Hay una “burbuja social” que se mantiene hermética, cerrada a ponerse en contacto con la nueva realidad. Tal es su aislamiento, que ahí viven en la antigua normalidad, inmunes a la apaleada de la pandemia.
Ministros, rectores de las universidades públicas, sindicalistas y miles de funcionarios habitan en esa burbuja y les cargan todo el peso de la crisis a los trabajadores del sector privado, como comerciantes, hoteleros, industriales, dueños de restaurantes y bares, entre miles. Ellos, se declaran exentos.
En este colapso económico, los despidos, suspensiones de contratos laborales o reducción de salarios son, para los burócratas, asunto exclusivo de la burbuja del campo privado. Los cierres de negocios, también.
En esta dramática coyuntura, los empleados de Gobierno, deliberadamente, marcaron total distancia con la depresión. Los primeros son los rectores y sindicalistas. Estos la ven como “desgracia ajena” y se refugian en su burbuja de privilegios.
Desde ahí se niegan a cortar un cinco en el presupuesto de úes públicas y en los sobresueldos de 324.000 burócratas. Son genios para las excusas. Otra vez, es que la Constitución o las leyes lo impiden.
Tanto es su distanciamiento de la realidad social y económica que obvian el problema: los impuestos que financian sus salarios y pluses se vinieron al suelo. La guaca ya no da.
El hueco, solo este año, llegará a ¢1,2 billones. Obtusos. ¡Hay crisis! Rompan la burbuja y miren el caos en las burbujas de donde sale su alimento. Entiendan, por lo menos esta vez, que algo deben aportar para reflotar las finanzas públicas.
Intuyan que si el gobierno y los diputados fueran responsables lo procedente es reducir jornadas, rebajar salarios, despedir gente y cerrar o fusionar decenas de las 330 instituciones del inoperante Estado a cuestas de los otros 4,7 millones de habitantes.
Ni Hacienda ni los ciudadanos estamos obligados a lo imposible. Si los ingresos por concepto de impuestos se hundieron y el endeudamiento público alcanzó un nivel irresponsable (podría llegar al 67,9 % del PIB este año), lo consecuente es punzar la burbuja que los protege y aterrizar en la nueva realidad: no hay plata para tanta gente.
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