“Los ingresos por trabajo y rentas de la propiedad se mantienen sin variaciones significativas en términos estadísticos”. Esta oración en la página 29 de la nueva Encuesta Nacional de Hogares nos llama a tomar con prudencia la caída de la pobreza del último año. Si bien la noticia es bienvenida, es muy temprano para lanzar las campanas al vuelo.
La pobreza disminuyó 1,3 puntos porcentuales –a un nivel similar al del 2013– por dos factores específicos. Por un lado, cayó el costo de la canasta básica –la métrica utilizada para determinar si un hogar es pobre–. Esto ocurrió gracias a la casi nula inflación del último año, algo en lo que el gobierno merece crédito, ya que ha defendido a capa y espada la independencia del BCCR ante las fuertes presiones de la derecha mercantilista por devaluar el colón dizque para mejorar la competitividad de la economía.
Pero el principal factor detrás de la caída de la pobreza fue un aumento en los ingresos, tanto en términos per cápita (3,6%) como por hogares (2,4%). Esto sería motivo de celebración si no fuera por lo que nos indica la oración antes destacada: el crecimiento del ingreso no fue impulsado por el trabajo o la inversión, sino que fue mayormente el resultado de un incremento significativo en las transferencias estatales.
La cantidad de dinero destinado a ayudas familiares aumentó en un 14,3% desde el 2014 –y hay presupuestado un incremento adicional del 21,6% para el próximo año–. Esto demuestra una decidida apuesta asistencialista del gobierno. Según las autoridades, esta estrategia es condicionada y temporal, algo que solo el tiempo dirá si es cierto.
He ahí la razón para ser prudentes con estos resultados: para derrotar efectivamente a la pobreza se requiere que los ingresos por trabajo e inversión aumenten de manera sostenida en el tiempo. Esto se logra únicamente a través de un mayor crecimiento económico y su consecuente generación de empleo. Desafortunadamente, ambos indicadores muestran un desempeño inferior al promedio histórico reciente, con el agravante de que la delicada situación fiscal constituye una espada de Damocles sobre la estabilidad económica.
Sin duda debe alegrarnos que 10.400 familias menos sufran el flagelo de la pobreza, pero tengamos muy presente que esto se debió a medidas paliativas. Sabremos a ciencia cierta si la reducción de la miseria fue sostenible si dentro de unos años otro presidente anuncia que menos hogares reciben asistencia estatal.