Los tuits de Raquel por la vida son rajados. No se dejan nada porque ella lo entrega todo en cada hilo de mensajes en el que comparte con cientos de seguidores su convivencia más íntima con un cáncer de mama metastásico no curable.
Como buena aprendiz de Viktor Frankl, autor de El hombre en busca de sentido y padre de la logoterapia, Raquel por la vida, o Raquel Mechoulam Villalobos, tomó al cáncer por los cuernos y le dijo “aquí estoy, ¿qué es la vara?”, un día de febrero del 2022 al decidir contar su historia “hasta el cansancio”.
“No le vamos a tener miedo a este bicho”, escribió en la primera entrada de su blog, hace más de un año, cuando tomó la determinación de poner en blanco y negro su nueva vida. “El bicho”, como le llama, es el que más bien parece tenerle miedo al espíritu portentoso de esta mujer.
Por eso, sus seguidores en redes sociales han conocido su dolor y su miedo, pero también su agradecimiento por cada detalle que la vida le regala, como las fotos que muchos le envían de los viajes que ya Raquel no puede hacer desde que esta enfermedad le interrumpió su sueño de recorrer el mundo.
De Frankl, quien sobrevivió a los campos de exterminio nazi, Raquel aprendió su actual forma de vida: “a uno le pueden quitar todo, te podés enfermar pero no te pueden quitar la forma de vivir esas cosas. Esa autonomía de cómo hacerle frente a la vida es lo único que tenemos en las manos”, dice.
A la Raquel de hoy la conocen por su diario con el cáncer que miles siguen por Twitter, Instagram o en su blog. Pero, ¿quién era esta joven mujer antes del cáncer? Y, ¿cómo la ha transformado esta enfermedad?
‘Creo en milagros’
Administradora de empresas con una maestría en Gerencia de Proyectos, Raquel Mechoulam Villalobos se define como una mujer independiente y llena de sueños y planes, heredera de la vocación trabajadora de emigrantes griegos que se afincaron en la zona sur del país hace muchas décadas.
Reconoce que su vida ha sido privilegiada: “Tuve unos papás de orígenes humildes. Mi papá, José Alberto Mechoulam, fue hijo de emigrantes. Mi abuelo, José Mechoulam, llegó a este país con una mano adelante y otra atrás. Tanto él como mi abuela, Leca Papayorgo, eran griegos pero se conocieron acá.
“Fue gente muy muy trabajadora. Nosotros venimos de la zona sur. Ahí fue donde mis abuelos paternos se asentaron. Empezaron en fincas hasta ser comerciantes. Junto a los árabes del lado panameño, mi abuelo empezó lo que hoy se conoce como Paso Canoas. Él fue presidente de la primera Cámara de Comercio. Si usted habla en Canoas de los Michulán (así nos dicen) todo el mundo sabe quiénes eran mi abuelo y mi papá”.
El trabajo también es herencia materna. Su abuelo materno, Rogelio Villalobos, fue trailero, y su abuela Margarita Huertas se dedicó a la gran tarea de criar hijos; entre ellos, a su mamá, Vilma Villalobos, quien después impulsó en su descendencia la única herencia que les podía dejar: el estudio.
La menor de los hijos de Vilma y José no les quedó mal porque, según reconoce, siempre fue una nerda (de las estudiantes más destacadas por sus buenas calificaciones). Estudió en colegios privados, habla inglés fluido y bastante alemán, pues fue de intercambio a ese país a los 17 años.
Estudiar Administración de Empresas colocó a Raquel en el mundo de las transnacionales, donde sobresalió en puestos de dirección. La experiencia de más de dos décadas ahí es la que hoy le permite convivir con los cambios que un diagnóstico de cáncer metastásico no curable trajo a su vida.
“Yo no era solo la directora de operaciones, también tenía bajo mi responsabilidad el desarrollo de gente y de líderes”, comenta al tiempo que recuerda cómo la operación de un tobillo por un accidente tres años antes del cáncer, que la obligó a andar en silla de ruedas y a aprender a caminar, le abrió las puertas del activismo por las personas con discapacidad.
El año más duro de su vida
Un año después de casarse con Olger Alfaro, la vida de Raquel Mechoulam dio un giro de 180 grados.
“En el 2019 fue cuando mi vida se vio totalmente interrumpida. Apenas iba por la mitad. A mis 39 años tenía muchos sueños. Me faltó mucho por conocer del mundo. Yo toda mi vida me enfoqué en mi carrera profesional y en conocer el mundo, nunca quise hijos. No era un anhelo, pero en algún momento pensamos en la adopción.
“Fueron conversaciones que se quedaron a medio palo cuando llegó el cáncer porque esto definitivamente le cambia a uno la vida”, cuenta.
El diagnóstico se lo confirmaron un 28 de octubre, dos semanas después de que su papá falleciera de un paro cardíaco y mientras su mamá luchaba contra otro cáncer de pecho. “Sí ,fue una película de horror”, dice.
Después del primer anuncio de “tiene cáncer”, siguió una mastectomía (extirpación quirúrgica de la mama) y quimioterapia. “Yo dije: ‘¡Aquí vamos hacia el año número cinco para que me digan que estoy en remisión!’ Fue cuando volví a mi trabajo. Justamente cuando voy a volver, en marzo del 2020, declaran pandemia y nos encierran”.
No habían pasado 11 meses de estar en recuperación del primer diagnóstico cuando los médicos, como suele pasar, le dieron a Raquel Mechoulam otro noticia sin mayor anestesia emocional: los dolores en la cabeza y huesos y las dificultades para respirar que experimentó por varias semanas los causaba un tumor cerebral cosecha del cáncer de mama.
Metástasis en grado IV. Incurable. Pensión por enfermedad y alejarse del trabajo para siempre.
“Para mí el golpe más duro fue cuando me declaran la metástasis. Ese fue el momento más difícil. No fue fácil. Pasé varios meses enojada con Dios, preparándome porque pensé que ya me iba a morir.
“Sumado a eso, tenía una cicatriz en la cabeza de donde me sacaron el tumor. Me volvió a salir otro tumor al mes y me irradiaron toda la cabeza. Fueron meses bastante difíciles donde yo estaba muy enojada”, contó Raquel en una conversación remota para este artículo, de casi una hora, el jueves 27 de abril.
Ese día amaneció con náuseas provocadas por el tumor. Pero al pasar de las horas se sintió mejor y pudo conversar. Luego, según tuiteó, “fui al salón a cortarme el pelo y me empecé a marear horrible. Mi esposo (Olger Alfaro, con quien está casada desde el 2018) me trajo al cuarto, puso el abanico y cerró cortinas.
“Me sentí mejor y comí un poquito de avena. Me volvieron los mareos y volví a vomitar. Qué dicha que mañana empezamos el proceso porque este tumor (espero que siga siendo solo uno) me va a volver loca”.
Raquel Mechoulam se refiere a una nueva posibilidad de tratamiento que le dio la Caja Costarricense de Seguro Social (CCSS), de hacerse radiocirugía. Es decir, recibir radioterapia más dirigida hacia su tumor. El planeamiento de la nueva terapia se inició el viernes 28 de abril, en el Centro de Radiocirugía Robótica.
La quimioterapia oral a la que pudo tener acceso para tratar la metástasis es parte de los tratamientos por los que ha tenido que luchar. No lo ha hecho sola. A su lado ha estado la Asociación Segunda Oportunidad de Vida (Anasovi).
“Pelearon por mí, lograron el medicamento y me han acompañado. Por eso esta valentía mía de berrear y pelear por los pacientes no me nació solita. Lo he aprendido con ellas”, destacó.
Un video con su relato, de diciembre anterior, en el que no pudo contener las lágrimas por la angustia de un tomógrafo dañado en el Hospital Calderón Guardia, donde la atienden, se difundió de sus redes sociales a todos los medios que publicaron su denuncia.
Misión de vida
De ser una mujer independiente, directora en transnacionales y viajera por el mundo, Raquel Mechoulam encontró en su cáncer una nueva motivación, en la que está inyectando su experiencia de más de dos décadas dirigiendo equipos.
Más allá de las redes sociales, su misión también la lleva a empresas que le piden charlas para motivar, informar o acompañar en temas como cáncer y resiliencia. Las empresas la contactan desde su perfil en Linkedin.
Se trata de acompañamientos gratuitos. El único pago que Raquel pide es ayudar al Hogar Gary, fundado por una pareja que perdió a un sobrino de cáncer y que tiene un sitio para hospedar a enfermos y sus acompañantes mientras reciben los tratamientos en San José.
“Siento que todo esto es mi misión de vida, acompañar a otras personas. Es una misión que Dios puso en mi corazón. Lo siento muy muy claro”, cuenta y agrega que, diariamente, medita con el rezo del rosario.
“Me siento con una larga lista de toda la gente por la que estoy orando. La leo antes de empezar el rosario. Siento que esta fuerza que yo tengo viene de Dios, de eso que no podemos explicar, y eso sí lo pongo recurrentemente en mis redes sociales para que la gente no me diga ‘la admiramos’. Yo soy solo un vehículo”, aclara.
Inevitable preguntarle sobre la muerte. Cuando le dieron el diagnóstico de metástasis y ella y su esposo preguntaron por el pronóstico de vida, los médicos no le dieron ninguno: podían ser meses o años. No saben. Pero a Raquel hoy le resulta indiferente porque vive no el día, “la hora”.
“A raíz de la muerte de papi y por mis creencias, veo ese paso hacia la muerte como la libertad, el liberarme de los dolores. El volver a reunirme con mis seres queridos. Con mi abuelita que la quise como mi segunda mamá, con la fe de que mi papá es el que me va a estar esperando.
“Cuando pienso en esa promesa que tenemos los cristianos de la vida eterna, lo pienso hasta con una sonrisa en la cara porque siento que es libertad. No es que me estoy queriendo morir. Yo quiero seguir disfrutando a mi esposo, quiero seguir viviendo pero no le tengo miedo a lo que sigue porque ese es el dibujo que me he pintado de lo que viene. Es lo que creo en mi corazón y no me da miedo”.