Hace muchos años, en un lugar y un parlamento, un joven diputado, inesperadamente, se puso de pie y dijo, casi gritando: “Libertad, justicia y derechos. Que la riqueza sea distribuida equitativamente entre todos los que la producen y que desaparezca para siempre la pobreza. Para luchar por esto, todos nosotros estamos aquí. Por eso nos eligió el pueblo, para luchar. Si no lo hacemos, no hemos entendido para qué fuimos elegidos. Seamos consecuentes con el precepto constitucional: ‘El Estado procurará el mayor bienestar a todos los habitantes del país, organizando y estimulando la producción y el más adecuado reparto de la riqueza’”.
En una época más lejana, en Persia, en Grecia, los sabios discutían pensando en las distintas formas de gobierno y las redujeron a tres: monarquía, oligarquía y democracia, o sea, gobierno de uno, de varios y de todos; discusión —al parecer inacabada— que ha llegado hasta nuestros días.
La democracia, en principio rechazada y universalmente admitida ahora, confirma el antiguo temor de algunos filósofos que sostenían que la tendencia democrática siempre será hacia la oligarquización y la demagogia, cada vez con menos voluntad para conquistar sus ideales y objetivos.
Esta tendencia viciosa está confirmada por distintas realidades democráticas de nuestros días, incluida la de Costa Rica. No obstante, también tenemos que admitir que, a pesar de estas realidades negativas, la democracia continúa siendo el único sendero que conduce al mejor gobierno posible, porque permite rectificar cuando la demagogia, la oligarquía y la corrupción la convierten en el gobierno de ilegítimas minorías.
También vamos aprendiendo que para lograr la totalidad son necesarias las conquistas parciales, pequeños pasos, de tiempo en tiempo, según el lugar y las particulares posibilidades.
La época y la realidad marcarán lo que se puede hacer hoy. Este es el límite del campo de acción, lo que el tiempo está ofreciendo. Es improcedente pretender llegar a la otra orilla del ancho río en un solo salto.
Nada se podrá lograr si se pretende prescindir del tiempo, si hay prisa por llegar al futuro. Solo se puede actuar con las posibilidades y verdades de la época. El mañana lo conocerán los hijos y los nietos.
Única posibilidad
La época y la realidad marcarán lo que se puede hacer. Si se quiere continuar marchando hacia delante, la preocupación debe ser por lo que se pueda hacer hoy. Es la única posibilidad. Hay que aprender a construir el puente: esto es complicado, pero es lo único posible.
Si el gobernante descubre la oportunidad de su tiempo, debe convertirla en brújula para seguir marchando con seguridad. Cada generación, solo puede andar un trecho del largo sendero. Aun cuando las posibilidades que se ofrecen sean solo para comenzar, es prudente buscar la verdad y luchar por ella; así se dejará herencia y marca de segura directriz.
Recojo y comunico la lección que dio Felipe González después de catorce años de gobierno: “Cuando salgo a luchar por los derechos de los pueblos, marcho liviano de equipaje, nada más llevo tres herramientas, tres espadas, tres únicas verdades: libertad, igualdad y fraternidad”.
Aquí, en Costa Rica, por olvidar todo lo que fue su fundamento de origen, nuestra democracia está ausente de ideas, carente de propuestas, temerosa de todo, contenta de su posición en el furgón de cola.
Con veinticinco candidatos a la presidencia, un comentarista dijo que ahora el pueblo tiene dónde escoger, por quién votar. Pero no es cierto. Cuando una democracia ofrece tal panorama, lo que está demostrando es su enfermedad, su infección.
No es el número de candidatos lo que ofrece oportunidad de escoger mejor. Por lo general, la muchedumbre solo presenta mediocridad, y eso es lo que estamos apreciando: mediocridad política.
Todos tienen el remedio
Hizo bien el Tribunal Supremo de Elecciones al llamarlos para que expresaran lo que piensan hacer; cuáles son sus propuestas, sus ideas, su proyecto de gobierno y, casi llegando a la unanimidad, todos han expresado lo mismo, que se puede resumir en la siguiente frase: “Yo tengo el remedio para todos los males de este país”, que es como decir “seremos felices dentro de cuatro años, sin un solo problema porque las necesidades desaparecerán y, con ellas, desde luego, la pobreza”. El único país en América que no tendrá pobres, todos viviremos con mejor bienestar.
Desde luego, esta bella realidad no llegará. La más ramplona de las democracias será lo único que habremos presenciado. Sea cual sea el presidente que elijamos, no podrá solucionar uno solo de los grandes problemas nacionales, y no podrá porque carecerá totalmente de poder.
Mientras los diputados sean elegidos en la primera ronda y el presidente en la segunda, está dicho todo: a pactar con el más vivo de los minoritarios. Y otra vez, el gobierno de las minorías.
El presidente, al estar obligado a pactar, cederá y cederá, hasta el más grave de los ridículos, sin capacidad para nombrar ni siquiera a su propia secretaria. ¿Cómo es que hay tantos que desean exponerse a tal situación?
Si no fuera porque conozco a varios de ellos, podría afirmar que de lo que estamos padeciendo es de la más preocupante idiocia nacional, sabiendo que, para ella, no habrá vacuna posible. Lo que sí es cierto es que estamos en presencia de un mal altamente contagioso. ¿Qué hacer?
La más bella de las utopías
No propongo soluciones, no las tengo, pero sí sé que mientras no aprobemos el Estado laico muchos de los grandes problemas continuarán sin solución. No podemos seguir diciendo la tontería constitucional de que “la religión católica, apostólica y romana es la del Estado…”. Me parece que somos el único país en el mundo católico que declara, elevado a derecho público, que una institución tiene religión.
A pesar de todo lo que dejo expuesto, tenemos que acudir a la urna electoral el 6 de febrero. La única forma de defender la democracia política es votando. El sufragio universal, como lo hemos logrado, es el arma del ciudadano.
Sin sufragio no hay ciudadanía. El castigo para los que manifiestan que son apolíticos está en que dejan el camino libre para que los asuntos políticos terminen en las manos de los que solo pueden aportar los vicios.
Cuando se duda de la democracia, la alternativa es el régimen de fuerza. Defender la democracia política es defender la base de toda la dimensión social, económica y espiritual de la vida democrática plena, que es su consecuencia. El ciudadano costarricense debe preguntarse en este momento quién debe gobernar en un país cuyo pueblo levanta con orgullo la bandera de la democracia.
Sí, amigos costarricenses, mi generación, un día lejano, pensó que la democracia era posible. Mi consejo ahora, ochenta años más tarde, es que lo sigamos pensando. La utopía es siempre una verdad prematura, afirmó Lamartine. Por eso, la democracia es y será la más bella de las utopías. Democracia, utopía real.
Pensemos en la democracia y, cuando la pensemos, amémosla, y cuando la amemos, defendámosla; en este momento, será con el voto. Nunca dejemos de votar, aun cuando ese momento sea de tanta confusión, como el presente. Nunca, nunca, dejemos de votar.
La democracia siempre ha sido un sistema de dos pasos hacia delante y un paso hacia atrás. Ahora estamos en ese momento del paso atrás, pero votemos, y así nos preparamos para dar los próximos dos pasos hacia delante.
No olvidemos que los pasos del demócrata hacia atrás serán siempre mirando con firmeza y esperanza hacia el futuro. Algún día sabremos lo que significa la democracia: vivir sin explotación y sin temor, con absoluta fe en el mejor futuro para la humanidad.
El autor es abogado.