Es un artista japonés, singular, independiente, cuyos grabados en blanco y negro vi por casualidad en una exposición retrospectiva en el Museo de Arte de la ciudad de Kumamoto, en la isla de Kyushu, Japón. En abril de 1979 me detuve en dicha ciudad para entrevistar a un eminente médico japonés, profesor de la famosa Universidad de Kumamoto. Mi viaje se motivó en la investigación que estaba realizando sobre el Japón de posguerra, época en la que se dieron muchos cambios en ese país y, entre ellos, los efectos de la rápida industrialización en años de gran crecimiento económico.
Después de terminar lo que había dispuesto hacer en esa ciudad, busqué el Museo de Arte, como acostumbraba hacerlo siempre. En la puerta había un gran cartel en blanco y negro que mostraba un soldado con un rifle cuyo cañón se apoyaba debajo de la barbilla de quien lo sostenía, con el pie puesto en el gatillo. Era el anuncio de una gran exposición del artista Hamada. Ya ese anuncio en la puerta del Museo me produjo una fuerte impresión.
Grito de denuncia. Recorrí las salas del Museo, en el que se exponía la numerosa producción de grabados en blanco y negro. Silenciosamente fui mirando con gran emoción, porque su obra era un grito de denuncia contra la guerra y, más aún, de los horrores de la invasión japonesa a China. También había protestas contra armas más modernas, tal vez no usadas en la guerra sino-japonesa. Antes de salir compré el catálogo de la exposición con fotografías de algunos de sus grabados y bastante texto en japonés, sin traducción al inglés. Mi poco conocimiento de esa lengua me impedía leerlo. Cuando regresé a Tokio, le mostré el catálogo a la profesora que venía tres veces por semana a darme clases en la Casa Internacional –donde me hospedaba–. Le pregunté quién era ese grabador, y me explicó que se trataba de un artista muy independiente, enemigo de la guerra y profesor de arte en Kumamoto. Cada año, con motivo del aniversario de los bombardeos atómicos a Hiroshima y Nagasaki por parte de Estados Unidos, tragedia imposible de narrar para quien no haya visitado los museos de la bomba atómica en esas ciudades, el grabador Hamada es a veces entrevistado por la televisión japonesa por ser testigo y denunciante de los horrores de la guerra, de cualquier guerra.
Conmovida, tomé la decisión de escribir al señor Hamada para decirle la impresión que me había causado su arte ya que, por ser hija de padre chino, guardaba siempre un sentimiento negativo hacia los ejércitos japoneses que invadieron la tierra de mi padre. Además, le confesé que su arte me había liberado de tales sentimientos, al comprender que también los invasores fueron víctimas de la maquinaria militar que los adiestró, que los preparó para ir a matar, como se sigue haciendo en todos los países que mantienen ejércitos poderosos.
Crueldad obligada. ¿Conocemos acaso la angustia y el sufrimiento de los jóvenes obligados a la crueldad contra seres inocentes? Todo eso lo pude saber gracias a la traducción al inglés que me hicieron mi profesora y un grupo de sus amigos japoneses.
Unas semanas más tarde recibí la respuesta de Chimei Hamada que me explicaba que, por no saber inglés, no me había podido contestar con prontitud hasta encontrar quién le tradujera la carta. Poco tiempo después recibí la llamada del director de una galería de arte en Tokio, quien me transmitió el mensaje del artista Hamada porque llegaría a Tokio en una fecha determinada. Así pude conocerlo y conversar con él por medio del director de la galería en la que iba a presentar su exposición. Entonces pude decirle lo que había sentido al ver su obra y el bien que me había hecho como fuerza liberadora de sentimientos negativos. Desde ese momento confirmé lo que ya intuía: el gran poder liberador del arte.