Hugh Hewitt, anfitrión de un pódcast conservador, preguntó al expresidente Donald Trump si al inicio de un segundo mandato se perdonaría a sí mismo o despediría al fiscal especial, Jack Smith, para poner fin a los juicios pendientes por la insurrección del 6 de enero del 2020 en el Capitolio y la posesión ilícita de documentos clasificados en su mansión de Florida.
Con la pregunta, Hewitt desnudó, sin querer, dos inconsistencias de la república norteamericana, ofensivas a ojos de la sensibilidad democrática más extendida. “Es tan fácil, tan fácil. Lo despediría en dos segundos", respondió Trump. El presidente de Estados Unidos manda sobre la Fiscalía y puede ordenarle poner fin a un proceso incluso si figura como imputado o puede, simplemente, despedir al fiscal especial a cargo.
La Constitución también concede al mandatario amplísimos poderes para perdonar cualquier delito. Trump ejerció esa potestad para salvar de la cárcel a varios de sus colaboradores, cuyos testimonios pudieron haberle causado daño en caso de una ruptura. No está claro si podría perdonarse a sí mismo, pero el debate es intenso y terminaría resolviéndolo la misma Corte Suprema de Justicia que sorprendió al mundo concediéndole un amplio fuero de inmunidad por delitos cometidos en ejercicio de sus funciones.
Esa, a ojos de la mentalidad democrática, vendría a ser una tercera inconsistencia de la república estadounidense, no incorporada al texto constitucional, pero derivada de él según la Corte, a la sazón dominada por una mayoría de seis magistrados conservadores, tres de los cuales deben el cargo a Trump.
Los abogados discuten si alguien podría pretender legitimidad para interponer una demanda contra el autoperdón, porque nadie podría demostrar un perjuicio personal concreto, pero el expresidente no piensa llegar hasta ese punto porque, como bien dijo, bastan dos segundo para hacer un despido.
Es tan fácil, tan fácil. Lo despediría en dos segundos
— Donald Trump
Los tres casos son imposibles de conciliar con un postulado básico del credo democrático: “Nadie está por encima de la ley". Si a esas tres inconsistencias sumamos la posibilidad de ganar la presidencia sin obtener la mayoría de los votos emitidos, hay razones para pensar que el genial diseño republicano legado a la humanidad por los fundadores de la primera república moderna necesita ajustes para incorporar mejoras alcanzadas en todos los rincones del mundo, sea en sistemas presidencialistas o parlamentarios, incluidas las monarquías constitucionales.
Armando González es editor general del Grupo Nación y director de La Nación.