Uno de los destinos turísticos preferidos aquí por los extranjeros es la casa de Óscar Arias, últimamente conocida también como “el nido del águila”.
Ubicada en el bulevar de Rohrmoser, esa casa es la mejor referencia nacional para orientar geográficamente a la gente, así sea que esta se dirija, por ejemplo, a Caimital de Salsipuedes de Burica, pues alguien siempre le indicará que ese lugar queda “de la casa de Óscar, 457 kilómetros al sureste”. Y también para guiar a los aviones, cuyos pilotos suelen sacar o meter el tren de aterrizaje justo cuando sobrevuelan tan famosa morada.
Pero, más allá de un punto de partida para no extraviarse, la casa de Óscar despierta la curiosidad de los turistas que entran a verla, al igual que, en otros países, sucede con la casa de Tom Cruise, de Mozart o de Drácula, por lo que no es de extrañar que, muy a menudo, frente a la del exmandatario se apiñen los buses de turismo como se apiñan en un chinamo de chorreadas, o reserva natural de tucanes y garrobos.
El tour tiene una trayectoria bien definida: una vez que se apean del chunche, los turistas le toman fotos a la fachada principal de la casa. Entre tanto, un sirviente de Óscar vuela al patio a descolgar de los alambres la ropa tendida del premio Nobel, no vaya a ser que una media rota o pijama con dibujitos de Snoopy se pasee en la olla de leche. Ya con luz verde, los turistas visitan primero el Salón de Fotografías, donde Óscar aparece retratado con las más grandes celebridades mundiales, como Demi Moore, E.T., Chirac, Matrix, Bill Clinton, King Kong, Beckham, y el personal de Al grano. (Los turistas preguntan por la foto de Maripepa, pero nadie da razón de ella).
Después, todos pasan a la habitación privada de Óscar, donde se exhiben la almohada, vivero de sus más profundos devaneos, y sus pantuflas preferidas, tipo chinela, que, al andarlas, suenan “chalap, chalap…”. Acto seguido, se trasladan al comedor, donde se les ofrece un fresco’e sirope con gallo de mortadela. Tras la breve pausa, se les conduce a un lugar de ensueño: el Salón de los Espejos, que reproducen infinitamente la imagen del expresidente en su pose favorita, o sea, frotándose el dedo meñique izquierdo con los de la mano derecha.
Luego se les invita a que vivan el clímax del tour : ¡el Premio Nobel de la Paz 1987!, ante el cual los turistas hacen meditación trascendental. A los que se impresionan demasiado les dan más fresco’e sirope o mortadela (a elección del paciente) para reponerse o acabarse de fregar. De ahí pasan al recinto contiguo, donde habita la emblemática paloma de Óscar, al pie de cuyo encierro se lee el letrero: “Descansa en paz”. (Debe de ser porque ahora él le da más pelota al águila). Y, ya al final, matizada por el aroma de un incienso importado, el grupo recorre la excelsa Sala de Aplausos, donde se escuchan todas las ovaciones recibidas, hasta ahora, por Óscar.
El tour es de gratis: la única condición es, antes de salir, elevar un minuto de aplausos por el ánimo de Óscar. Amén.