La conversión del agua en vino, en las bodas de Caná, fue el primer milagro de Jesús. “Haced lo que Él os diga”, instruyó su madre a unos sirvientes, y la instrucción se convirtió en guía de los cristianos. El vino es básico para la celebración de la Eucaristía, pero también ha resultado de consideración en asuntos más mundanos.
En una escena de la película Los diamantes son eternos (1971), James Bond (Sean Connery) utiliza su conocimiento del vino para darse cuenta de que estaba enfrente de un enemigo que atentaría contra su vida.
Resulta que, mientras descansaba con una amiga en un barco, tocó a la puerta de su cuarto un mozo cuidadosamente uniformado, que dijo traer una comida para ellos, cortesía de los propietarios del barco. Pasó adelante, abrió una botella de Château Mouton Rothschild 1955 y le presentó el tapón de corcho a Bond, para que comenzara la cata.
Bond le dijo: “Es bastante potente. ¡No el corcho sino su colonia!”. Después de probar el vino, añadió: “Es excelente. Aunque para acompañar la deliciosa comida que nos ha traído, yo habría esperado un clarete”. “Por supuesto, pero nuestra cava no tiene claretes”, contestó el mozo.
De ese modo James Bond se dio cuenta de que el tipo no sabía de vinos, porque el que le trajo era un clarete, que es como los ingleses llaman al de la región de Burdeos, en Francia. Bond recordó también el aroma de la colonia y eso le ayudó a determinar que tenía enfrente a un enemigo, que en el carrito tenía una bomba y que el propósito de la visita era acabar con él. Pero no pudo, pues Bond se le adelantó, y quien fue por lana salió trasquilado.
El conocimiento de vinos salvó su vida una vez más y la de su compañera en la ficción.
Unos 200 años antes, el escocés Adam Smith, padre de la economía, había salvado a la humanidad de la ineficiencia de la autarquía mediante la promoción de la producción de conformidad con las ventajas comparativas de los países y el comercio internacional libre.
En su magna obra La riqueza de las naciones, Smith escribió que en Escocia era posible plantar muchas viñas y obtener muy buenos vinos por medio de cubiertas o vidrieras, paredes defensivas y otros sistemas de conservación; sin embargo, saldría 30 veces más caro que el de la misma calidad obtenido en otro país.
“¿Sería un estatuto racional prohibir allí la introducción de vinos extranjeros solo con el fin de fomentar la fábrica de clarete o del borgoñón en Escocia?”. Su respuesta fue un rotundo no.
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Actualmente, existe una notable tensión geopolítica y económica mundial. En Estados Unidos, tanto demócratas como republicanos consideran que quizá su país llevó más allá de la cuenta la estrategia de tercerización de la producción (outsourcing) y que eso los llevó a depender demasiado de, por ejemplo, China, y a experimentar un elevado déficit en el comercio con ella.
Muchos analistas abogan por adoptar cierta dosis de proteccionismo (aranceles, cuotas, etc.) por razones de seguridad, sobre todo, porque los servicios, más que los bienes, han adquirido enorme valor en el comercio internacional.
Por dicha, también han pensado en confiar porciones crecientes de la producción de insumos a países amigos cercanos (nearshoring) y esto podría favorecer a Costa Rica. Cinde, Procomer y Comex desempeñan un papel cardinal en la atracción de inversión extranjera directa, y no dudo que lo harán bien.
Por otra parte, es tradición global celebrar la llegada del vino beaujolais de Borgoña a la medianoche del tercer jueves del mes de noviembre. Este año fue el 18, y hace un tiempo una empresa distribuidora me preguntó si, como en el pasado, estaba interesado en adquirir algunas botellas del 2021, pues es un vino fresquísimo hecho con la uva gamay, para disfrutar esa noche.
El dato les era necesario para hacer el pedido. Les contesté que sí, que me trajeran unas cuantas botellas y todo pura vida.
La logística que requiere entregar en miles de destinos (Japón, China y los Estados Unidos figuran entre los principales) un vino recién producido es envidiable. Bien conocidos son los problemas de transporte internacional de carga que causó la pandemia y temía que este año no pudiera llegar a tiempo a Costa Rica el borgoñón beaujolais nouveau. Pero llegó, pues el medio de transporte utilizado es el avión, no el barco.
Y, con Adam Smith, mientras degusto el producto objeto de este comentario, pregunto: “¿Sería un estatuto racional prohibir la introducción de vinos extranjeros solo con el fin de fomentar la fábrica de clarete o del borgoñón en Costa Rica?”. ¿Qué tal si en Alemania, Inglaterra y otros países hicieran lo mismo con el café costarricense?
El autor es economista.