Sam Bankman-Fried comenzó la semana antepasada con una fortuna de $16.000 millones y una empresa valorada en $32.000 millones. Llegado el viernes, la compañía estaba en bancarrota y su fundador no tenía un centavo. No es su primera pérdida, porque en marzo poseía $26.000 millones, pero sí es la definitiva.
El desgarbado financista de 30 años vistió pantalones cortos y una camiseta para compartir escenario con el expresidente Bill Clinton y el ex primer ministro Tony Blair. Su pelo desordenado representaba para muchos un halo de genialidad, en consonancia con el estereotipo de joven maravilla de la industria tecnológica.
Las credenciales de Bankman-Fried en ese campo se forjaron en un lustro, primero con Alameda Research, una compañía de intermediación, y luego con FTX, una de las principales plataformas de compra y venta de criptomonedas, desarrollada en apenas dos años. Solo la implosión del imperio resultó más súbita.
Había señales, comenzando por la drástica reducción de la fortuna de Bankman-Fried en los ocho meses anteriores, pero, como en todos los casinos, los apostadores confiaron en la recuperación. El derrumbe repercutió sobre el volátil mercado de las criptomonedas. El bitcoin, la más reconocida, cayó un 21% encima de las pérdidas acumuladas desde los últimos meses del año pasado.
En El Salvador, un joven gobernante autoritario y populista, empeñado en identificarse con el estereotipo de visionario de la era digital, incluidas la pasión por las criptomonedas y la informalidad de la vestimenta, acentuada por una gorra de béisbol con la visera al revés, convirtió al bitcoin en moneda de curso legal e invirtió (¿apostó?) en ella cuantiosos fondos públicos. Desde las primeras compras de bitcoines de Nayib Bukele, en setiembre del año pasado, la criptomoneda perdió el 67% de su valor y El Salvador se empobreció en unos $70 millones, una suma enorme para un país en peligro de incumplir vencimientos de deuda por $667 millones en enero.
Cuando el bitcoin comenzó a caer en diciembre, Bukele presumió de haber aprovechado mejores precios para aumentar la inversión. Volvió a hacerlo en mayo. Cuando el FMI le sugirió reconsiderar, hizo caso omiso aunque le costara apoyo financiero internacional. Ahora, guarda silencio.
Bukele y FTX tienen en común la laxitud de los controles. Bankman-Fried se instaló en las Bahamas para evadir regulaciones estrictas. Bukele domina el Congreso y descabezó el Poder Judicial. Esa es la moraleja de la tragedia.
Armando González es editor general del Grupo Nación y director de La Nación.