Un niño de diez años está sentado una tarde al frente de su casa, en el barrio El Molino, en Cartago, viendo pasar a todos los hombres para aprender a caminar como un “hombrecito”.
Era 1953, un año histórico para Costa Rica: se celebraron las primeras elecciones después de la Guerra Civil de 1948, los primeros comicios nacionales organizados por el Tribunal Supremo de Elecciones (TSE).
Aquella mañana, en la escuela, otro niño le había gritado a Marco que “caminaba como una mujercita”. La frase caló en aquel menor, quien por días observó todas las tardes “el caminado” de los hombres que pasaban frente a su casa. En las noches, a oscuras, lloraba solo en su cama.
Sin embargo, la primera vez que lloró por su orientación sexual fue recién cumplidos los siete años. Lo llevaron por primera vez a misa y la homilía fue sobre el “pecado” de los hombres que sentían atracción por otros hombres.
El sacerdote la emprendió contra gais y lesbianas y Marco pasó noches enteras llorando y pensando que se iba a quemar en el infierno.
Con el transcurrir de las semanas el tema del infierno fue pasando a un segundo plano y no volvió a llorar por las noches hasta que el otro niño le dijo que “caminaba como una mujercita”. Esa frase cruel, y quizás inocente, repercutió para siempre en su vida. Y ya verán de qué modo.
El primer paso
Para reivindicar sus derechos, el niño fue donde la directora de la escuela a poner la queja: “Usted tiene la culpa”, le respondió ella, pero él sabía que no era su culpa, que era una víctima y que le tocaría “remar” con todo en su contra para defender sus derechos.
De aquello han pasado 70 años. Marco Castillo tiene ahora 80, está jubilado, pero no ha dejado de trabajar como abogado y notario.
Está sentado en la sala de su casa, en un barrio de clase media de Moravia, haciendo un repaso de su intensa vida. Y dice que ha sido un hombre muy feliz.
Él y su esposo fueron el primer matrimonio igualitario celebrado en un juzgado de Costa Rica. Fue el 26 de mayo del 2020, cuando entró en vigor una sentencia de la Sala Constitucional que eliminó la prohibición y Costa Rica se convirtió en el primer país centroamericano que permitía el matrimonio entre personas del mismo sexo.
También él fue el abogado que, valiéndose de un error del Registro Civil, y en una clara muestra de rebeldía social, casó a una pareja del mismo sexo en el 2015, cuando era prohibido. Esa acción le valió una denuncia penal y la suspensión como notario.
Pero volvamos a la infancia de este homre que se ha dedicado a defender los derechos de comunidades excluidas y marginadas. O más bien, volvamos a su adolescencia. En el colegio tuvo noviazgos con jovencitas para disimular su orientación sexual.
“Cuando ya la cosa (del noviazgo) se iba poniendo seria, yo cortaba y me buscaba otra, así anduve por mucho tiempo”, recuerda en su casa llena de libros jurídicos, diplomas y reconocimientos por defender derechos de la diversidad sexual.
Castillo asegura que por mucho tiempo ocultó tan bien su orientación sexual –por la presión social de aquella Costa Rica conservadora, mucho más de lo que es hoy– que cuando se encuentra a algún compañero de la escuela o el colegio le dice: “Lo tuviste bien oculto, jamás lo imaginamos”.
Años de cambio
Fue a partir de la década de los noventa que dejó de esconderse y comenzó a aparecer en la televisión y en los diarios pidiendo derechos para la comunidad LGBTIQ+, aunque él prefiere llamarla “diversidad afectiva, sexual y de género”.
Dos de los logros que más satisfacción le han dado, según cuenta, es haber ayudado a conseguir que a los pacientes con VIH les entreguen los antirretrovirales, de manera gratuita, en la Caja Costarricense de Seguro Social (CCSS); y que la discriminación por orientación sexual sea considerada delito en el Código Penal.
“Y obviamente el matrimonio igualitario”, resalta.
“No se puede negar que hemos tenido avances, que hay más tolerancia incluso de la sociedad, pero hay retos urgentes; por ejemplo, la discriminación hacia la comunidad trans, que es la más vulnerable y excluida entre todas”, dice el abogado y activista, quien durante muchos años fue el líder del Movimiento Diversidad.
Marco Castillo es el mayor de ocho hermanos (seis hombres y dos mujeres), quienes crecieron en Cartago. Hijos de un agricultor de arroz y palmito y de un ama de casa que estoicamente se dedicó al cuido de sus hijos y de tres más que acogió en su casa con mucho amor.
Entre sus hermanos hay pintores, agricultores, comerciantes, filósofos, periodistas, editores de libros y defensores de derechos de la niñez. Castillo se hizo abogado y notario público por circunstancias de la vida, pero lo primero que quiso ser fue médico y comenzó a estudiar Medicina en la Universidad de Costa Rica.
Sin embargo, ya se estaba desencantando con la carrera –tras una visita al área donde los estudiantes hacían prácticas con cadáveres–, cuando su papá lo llamó a una reunión urgente y le dijo que tenía que irse a Liberia a trabajar en la siembra de arroz, pues la familia no estaba pasando por un buen momento económico.
“Para mí fue un alivio porque yo me había percatado que de la medicina no era mi vocación. ¿Te imaginas decirle a papá que iba a dejar esa carrera? Papá me dijo que si la situación económica mejoraba volvería a la universidad”, cuenta.
Al mundo laboral
Pero jamás volvió a la carrera de Medicina. Ingresó a laborar en 1965, a los 22 años, al Ministerio de Trabajo, en la Dirección de Bienestar Social (que luego pasó al IMAS), como distribuidor de alimentos y auxiliar de contabilidad.
Luego pasó a la Oficina de Salarios como analista ocupacional, después fue jefe de esa dependencia, luego secretario del Consejo Nacional de Salarios y por último, se desempeñó como jefe de despacho del ministro.
Por esa época ya era un activo dirigente de la Asociación Nacional de Empleados Públicos y Privados (ANEP), organización de la que llegó a ser director ejecutivo, pero ahí fue discriminado y obligado a dejar su cargo por su condición sexual.
“Un día, mientras se estaba en el proceso de elegir a una nueva directiva, yo escuché como hacían gestos de hablar como mujer y caminar como mujer para referirse a mí”, relata Castillo, ahora riéndose porque en junio pasado la ANEP le pidió perdón por aquellas discriminaciones y lo eligió miembro de honor.
“Lo que más me emocionó no fue el hecho de que me hayan pedido perdón fue percatarme que la lucha que hemos dado durante tantos años, desde 1986, de alguna manera ha tenido efecto, que hasta la ANEP ahora tiene grupos de diversidad”, dice emocionado.
Más tarde Castillo volvió a la universidad. Se graduó como bachiller en Leyes en la Escuela Libre de Derecho, y de abogado y notario en la Escuela Santo Tomás de Aquino. Desde entonces no ha parado.
El casamiento de Jazmín y Laura
En el 2015, Jazmín Elizondo y Laura Flórez tenían años de convivir en unión libre.
Una de ellas enfermó y el seguro médico de la otra no pudo ser utilizado para cubrir sus gastos. Iniciaron procesos para reclamar sus derechos, pero fue en vano.
Elizondo tenía un error en su certificado de nacimiento: decía que era un varón. Ellas idearon entonces, casarse como una pareja heterosexual y buscaron a un notario
Pensaron en Marco Castillo, quien ya era una figura de respeto como luchador por los derechos de la diversidad sexual.
Castillo contó que Elizondo y Flórez llegaron a su oficina y le contaron el plan. Él les dijo que sí.
“Yo me atuve a la certificación y las casé, no fui a buscar al libro de nacimientos ni nada, quizás y me encontraba que la equivocación estaba en la certificación digital, mejor no busqué”, dice.
“Pero lo hice ya consciente de que la Corte Interamericana de Derechos Humanos (Corte IDH), había dado dos o tres sentencias sobre Colombia y Chile, estableciendo que una relación entre personas del mismo sexo constituye una familia y que la Constitución (de Costa Rica) dice que la base de una familia es el matrimonio. Yo dije: ‘Estoy basado en la ley internacional cuando las casé'”, argumenta.
Suspensión y boda
Castillo casó a la pareja e inscribió el matrimonio en el Registro Civil. Pero todo eso le trajo consecuencias. Fue acusado penalmente y lo suspendieron 15 años como notario. La suspensión está en apelación. La acusación penal fue desestimada por la Fiscalía.
Para entonces, ya Castillo había recurrido, junto a su entonces pareja y su ahora esposo, a la Sala Constitucional para cuestionar la legislación que prohibía el matrimonio entre personas del mismo sexo, a la luz de la opinión consultiva de la Corte IDH, la cual exigía al país reconocer el matrimonio homosexual sin ningún tipo de discriminación.
La petición fue atendida el 8 de agosto del 2018, cuando los magistrados constitucionales determinaron que esa ley era inconstitucional y discriminatoria, y le dieron 18 meses a los legisladores para hacer las reformas correspondientes.
La Asamblea Legislativa no hizo ninguna reforma y el plazo que dio la Sala IV se venció el 26 de mayo del 2020.
Marco Castillo se casó con su pareja, el sociólogo Rodrigo Campos, ese mismo día en el Juzgado de Familia de Desamparados. Fueron el primer matrimonio igualitario celebrado en un juzgado costarricense.
La familia
Castillo dice que ha sido un hombre feliz. Jamás sintió discriminación en su familia. Sus hermanos, cuñadas, cuñados, su hijo y sus nietos lo han apoyado.
Y aunque en sus primeras intervenciones en la televisión –reclamando por los derechos de la población LGBTIQ+– le ponían una distorsión en la cara, supuestamente para ocultar su identidad, sus familiares muchas veces le dijeron: “Te vimos en la tele”.
A sus padres nunca les confesó nada porque ambos murieron muy jóvenes. Eso sí, les dejó claro desde muy temprana edad, cuando le preguntaban si se iba a casar y a tener hijos, que nunca se casaría y que si le volvían a preguntar, no iba a regresar de visita a la casa.
Un día, en un almuerzo familiar, su mamá quiso volverle a preguntar, pero su padre acabó con la platica diciendo: “De ese tema no se vuelve a hablar aquí, porque Marco dijo que si se le volvía a preguntar, no iba a volver a esta casa y yo no quiero que él deje de visitarnos”.
Y jamás se volvió hablar del tema.