La reciente cumbre de la OTAN en Vilna concluyó con el compromiso de admitir a Ucrania cuando la guerra con Rusia termine. Aunque los beneficios del ingreso de Ucrania a la alianza están bien establecidos, y la mayoría de los miembros de la OTAN ven a Ucrania como futuro integrante, todavía no hay consenso respecto de un ingreso inmediato.
Pero Ucrania y los miembros actuales no serían los únicos beneficiarios potenciales. La entrada de Ucrania a la OTAN puede beneficiar incluso a Rusia (cuyo pretexto para la invasión fue impedir la ampliación de la alianza), ya que le permitiría gastar menos recursos en producir y almacenar armamentos.
Es verdad que la obsesión del Kremlin con restaurar el Imperio ruso no desaparecerá de un día para el otro, pero tal vez no influiría tanto en la toma de decisiones. Lo mismo que el ingreso reciente de Finlandia, cuando el de Ucrania sea un fait accompli, dejará de ser tema de discusión.
El ingreso de Ucrania sería una mala noticia para el presidente ruso, Vladímir Putin, y sus aliados, pero puede ser muy beneficioso para los ciudadanos rusos. Aniquilado el sueño de restauración imperial, a la futura dirigencia rusa le resultará cada vez más difícil usar una retórica revanchista y aislacionista para consolidar el poder.
Además, la presencia en Moscú de un gobierno moderno y con la mirada puesta en el futuro puede prevenir la aparición de un escenario de “Rusia de Weimar”, donde un Estado derrotado y económicamente paralizado se convertiría en caldo de cultivo para aspirantes a tirano.
Los costos de la guerra
Calcular los costos directos de la guerra de Rusia contra Ucrania es difícil, pero incluso estimaciones por lo bajo hablan de un perjuicio económico inmenso. Se calcula que en los últimos veinte años, Rusia gastó miles de millones de dólares en equipamiento militar (obuses, proyectiles, tanques, aviones de combate, helicópteros, etc.); esos recursos se hubieran podido usar para invertir en servicios públicos esenciales como educación y atención de la salud.
Pero es probable que los costos indirectos sean mucho mayores que los directos. El régimen de Putin lleva años tratando de aislar la economía rusa de los mercados financieros internacionales, lo cual le provocó un enorme debilitamiento desde finales de la primera década del siglo XXI, similar al prolongado estancamiento económico (zastoy) que padeció la Unión Soviética bajo Leonid Brézhnev.
La pérdida de producción e ingreso entre el 2009 y el 2022 equivale a cuando menos entre el 10 y el 15 % del PIB de Rusia. Y es probable que la invasión a Ucrania haya agravado los problemas económicos del país, aunque las cifras oficiales del PIB apenas muestran una caída del 2 o el 3 %, las ventas minoristas en el 2022 se redujeron un 6,7 %.
Además, las cifras del PIB no muestran el cambio estructural de la economía rusa hacia una sustitución de importaciones regresiva, en un contexto de éxodo masivo de trabajadores cualificados. Los preparativos para la guerra en Ucrania costaron al país miles de millones de dólares, pero es probable que revertir las pérdidas económicas posteriores (directas e indirectas) tome décadas.
Es verdad que la entrada de Ucrania a la OTAN no anulará el daño causado por Putin a la economía rusa, pero hará que una vez terminada la guerra, priorizar la producción militar por sobre el crecimiento económico sea mucho más difícil de justificar. Además, garantizada la seguridad de Ucrania, el regreso de Rusia a los mercados globales será más fácil, rápido y seguro; su recuperación económica se acelerará, y la Rusia de posguerra no podrá aprovechar sus lazos comerciales para financiar futuras agresiones.
Estalinismo a la Putin
En su brillante biografía de Iósif Stalin, el historiador Stephen Kotkin hace una exposición meticulosa del uso que hizo el dictador soviético de la percepción de amenazas externas para hacerse con el poder y consolidarlo. El martilleo incesante de advertencias sobre inminentes invasiones extranjeras e insurrecciones promonárquicas se usó para justificar la prohibición de partidos opositores y silenciar el disenso dentro del Partido Comunista.
Con el pretexto de erradicar el espionaje extranjero, Stalin realizó varias purgas dentro de la élite y aterrorizó a la población. Cualquiera que se le opusiera era catalogado de inmediato como agente de una potencia extranjera enemiga.
La brutal represión soviética se calmó un poco después de la muerte de Stalin en 1953, pero el clima de paranoia que caracterizó su gobierno persistió por generaciones: la dirigencia soviética posterior usó políticas aislacionistas y una acumulación agresiva de poder militar para consolidar el poder.
Esta estrategia estaba condenada a fracasar, y lo hizo. El gasto militar exorbitante fue una de las causas principales del derrumbe de la Unión Soviética en 1991. Mientras millones de personas tenían que hacer fila para conseguir pan, huevos y azúcar, la URSS dedicaba recursos ingentes a fabricar tanques y misiles. El complejo militar‑industrial soviético tenía tanto poder político que el gasto en defensa se mantuvo elevado incluso cuando se volvió evidente que era insostenible. Al final, el presupuesto militar no lo redujo un decreto oficial, sino la disolución del Estado.
A la receta de Stalin, Putin le añadió otro ingrediente. Para mantener controlada a la dirigencia del Partido, Stalin apeló al terror. Putin se valió de la codicia, ya que usó el gasto militar para convertir a sus amigos en multimillonarios. En el último decenio, los que planificaron y ejecutaron la guerra contra Ucrania (desde el mismo Putin hasta el ministro de Defensa Serguéi Shoigú, el secretario del consejo de seguridad Nikolái Patrúshev y varios ministros) y sus familias se han vuelto extraordinariamente ricos.
Putin y sus secuaces también sacaron provecho de la guerra en sí. Hace poco, el Financial Times informó que el hijo de Pátrushev estuvo implicado en la expropiación de activos rusos a las grandes empresas alimentarias extranjeras Carlsberg y Danone. Además, el incremento incesante del presupuesto militar ruso desde 1999 fue acompañado por un aumento de la parte clasificada como secreto de Estado.
El manto de secretismo que cubre el gasto militar de Rusia permitió a fabricantes de armas rusos mantener márgenes de ganancias que serían inalcanzables en condiciones de mercado normales. El primer año de la guerra en Ucrania reveló los efectos de la corrupción generalizada en el complejo militar‑industrial ruso (por ejemplo, soldados mal entrenados y equipamiento que solo existe en los papeles). Sin embargo, las altas figuras que se beneficiaron con esta guerra corrupta siguen atornilladas a sus puestos.
Los simpatizantes de Putin suelen afirmar que sin él Rusia perdería la guerra en Ucrania. Pero en realidad, Rusia la perderá porque es una guerra criminal, iniciada por un gobernante que construyó un régimen ultrapersonalista y militarizado, centrado en la ambición (suya y de sus cómplices) de conservar el poder y enriquecerse. Si Ucrania se une a la OTAN, a Putin y a futuros líderes similares les costará convencer a los rusos de la necesidad de semejante gasto militar.
La debilidad la alentó, la fuerza la disuadirá
Estudiosos de los asuntos internacionales como Stephen Walt (de Harvard) y John Mearsheimer (de la Universidad de Chicago) sostienen que las políticas de Rusia hacia Ucrania y otros países vecinos son consecuencia y no causa de la ampliación de la OTAN. Pero la invasión rusa refutó este argumento. Aunque Rusia señaló la ampliación de la OTAN como justificación para invadir Ucrania, la anexión de cuatro regiones ucranianas en setiembre del 2022 demuestra que esta es una guerra de conquista. Los funcionarios rusos insisten en negar la existencia del Estado ucraniano, así como los funcionarios nazis y soviéticos se negaban a reconocer el Estado polaco en 1939.
Lo cierto es que la guerra de Putin contra Ucrania aceleró la ampliación de la OTAN, ya que motivó a Finlandia y Suecia a abandonar su tradicional neutralidad y pedir el ingreso a la alianza, casi de inmediato después de la invasión. Finlandia se unió en abril, y Suecia está lista para ingresar en los próximos meses.
Aunque estos hechos suman 1.340 kilómetros (832 millas) a la frontera entre Rusia y los países de la OTAN, la respuesta de Moscú ha sido limitada. Agitar el fantasma de la expansión de la OTAN sirvió a Putin como herramienta de propaganda, pero Rusia no la considera una amenaza grave. Y aunque el posible ingreso de Ucrania sigue siendo valioso como consigna en un contexto de crecientes dificultades para Rusia en el campo de batalla, su utilidad disminuirá cuando la guerra termine.
Es posible que los intereses de Rusia sean lo último en lo que deban pensar quienes decidirán el ingreso de Ucrania a la OTAN (Ucrania misma y los miembros de la alianza). Pero la entrada de Ucrania proveería beneficios reales a Rusia.
En primer lugar, fortalecer la seguridad de Ucrania mejorará la de los países vecinos (incluida Rusia). Será el tiro de gracia para el imperialismo ruso y traerá así un bienvenido alivio a la ciudadanía rusa, que padeció los costos de las vanas ambiciones de Putin. Y, sobre todo, el ingreso de Ucrania a la alianza puede actuar como elemento de disuasión contra un futuro Stalin o Putin al que lo tiente la idea de apelar al aislacionismo y al militarismo para obtener poder y conservarlo.
Konstantin Sonin es profesor en la Escuela Harris de Políticas Públicas de la Universidad de Chicago.
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