Estamos celebrando 185 años de vida independiente. Ciento ochenta y cinco años. En términos históricos eso no es mucho tiempo. Somos, todavía, un país joven y, como tal, debemos aprovechar esta celebración para reflexionar sobre el significado de esa independencia.
No puede ser, desde luego, que estas celebraciones se nos vayan convirtiendo en mera rutina o símbolo vacío, en otra fiesta más, otro feriado más, con sus desfiles y sus faroles, con su pompa y con su antorcha, pero sin aquello que da verdadero sentido a una celebración como esta: la memoria histórica.
Una memoria histórica que nos permita entender la magnitud de la gesta que celebramos; que nos haga recordar con admiración la valentía y la visión de aquellos hombres y mujeres de Centroamérica que, hace 185 años, se atrevieron a darle la cara al mundo y asumir la enorme responsabilidad de ser naciones independientes.
Ser independientes no significa simplemente que otros no nos manden; que no sean otros quienes tomen por nosotros nuestras decisiones.
Ser independientes es eso y más: es asumirnos como dueños y únicos responsables de nuestro propio destino. Ser independientes significa asumir permanentemente la responsabilidad de seguir construyéndonos como país, como sociedad, como comunidad. Ser independientes no es un dato ni un título, sino una vivencia cotidiana que conlleva una profunda responsabilidad histórica: en cada momento, ser independientes nos exige estar a la altura de los tiempos, superando temores y vacilaciones para tomar aquellas decisiones que nos permitirán, hoy como ayer, ser un miembro exitoso y soberano de la comunidad mundial.
Memoria histórica. Por eso la memoria histórica no tiene que ver solamente con el pasado. La memoria histórica es mucho más que un recuerdo: significa ser capaces de seguir viviendo hoy esa independencia. En un mundo distinto, frente a una realidad y unos retos distintos, ante las oportunidades y riesgos de un siglo que se inicia al mismo tiempo esperanzador y angustiante; tener memoria histórica significa ser capaces de seguir construyéndonos con la misma audacia y dignidad con la que nuestros abuelos iniciaron, hace 185 años, esta hermosa aventura.
Ser independientes y entender lo que esto significa es especialmente importante para los jóvenes. Para esas muchachas y muchachos que, en estos días, han recorrido el territorio centroamericano pasando de mano en mano esa antorcha simbólica.
Somos países jóvenes, sí, pero somos sobre todo países de jóvenes. Y si algo significa ser joven es, precisamente, aprender a ser independiente: ¿qué más es la educación, sino la construcción de esa independencia personal? ¿Qué más es la educación, sino el proceso mediante el que cada niña, cada niño, cada joven se va construyendo como persona, como ser autónomo e independiente, como individuo capaz y dispuesto a asumir los retos de su propio destino y las responsabilidades de un destino colectivo: el de su familia, el de su comunidad, el de su país, el de su región y, cada día con más urgencia, el de su planeta?
Educar no es más que construirnos en esa independencia, una independencia que implica, sobre todo, responsabilidad. Podemos decir que la independencia no se celebra, sino que se vive a diario. La independencia no se gana de una vez y para siempre, se gana en cada instante. Hoy, que celebramos esos 185 años de vida independiente, hagámoslo renovando ese compromiso vital con la independencia: más que celebrarla, ¡asumámosla!