El tiempo, como una araña alada, crea telarañas en el pensamiento, y no recuerdo bien los detalles de la entrevista que tuve con Guido Fernández, entonces director de La Nación, una lluviosa tarde de creo junio o julio del año 1968 cuando me pidió que colaborara con artículos para la recién creada Página 15.
Con Guido me unía una amistad estrecha, que no ha vencido ni la distancia ni el tiempo, desde que, a mi regreso de mis estudios en Nueva York, compartimos horas de trabajo y charlas literarias en el viejo edificio del Diario de Costa Rica. En los dos influyó mucho entonces la presencia, como una gigantesca sombra, de don Otilio Ulate, magnífico periodista y mejor presidente, pero luego cada uno siguió su camino hasta que nos encontramos de nuevo en La Nación.
En realidad ya para entonces yo tenía una relación semilaboral con el periódico ya que su antiguo director, don Ricardo (Cacayo) Castro me había pedido que colaborara con una sección de teatro que firmaba con el seudónimo MMM y algunas crónicas especiales, como una sobre un viaje a la Isla del Coco, que fue la base de un pequeño libro, y otro a Cuba, financiado por La Nación, que produjo cuatro largos artículos.
Aunque antes y después de la entrevista con Guido he escrito en diferentes secciones de La Nación, como Viva, la Revista Dominical y Ancora, es en la Página 15 donde he encontrado un verdadero hogar. Es en esta sección donde he podido expresar mejor mis ideas, equivocadas o no. Y en la cual no he dejado de escribir en forma regular durante 28 años, algo que creo nadie más ha hecho, ya que todos los otros escritores que iniciaron conmigo esta colaboración han desaparecido por varios motivos, incluyendo el más poderoso: la muerte.
Por cierto que un periodista que, creo, inició sus colaboraciones varios años después fue Manuel Formoso, quien fue mi compañero en la redacción de La Tribuna en tiempos de grandes estrecheces económicas. Recuerdo que teníamos que escribir sobre todo, hasta sobre quién nacía o cumplía 15 años o se casaba y en el caso mío era además fotógrafo y tenía a mi cargo tres secciones semanales, una sobre cine, otra sobre teatro y otra literaria. Y las largas conversaciones nocturnas, a veces interrumpidas por borrachos o maridos ofendidos, o por prostitutas (algunas apenas entrando en la adolescencia) y hasta por ladronzuelos que llegaban a quejarse de la "brutalidad policial", con su padre, don Manuel Formoso, hombre íntegro, imagen paternal, amigo más que jefe, de una inteligencia aguda y viva que hubiera podido producir una gran fortuna si él hubiera querido usarla en negocios pero que prefirió dedicarla a labores más nobles.
Durante estos 28 años he tenido una relación bastante estrecha con los directores del periódico, primero con Guido Fernández, luego, por un corto período, con Adrián Vega y desde su nombramiento con Eduardo Ulibarri. También la he tenido con los diferentes encargados en la Página 15 comenzando con Enrique Benavides y en la actualidad con Julio Rodríguez. De todos he recibido apoyo y comprensión, aún en momentos difíciles. Me refiero a algunos artículos míos que han producido reacciones adversas (dichosamente no unánimes) sobre todo las que han tratado temas religiosos o sexuales. Recuerdo un artículo, "Religión y sexo" que produjo innumerables cartas, algunas en favor, pero la mayoría en contra, incluyendo algunas que amenazaban con cancelar suscripiciones del periódico si se publicaba otro artículo mío. Si publicara hoy de nuevo este artículo sucedería algo parecido a lo que pasó con la película El bebé de Rosemary que el Arzobispo de entones logró que se prohibiera su exhibición y ahora se exhibe libremente o a lo más con una advertencia de que es inconveniente para niños.
También recuerdo un artículo en el cual me burlé de dos diputados que se habían retado a duelo (no sé si con pistolas o con espadas). Este ridículo proceder no les pareció tan ridículo a los "padres de la patria" y casi me llevan a mí también "al campo del honor".
Finalmente están los artículos en los cuales me he atrevido a criticar algunas ideas del Papa actual, lo cual algunas personas, sin analizar mis pensamientos, han considerado como una verdadera blasfemia. Pero son las ideas y no las personas las que son eternas. Y las ideas deben rebatirse con ideas y no con insultos.
Han sido 28 años de compartir con los lectores mis ideas, mis creencias y mis emociones. He vivido con La Nación, que considero también un ser vivo, no simplemente una empresa comercial. Como todo ser vivo, nació hace 50 años y ha crecido y florecido con el abono de la aceptación del público. Pero, al contrario de todos los otros seres vivientes, espero que nunca la alcance la muerte.