Para algunos, cualquier cosa es ser una mujer; para otros, la mujer es cualquiera cosa, pero de su propiedad. Para otras, la mujer es arrebato, apropiación, éxito y ganancia, o todo lo contrario: silencio, recato y sumisión.
Son pocos los que dicen cómo es ser una mujer de la mayoría, la que consigna la imagen viva de la pobreza, a la que le cantan los reguetoneros, la que no factura ni tiene cintura estrecha y pasa a engrosar la llamada feminización de la pobreza en el mundo.
Mujeres cabeza de familia, estómago de familia o cuerpo de familia viviendo al día con sus propias vulnerabilidades sin que nadie argumente si son mujeres o no, porque la mujer es sinónimo de pobreza en sí misma. Renuncia y vigilia.
Al cuidado de los hijos y los padres, el padecimiento de las enfermedades tantas veces causadas por el agotamiento, la falta de un trabajo digno, la supervivencia a punta de precarización económica y la relación de sojuzgamiento, no queda mucho tiempo para que se estampe la firma en ninguna factura y, mucho menos, para aprender y declarar los impuestos y tomarse fotos reales.
Las mujeres que no facturan siguen siendo la mayoría del planeta y no pareciera muy atractivo como tópico reivindicativo de derechos a no ser para estudios académicos o reportajes antropológicos.
Niños, ollas, atención
Caras arrugadas, manos encallecidas, malos olores en sus habitaciones por falta de drenajes adecuados, ropa puesta varias veces y mucho menos champú para el pelo, maquillaje para la cara o plataformas para los pies.
Mujeres rodeadas de niños que piden atención, ollas por lavar o sujetas a una pareja abusiva en un estado de sitio permanente, tampoco son temáticas atractivas para las otras mujeres que sí facturan o que son mujeres por el puro gusto de serlo.
Nadie sube a la pobreza en una carroza, nadie da besos en las noches de carnaval a una mujer que no tiene dientes porque no puede pagar un dentista, ni lleva a las manifestaciones públicas a esas pequeñas y oscuras mujeres de las montañas que limpian los inodoros de las ciudades, como diría un cronista inglés.
Y son las cuatro patas de la mesa del mundo. Mujeres invisibles sosteniendo el statu quo sin saberlo, trabajando para otros que a su vez trabajan para otros que piensan que el mundo está mejor porque lo ven en las redes en sus casas, donde nunca verán las patas, las bases que sostienen a sus propias redes.
Mujeres que no saben multiplicar ni dividir, cansadas de no tener, de no ser, de no vivir, que se organizan y poco a poco construyen un paisaje mejor para todas y todos.
Una red de apoyo en la venta de productos, unos préstamos con menor interés, una conciencia extendida del cuidado familiar al de la comunidad y el planeta. Una administración encomiable de sus pocos recursos, donde es imposible gastar en confites o rompopes.
Organizadas y educadas
Un activismo que ha movido la historia sin grandes titulares ni nombres con la suma de mujeres (con glándulas de mujer, como diría Simone de Beauvoir) que hartas de no ser escuchadas, que rebeladas ante el hecho de nacer sin ningún privilegio más que el dar vida (y que es envidia histórica de muchos) deciden unirse para cambiar lo que antes se creía incambiable. A pesar del látigo, de la muerte, de la venganza, de la tortura, del encierro, las mujeres se organizan y se educan.
Hay días para toda celebración o conmemoración. Hay días que ni suman ni restan y días en que se nos olvidan las horas. Días en que compramos regalos y encendemos velas. Días en que vemos fotografías y recordamos. Días en que decimos que no es ningún día especial porque todos los días son para hacer de ellos una nueva versión. Una versión más lúcida e independiente del mercado, donde sea visible el papel del tejido cotidiano hecho por las mujeres que, además de tejer el hilo de la historia entre pueblo y pueblo con sus acciones, lo hace cuando denuncia, cuando recupera a sus nietos de las dictaduras, cuando es la voz de otras, el cuerpo de otras y el empuje de otras.
Porque el manto silencioso que ayuna obligadamente sin intermitencia alguna es el que cobija al mundo y da la cara por un futuro mejor, y es el que también nos cobija a todos nosotros en las casas, en los caminos solitarios y en las fronteras de Babel.
La autora es filósofa.