Lo que denuncio en este artículo es mi último recurso para que se eliminen gollerías, abusos y excesos que benefician a la cúpula del Banco Centroamericano de Integración Económica (BCIE), institución de cardinal importancia para el desarrollo de la región y que cuenta con un «staff» técnico capaz y comprometido.
Luché contra esa situación, sin mayores éxitos, durante más de tres años, respetando las antidemocráticas normas de confidencialidad con que se autoprotege el Banco. Hoy hago pública la situación, con la esperanza de que la prensa independiente de los países socios, la ciudadanía responsable y la sociedad civil organizada presionen a los gobiernos de esos países para que eliminen los abusos de quienes mandan en el BCIE.
Hace unas tres décadas se había escuchado que las remuneraciones de los directores del BCIE eran absurdamente elevadas. Como el tema no volvió a surgir, era de suponer que había sido corregido hacia la baja. Fue al asumir el cargo que me enteré de los abusos y despilfarros de ese órgano directivo, nombrado por quienes gobiernan en los países socios.
Esto ha sido posible porque el BCIE, por medio de directores y gobernadores, desde el principio, adoptó un antiético régimen de confidencialidad, con severos castigos para quienes lo violen. Las jerarquías del BCIE le tienen pavor a la divulgación de ciertas normas y ciertos hechos porque algunos de ellos no serían tolerados por la opinión pública. Pero el BCIE es propiedad de Estados; no es una empresa privada. Debe regirse por las reglas de transparencia que la democracia exige a todo lo estatal.
Desde mis primeros días, me percaté de ofensivos lujos y ostentaciones a disposición de los directores. Parecía que me había incorporado a un banco de alguna de las economías petroleras del golfo Pérsico. Esos excesos son incompatibles con los fines desarrollistas del BCIE y con los ingresos de la mayoría de los habitantes de la región, sus dueños.
Los directores, nombrados a dedo, disfrutan de una remuneración base de $11.449 mensuales. A esto se agregan bonificaciones, las cuales elevan el ingreso en cerca de un 65 %, exonerado de todo impuesto. De acuerdo con la legislación tributaria de la mayoría de nuestros países, para ganar un salario neto como el que recibe un director del BCIE, el salario bruto debe superar los $25.000 mensuales. A los directores que trasladan su residencia a Honduras se les dan $2.000 mensuales adicionales por concepto de desarraigo.
Además, pueden contratar un asistente ejecutivo, un asistente administrativo, una secretaria y un chofer; viajan a cualquier país socio a costa del Banco sin pedir permiso a nadie y sin tener que reportar resultados, acompañados por algún miembro de su «staff»; disponen de un vehículo de lujo todo terreno, el cual puede utilizarse para asuntos personales (en el caso de Costa Rica, encontré que tenía a mi disposición tres: dos Prados y un Volvo).
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Nadie controla si toman vacaciones, con un aliciente para no reportarlas: al final de la gestión, los días a que se tiene derecho (dos al mes) y que no se disfrutan, son pagados por el Banco.
Los directores pueden gastar en comidas, licores, gimnasios privados, bocadillos y bebidas para la oficina, todo prácticamente sin límites.
Durante las visitas para las sesiones mensuales, son hospedados en las suites del hotel más caro de Tegucigalpa, se les provee de lujosos almuerzos y se paga doble viático por algunos rubros.
Es normal que se hagan reuniones fuera de Honduras, las cuales acarrean costos extras elevados. En Navidad, el presidente del Banco, nuestro subalterno, agasajaba con caros regalos financiados por el Banco y se hacían fiestas onerosas, donde se pagaba transporte aéreo y viáticos por un día completo a todo el personal de fuera de Honduras.
Sobra decir que no disfruté de esos ni de otros excesos. Doné, desde que recibí mi primera quincena, una parte significativa de mi salario al Estado costarricense (la suma total que doné asciende a varias decenas de millones de colones), devolví miles de dólares en viáticos al BCIE, de cuatro personas a que tenía derecho solo contraté una, nunca gasté ni un centavo en alimentos para la oficina, hice que se vendieran dos vehículos, nunca utilicé para asuntos personales el que mantuve, y a partir de mi segunda visita mensual a Honduras para asistir a las reuniones del Directorio, me hospedé en un hotel que me permitía ahorrarle $92 diarios al Banco.
Durante mi gestión, la dirección por Costa Rica gastó alrededor de un 50 % de lo que le han costado las direcciones de los otros países y de lo que gastaba cuando la dirigía mi antecesor en el cargo de director. En proporción a los gastos administrativos, el Directorio del BCIE cuesta cuatro veces más que el del BID o el Banco Mundial. Los ahorros que se pueden hacer —sin impacto en la calidad de la gestión— son sustantivos, como lo demostré con hechos.
Más relevante que mi propio comportamiento (el cual no debe sorprender a quienes me conocen y que solo menciono para ahorrar tiempo a los atacantes de rigor) es que desde el comienzo de mi gestión luché para eliminar esos excesos. Envié varias cartas con ese propósito, la primera el 10 de julio del 2018, a las cinco semanas de entrar al BCIE; la segunda, en octubre; y la tercera, en diciembre del mismo año.
Además, en múltiples ocasiones puse el problema en sesiones del Directorio. Convencido de que los abusos son posibles por la antidemocrática falta de transparencia que protege a la cúpula del BCIE, en varias oportunidades mocioné —sin éxito— para que modificáramos la normativa y se permitiera transparentar ante el público tanto la remuneración como los otros privilegios de los directores.
Aparte, con el apoyo y las instrucciones del presidente, Carlos Alvarado, informé a los gobernadores de Costa Rica de la situación y les redacté mociones para que presentaran ante sus colegas en las asambleas anuales, con el fin de que se corrigiera. Lamentablemente, los gobiernos de los otros países socios (con la excepción —un año— de España, Panamá y República Dominicana) se opusieron a esas mociones. Ello a pesar del intenso cabildeo llevado a cabo por el presidente Alvarado ante sus pares, mediante cartas y llamadas telefónicas, tarea en la que se involucró con entusiasmo el canciller, Rodolfo Solano.
La cultura de gasto y abuso ha permeado otras áreas del Banco. Así, los gastos en publicidad, viáticos, edificios, regalos a los que trabajamos en el Banco a un costo de decenas de miles de dólares (incluidos pines de oro de 14 quilates) han ido en aumento desde que Nick Rischbieth dejó la presidencia del BCIE.
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El nuevo presidente, Dante Mossi, y todos los otros directores, sin importarles la crisis económica causada por la pandemia, han incrementado el presupuesto administrativo ejecutado en alrededor de un 98 % (en dólares) del 2018 al 2021, muy por encima del incremento en activos y en cartera (aprox. un 30 y un 23 %, respectivamente).
Mossi, quien disfruta de un salario aún más elevado que el de los directores, ha abusado seriamente de los recursos del Banco. Algunos de sus actos serían considerados como corruptos por la opinión pública, si los llevaran a cabo un diputado, un ministro o un presidente de un país.
Como lo expresé en varias sesiones del Directorio, cuando los de arriba se sirven con cuchara grande, se pierde autoridad moral para impedir el abuso en el resto de la organización. Quizá ello explica por qué, a pesar del incremento en la pobreza causado por la pandemia —en una Centroamérica ya padeciendo mucha pobreza—, en el último año se otorgaron (únicamente con mi voto en contra) tres alzas salariales (una de ellas del 10 %) al personal del Banco.
En 61 años de vida del BCIE, ningún director de Costa Rica ni de los otros países socios levantó su voz. Directores nombrados por gobiernos democráticos, militares, cristianos y guerrilleros; hayan sido derechistas, neoliberales, centristas o de izquierda; de países socios ricos o pobres han disfrutado, calladitos, de estos y otros privilegios, con el conocimiento y la complicidad de los jefes de Gobierno que los han nombrado y de los ministros que se han desempeñado como gobernadores ante el Banco.
Cuando acepté el cargo creí que en un importante banco multilateral de desarrollo podría dedicarme a ser solo economista. Pero la cultura de abusos y despilfarro usufructuada y defendida a capa y espada por las cúpulas del BCIE, me llevó una vez más a luchar por la ética pública.
Logré ínfimas enmiendas, pero mayúsculas antipatías. Cuando se intenta destruir abusos, se fabrican enemigos, resentimientos y maquinaciones revanchistas. Ha ocurrido en mi vida pública dentro del país y lo experimenté en el BCIE. Sin embargo, denunciar está dentro de los deberes de todo funcionario. Por ello, estoy disponible para detallar con nombres y pruebas lo que sea necesario que sirva para demostrar (si este texto resulta insuficiente) que en el BCIE hay prácticas y normas éticamente vergonzosas.
El autor fue director por Costa Rica ante el BCIE del 1.° de junio del 2018 al 18 de julio del 2021.