Las estadísticas abruman. Según estudios globales, divulgados por la firma de consultoría Innovare, ocho de cada 10 nuevos productos fracasan en el mercado. Además, solo el 27 % de esos lanzamientos cumplen con las metas de ganancias.
Esta realidad afecta a grandes y pequeños por igual. Uno de los casos más sonados ocurrió a finales de los años 90 e inicios de la década del 2000, cuando la crisis tocó la puerta de un gigante de origen europeo dedicado a la fabricación de juguetes.
En un esfuerzo por innovar y mantener su ritmo de ventas, triplicó el número de productos que ofrecía; sin embargo, las cifras no calentaron, los costos de producción subieron y por primera vez en su historia registró pérdidas.
Nada es para siempre
¿Qué pasa cuando las empresas se dan cuenta de que comercializan productos en vías de extinción o dan servicios que terminarán caducando debido a los avances de la tecnología?
“Pensemos en Blockbuster (famosa cadena de alquiler de películas), que desapareció porque su modelo de negocios perdió relevancia, se volvió obsoleto, y no lograron reinventarlo para poder seguir existiendo”, explicó Mario Morales, consultor internacional y gerente general de Innovare.
Es la lógica de la vida, que dicta que nada es eterno. “Las empresas no crecen para siempre. En el camino surgen competidores y nuevos modelos de negocios”, agregó.
Cuando una compañía llega a su límite natural, es común escuchar propuestas como los concursos de creatividad o las lluvias de ideas para “reinventarse”. La verdadera innovación va más allá de eso.
El riesgo de esos aguaceros de pensamientos novedosos radica en que pueden terminar como insumos para lanzamientos sin futuro.
Desde luego que es bueno tener ideas, pero, para que sean exitosas, deben estar acompañadas de análisis previos, así como definición de objetivos y estrategias.
Es un proceso en el que hay permanente medición; de lo contrario, su empresa acumulará una larga lista de novedades, seguramente muy atractivas, pero poco rentables.