáticos
Menos años de vida
Quitar estaciones de lavado de manos disparará infecciones, alerta salubrista
Con ómicron, hubo más casos de covid-19 entre mujeres; algunas hipótesis sobre causas
‘Gente muere de enfermedades desatendidas en primeros años de pandemia’, advierte salubrista
‘¿Qué nos ha enseñado la pandemia? Que el ser humano es culpable de todo’, afirma salubrista y microbiólogo
Darner Mora: 70% de gente expuesta al arsénico ya solucionó el problema
‘Yo me tomaría un vaso de agua del tubo en Alajuelita sin preocupación’, dice director de Laboratorio Nacional de Aguas