Existen una serie de factores que nos inclinan a pensar que una apertura democrática es posible en Cuba, más tarde o más temprano.
Las tendencias hacia la mundialización, la interdependencia y la globalización van a entrar en Cuba minando el poder y la hegemonía de los hermanos Castro. Asimismo, la tendencia mundial a considerar la democracia como el sistema de gobierno y de vida más legítimo va a llegar algún día a la Isla. También, la tendencia mundial hacia las economías de mercado que, en su momento, ingresó a la extinta Unión Soviética, a los países del Pacto de Varsovia e, incluso, a China y Viet Nam.
Procesos como la caída del Muro de Berlín, la disolución de la Unión Soviética y las revoluciones democráticas en la Europa Central y del Este demostraron que el cambio desde sistemas marxistas-leninistas de partido único hacia sistemas democráticos son posibles cuando la voluntad popular se define por ese camino.
Tercera ola de la democracia. La llamada “tercera ola de la democracia” llegó a todos los países de la América Latina y al Caribe a partir del 1978, con la sola excepción de Cuba, pero es razonable suponer que un país relativamente pequeño y con una economía modesta, que subsistió primero con el patrocinio de la Unión Soviética y luego con la subvención de Venezuela –la cual tiende a debilitarse–, se unirá tardíamente a esa tercera ola.
Dentro de la Isla es creciente el papel de la Iglesia católica, de la masonería, de organizaciones de la sociedad civil y de las redes sociales como nuevos actores de la Cuba del siglo XXI. Algunos estudios de opinión realizados recientemente por el Centro de Estudios Latinoamericano (CESLA), de la Universidad de Varsovia, han descubierto una brecha generacional en la Isla, según la cual los jóvenes se manifiestan individualistas, desencantados con el régimen, sin interés en los ideales revolucionarios que encarna el Partido Comunista, y con una posición reclamatoria frente al statu quo. Esos jóvenes generalmente aspiran a viajar y a salir de Cuba para buscar nuevos horizontes.
Mientras tanto, la clase política cubana no muestra, de ninguna manera, inclinaciones hacia los valores o creencias de la democracia, aunque algunos de sus integrantes sí tienen una tímida inclinación hacia ideas de apertura económica semejantes a las que se ensayaron en países socialistas como China y Vietnam.
La socióloga polaca Ewelina Biczynska realizó recientemente un estudio de opinión entre los cubanos emigrados a los Estados Unidos, y nos informa de que, ante la pregunta de por qué salieron de la Isla, un 89% dicen que “para buscar la libertad”. Y luego, cuando se les preguntó sobre el tipo de libertad que buscaban, un 38% dijo que la “libertad espiritual”; un 30%, la “libertad moral”; un 24%, la “libertad en general”; un 20%, la “libertad económica”; un 12%, la “libertad política”; un 11%, la “libertad intelectual”… y así sucesivamente. En resumen, no fue el factor económico, sino la libertad, el motivo principal por el cual salieron de Cuba.
El tema de la libertad está cada vez más fuertemente arraigado no solo en los emigrados, sino en las nuevas generaciones de cubanos que, en general, ya no parecen identificarse con la ideología marxista-leninista y castrista, que es la dominante, sino con valores y modos de vida más centrados en la libertad del individuo.
Los sueños de libertad y democracia de los próceres cubanos como José Martí y Antonio Maceo, que hoy son las banderas de la disidencia democrática cubana, constituyen elementos de presión hacia una apertura democrática que, más tarde o más temprano, tocará las puertas de la Isla. ¿Quo vadis, Cuba? Algún día, hacia la libertad, la tolerancia y la democracia.