José María Gutiérrez jose.gutierrez@ucr.ac.cr
Como parte de la cultura, la actividad científica debe trascender los estrechos límites de los especialistas, pero ¿cómo hacer ameno e inteligible un lenguaje, como el científico, que tiende a especializarse cada vez más? La difusión de la ciencia es una tarea noble pero infrecuente. No es común encontrar en Costa Rica personas dedicadas a la investigación que divulguen el fascinante mundo de la ciencia.
Una excepción es el doctor Edgardo Moreno Robles, renombrado investigador de las Universidades Nacional y de Costa Rica. Desde hace varios años, Moreno se ha dedicado a escribir artículos sobre la ciencia y sus alcances, y los ha publicado en la revista dominical Áncora.
Felizmente, la Editorial Tecnológica de Costa Rica ha recopilado 41 de ellos en un reciente libro: Humanos y monos. Ensayos sobre la ciencia y sus manías.
Se ha dicho que la esencia del acto creativo, tanto en ciencia como en arte, consiste en encontrar la unidad entre elementos aparentemente dispares, en descifrar interrelaciones no evidentes. Esto es, precisamente, lo que logra el autor en su libro.
Partiendo de fenómenos al parecer aislados, curiosos muchos de ellos, Moreno logra develar las relaciones ocultas que hay entre hallazgos científicos, eventos históricos, prejuicios culturales y evocaciones afectivas.
¿Qué tienen en común la evolución de los homínidos, el altruismo, la mentira, la aparición del sexo, la domesticación del perro, el uso del chile, el lenguaje y la visión, la inmunidad, la malaria, el botox, Al Capone, la clonación, santa Teresa de Jesús, Linus Pauling y los sueños? La obra de Moreno discute estos y muchos otros temas, que podrían percibirse como inconexos, pero que encuentran una acuciosa unidad en sus escritos.
A lo largo de los ensayos, el autor muestra talento para entretejer relatos originales, los que contribuyen a comprender y descifrar aspectos de la vida actual y pasada, al ser explicados por la ciencia. Destaca el esfuerzo para encontrar esas conexiones subyacentes, y para hacerlo con un lenguaje que apasiona y que captura la atención del lector. Su escritura incluye una buena dosis de humor, algo poco usual entre quienes escriben de ciencia.
La variedad de asuntos es amplia, pero la lectura del libro permite descubrir un hilo conductor alrededor de un tema que ha apasionado al autor desde sus épocas de estudiante: la evolución orgánica. Gran cantidad de fenómenos son abordados desde la perspectiva de la evolución, haciendo eco de una célebre expresión del biólogo Theodosius Dobzhansy: “Nada en la biología puede ser comprendido si no es a la luz de la evolución”.
La teoría de la evolución por medio de la selección natural, una maravilla de síntesis lograda por Charles Darwin hace más de 150 años, se nos presenta en estos ensayos de forma lúcida y sugerente, con ejemplos concretos que abarcan fenómenos muy diversos del mundo biológico.
Sin embargo, la obra recupera también temas de interés histórico y social, invitando a forjar puentes entre las ciencias naturales y las sociales, y entre las ciencias y otros ámbitos del conocimiento.
Destaca también la capacidad del autor para abrir los temas científicos al plano de los valores, mostrando que la ciencia tiene mucho que aportar a los candentes debates éticos de nuestro tiempo. ¡Cuán urgente es la necesidad de establecer puentes dialógicos entre las comunidades de trabajadores intelectuales de las ciencias, las artes, las letras y la filosofía, y entre la ciencia y la política! La obra de Moreno invita a estos encuentros.
Esta colección de escritos marca una pauta en nuestra comunidad académica y cultural, y llama a promover renovados esfuerzos de comunicación de la actividad científica a auditorios sociales amplios. Por su calidad, profundidad y estilo literario bien logrado, el libro Humanos y monos debería ser lectura de rigor en colegios y cursos de repertorios en nuestras universidades.
El libro también debería leerse en círculos comunitarios que quieran aprender de ciencia y disfrutar el placer del conocimiento. Ello contribuiría, sin duda, a que la ciencia sea percibida como la actividad apasionante e inquietante que es, como un elemento esencial de nuestro patrimonio cultural.
El autor es investigador del Instituto Clodomiro Picado y catedrático en la Facultad de Microbiología de la Universidad de Costa Rica.