WASHINGTON, DC – Desde que existe la comunicación de masas ha habido desinformación y propaganda. Lo que ha cambiado es su velocidad y escala. Las plataformas de redes sociales han intensificado la difusión de las seudociencias y las teorías conspirativas, amenazando las instituciones democráticas de nuevas y aterradoras maneras. Basta solamente con escribir “Rusia” y “Trump” en Google para ver el impacto de las llamadas noticias falsas sobre la democracia. Pero puede que la mejor manera de luchar contra la desinformación sea seguir el ejemplo de Ucrania, país que ha enfrentado su propia lluvia de engaños financiados por Rusia.
En todo el mundo, la gente que cree que los hechos siguen importando está contraatacando. Las organizaciones noticiosas de Estados Unidos están reforzando sus posiciones, enfatizando prácticas periodísticas básicas como la verificación de fuentes y la comprobación de hechos. Además, los verificadores independientes y los comprobadores de hechos se han convertido en recursos importantes para el público.
Pero a medida que se difumina la línea entre quien produce las noticias y sus consumidores, se vuelve cada vez más difícil orientarse en la ciénaga de la desinformación. Si bien hay varias iniciativas (como los cursos de capacitación Checkology del Proyecto de Alfabetización Noticiosa y Factitious, un juego en línea que prueba la capacidad de los usuarios de identificar noticias falsas) que intentan reforzar la capacidad de filtrado de la gente, hasta ahora su impacto ha sido más bien limitado. Debido al sesgo de confirmación, la exposición a conceptos que entran en conflicto con creencias arraigadas pueden intensificar los supuestos, en lugar de llevarnos a revisarlos. Y, en un paisaje mediático en que hasta los políticos dependen de la minería de datos y las neurociencias para crear mensajes basados en la mentalidad de los votantes, es difícil distinguir la falsedad de la verdad.
En este contexto, capacitarse en “alfabetización mediática” (es decir, las habilidades para analizar y evaluar las noticias) se ha convertido en algo hasta sexi. Por décadas han existido programas de alfabetización mediática en los Estados Unidos, centrándose en asuntos como el sesgo mediático y el impacto de la violencia sobre los niños. Pero en la actualidad también significa navegar en un ecosistema de información cada vez más enrevesado. Y, como demuestra la experiencia reciente de mi organización en Ucrania, la capacitación formal en alfabetización mediática puede ser la mejor manera de ganar la guerra propagandística con motivaciones políticas y el auspicio estatal.
La guerra propagandística de Rusia en Ucrania, una campaña mediática bien financiada, con amplia distribución y gran nivel de sofisticación, ha continuado por años. El impulso ruso ha sido tan agresivo que, supuestamente, en el 2015 el gobierno ucraniano advirtió a los altos directivos de Facebook y a las autoridades del gobierno estadounidense que una estrategia similar podría emprenderse contra EE. UU.
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Facebook parece haber desoído la advertencia, pero las organizaciones de desarrollo de medios como la mía no lo hicieron. En octubre del 2015, los expertos de la ONG International Research & Exchanges BoardI (IREX), con el respaldo del gobierno canadiense y el apoyo de organizaciones locales de Ucrania, lanzaron un curso de alfabetización mediática de nueve meses de duración llamado Aprender a Discernir (Learn to Discern, o L2D). Mediante talleres de desarrollo de habilidades y campañas de conciencia de falsas noticias, intentamos dotar a los ciudadanos con herramientas para identificar las historias fabricadas desde Rusia. Los resultados fueron estimulantes.
Los participantes del programa informaron haber obtenido una mayor apreciación de lo que se necesita para consumir noticias más sensatamente. Por ejemplo, cuando encuestamos a la gente al comienzo del curso, solo un 21 % dijo comprobar “casi siempre” de varias fuentes las noticias que consumían, una tasa preocupante para un país en que los medios son pocos pero el consumo es alto. Tras la capacitación, el porcentaje ascendió a un 81 %.
También encontramos que el programa tuvo un efecto dominó: un 91 % de quienes lo recibieron compartió sus conocimientos con un promedio de seis personas, como familiares y colegas de trabajo. Se estima que se llegó indirectamente a 90.000 ucranianos.
El L2D se inspiró en principios desarrollados en EE. UU., pero se basó en metodología creada desde cero. En colaboración con expertos ucranianos, incorporamos patrones reales de consumo, uso compartido y producción de medios al diseño del curso. Lo que es más importante, impartimos habilidades de pensamiento crítico, enseñando a los participantes cómo seleccionar y procesar medios, no qué consumir.
Los formadores de L2D trabajaron centrándose en redes de colegas, desarrollando conocimientos y habilidades en base a relaciones de confianza. Los estudios demuestran que la lealtad a grupos sociales, además de una identidad y valores en común, tiene una gran influencia en lo que discernimos como cierto.
Quizás el rasgo más innovador del programa fue su énfasis en enseñar a los consumidores cómo detectar la manipulación emocional y desvincularse de tal información. En un país donde son muy intensas las emociones acerca de la influencia rusa, esta habilidad es esencial. Largo tiempo después del término formal de L2D, los formadores han seguido impartiendo programas de manera independiente, lo que refleja una creciente demanda por sus servicios. Los estudios realizados este año indican que también los alumnos siguen involucrados en combatir el fenómeno de las falsas noticias en su país.
Nuestra experiencia en Ucrania demuestra que un enfoque múltiple que aborde los niveles del pensamiento crítico, la psicología individual y grupal y la confianza social, proporcionan una mejor defensa frente a las falsas noticias que la simple comprobación de hechos.
Está claro que se debe trabajar más para impulsar un sano escepticismo entre los consumidores de noticias y aumentar la demanda de información factual. Pero la capacitación sobre alfabetización mediática puede ayudar, si se organiza teniendo en mente las necesidades locales. A medida que la desinformación amplía las amenazas a la democracia y se intensifica el debate sobre cómo desactivar las falsas noticias, los consumidores pueden reconfortarse en saber que con un poco de práctica se puede distinguir la diferencia entre los hechos y una ficción bien disimulada.
Tara Susman-Peña es asesora técnica sénior para medios en el Centro IREX para Enseñanza e Impacto Aplicados. © Project Syndicate 1995–2017