Por razones que cualquiera sabe y es innecesario pormenorizar aquí, de unos años a esta parte me veo obligado a tomar café descafeinado, si es que quiero tomar café, ¿y quién no?
Obligado, sí. Es una de las numerosas privaciones que la vida impone, la vida saludable quiero decir, que más que añadir exige abstenerse de esto o de lo otro, un día sí y otro también, por una buena causa: porque llevar una vida en olor de buena salud precisa acatar dócilmente el consejo de los años y abandonar con donaire las cosas de la juventud, como aprendí de Max Ehrmann y no he olvidado. O también como en otra dirección dice la letra del tango de Homero Expósito que Roberto Goyeneche aseguraba que se iba a llevar a la tumba: “¿Sabes qué es vivir? Vivir es cambiar, en cualquier foto vieja lo verás…”
Así que cuando en privado me invitan a un café, pregunto: ¿Tiene descafeinado? Y como ahora suele suceder que nunca me invita gente de antes, porque casi toda ha desaparecido, resulta que las nuevas generaciones todavía no conocen ese tipo de café y la mayor parte ni siquiera sabe qué clase de majadería es esa.
Claro que en estas cosas, como en muchas otras, hay que andarse con cuidado. La posverdad y las verdades alternativas nos han invadido por todo lado: esas variopintas modalidades de la mentira o la falsedad que la Academia describe como la distorsión deliberada de una realidad con que se manipula para influir en nuestros comportamientos, y que ha devaluado la sensatez de la verdad y la conveniencia de la decencia.
Así que cuando estoy en un sitio público y pregunto lo mismo, si tienen café descafeinado, y observo que el camarero desvía la mirada y casi musita nerviosamente cuando responde con la afirmativa, sospecho que no es cierto, pero que poco le importan las delicadas implicaciones de salud que esa pregunta tiene y prefiere meterme gato por liebre. Como ocurre con la seducción de la posverdad, me dejo engatusar con tal de beber mi café y no una manzanilla.
Después de todo, pienso, la responsabilidad del engaño no corre por mi cuenta aunque yo asuma sus consecuencias; que es lo justo, si las preguntas lo mismo que las respuestas dan la verdadera medida de un hombre.
Carlos Arguedas Ramírez fue asesor de la Presidencia (1986-1990), magistrado de la Sala Constitucional (1992-2004), diputado (2014-2018) y presidente de la Comisión de Asuntos de Constitucionalidad de la Asamblea Legislativa (2015-2018). Es consultor de organismos internacionales y socio del bufete DPI Legal.