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Casa cerrada

El pluralismo y la conversación en libertad solo son posibles en las sociedades que respetan los derechos individuales. Si los resentimientos guían nuestro voto, correremos el peligro de volver a vivir bajo la autocensura y el temor a la venganza

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La jerga económica llama “cisne negro” a un evento impredecible que puede tener consecuencias devastadoras y se caracteriza por ser extremadamente raro.

En enero del 2020, la posibilidad de que la enfermedad covid-19, ese “nuevo coronavirus que ha surgido en China”, se convirtiera en pandemia, hacía temer “el peor cisne negro” hasta entonces.

Aunque tan hermosa criatura no tenga la culpa de la estupidez ajena, hoy la analogía podría aplicarse a la guerra comercial de Trump, de no ser porque esta fue anunciada en su campaña electoral.

Pero, incluso considerando esto, el nuevo evento que estremece al mundo, un segundo mandato suyo, es peor porque trasciende el ámbito de lo económico e implica una devastación social y cultural.

A pesar de estar condenado y de encarar procesos judiciales por su conducta, su cinismo le facilitó enmadejar los sentimientos de varios sectores de la sociedad estadounidense –bien o mal fundamentados–, tras un proyecto de aspiración mundial que, por primera vez en varios siglos, busca devolver las sociedades a la des-Ilustración y a la premodernidad.

Se trata no solo de reponer las trabas al intercambio comercial como, salvando las distancias, imponía el monopolio monárquico a sus colonias, sino de restaurar una “jefatura de la casa” que subordina los derechos y las libertades individuales propios de las sociedades democráticas a una sola autoridad, idealmente la de una masculinidad tóxica como la del antiguo pater familias.

Esta es la complicidad que aproxima entre sí a los nuevos populistas como Putin, Trump y Chaves –para no alargar la lista–, así como a los partidos llamados republicanos, incluidos los europeos, y las agendas religiosas conservadoras.

Una serie de apremios existenciales como el desempleo, los ingresos insuficientes, la inflación, la exclusión de participar del presente y del futuro que implica el no contar con acceso a las habilidades requeridas por el nuevo mundo que se configura –como el inglés y las nuevas tecnologías–, suman a los resentimientos que hoy mueven a grupos de votantes.

Pero los avances logrados por el feminismo en cuanto a la igualdad política y social también tienen un peso en el malestar de ciertos electores, porque esos progresos son vividos como una agresión a la identidad masculina y como la pérdida de prerrogativas que presuponen legítimas.

Barack Obama entendió esto cuando Hillary Clinton perdió las elecciones frente a la primera campaña de Trump. Advirtió de que el Partido Demócrata no había sido sensible al malestar de los trabajadores blancos ante su pérdida de relevancia y de empleos a causa del cambio tecnológico y la globalización.

Y algunos hombres, como si se tratara de un juego de “suma cero” en vez de uno de “ganar/ganar”, se sintieron relegados, cuando no “feminizados”, es decir, “devaluados”, porque, paralelamente, las mujeres ascendían en los niveles educativos y en oportunidades de trabajo.

Ciertos refranes castellanos ilustran el modo machista de vivirse la masculinidad. “Yo soy el amo de la burra, y en la burra mando yo; cuando quiero digo ¡arre!, cuando quiero digo ¡só!”, es uno.

Pero también hay decires contemporáneos que lo reflejan.

Cuando el exdiputado y pastor evangélico Justo Orozco enfrentó a la justicia por acosar sexualmente a una muchacha que le pidió trabajo, pero que él intentó ingresarla en un motel, se defendió diciendo: “Yo soy un hombre”. Siendo candidato, Rodrigo Chaves quiso justificar su propio comportamiento hacia subalternas en el Banco Mundial aduciendo que se trataba de “diferencias culturales”. Y, hace muy poco, aseguró que no conocía las acusaciones de abuso sexual contra su exministro Mauricio Batalla, pero que, de haberlo sabido, no le importaban.

Así como no es inteligente negar las diferencias biológicas entre mujeres y hombres, tampoco lo es banalizar la necesidad de políticas como la acción afirmativa que proactivamente contribuye a la igualdad de oportunidades entre hombres y mujeres y, en general, entre personas hegemónicas y marginales.

Pero hoy vivimos un tiempo en el que hay quienes afirman tener la identidad de un gato; otros confunden el sexo biológico con la performatividad de género para batir récords sin fairness como “mujeres trans” en las competencias deportivas de mujeres y, en otros ámbitos, burlar la acción afirmativa que garantiza la representación de estas; otros más pretenden que el suelo en el mundo real es parejo no solo para ellos y ellas, sino entre las personas “blancas” y las que son pintadas de algún color por las primeras, etcétera.

Además, en el camino por buscar la justicia, la libertad y el respeto para todos los seres humanos, se cometen excesos absurdos con lo políticamente correcto, a tal punto que comportamientos fascistas como “cancelar”, “funar”, “quemar” o “escarchar” a quien piensa diferente ya no solo ocurren en las dictaduras de derecha e izquierda, como en el pasado reciente, sino a lo largo del espectro político de las democracias.

Manifestación del 5 de abril de 2025, en Nueva York, contra medidas del gobierno Trump
Manifestación del pasado 5 de abril en Nueva York contra las medidas de la administración Trump. Foto: Shutterstock (Shutterstock/Shutterstock)

Por eso, es importante recordar lo que diferencia a una sociedad democrática liberal, abierta y cosmopolita, al estilo de la propuesta rawlsiana, de una república “proteccionista” o de una “casa cerrada” como la que se apura en reinstalar Trump.

Recurramos al ejemplo de Costa Rica en la segunda mitad del siglo XIX. A diferencia de la sociedad colonial, que era controlada por una sola voluntad, sin libertad para expresar el propio pensamiento, casarse, divorciarse, comerciar y hacer lo que hoy damos por sentado, proliferan los bares, salones de tertulias y de baile, tabernas, fiestas, billares y hasta la prensa y los clubes deportivos de mujeres. La conversación pública ha estallado y quien participa en ella opina sin temer la persecución, el encierro o el destierro por parte del gobierno.

Existe pluralismo, se discute sobre si las mujeres deben tener los mismos derechos que los hombres y estos inclusive se dan el tupé de deliberar si es moral o no que se maquillen. Poco a poco, las opiniones con seudónimos ceden espacio a los artículos orgullosamente firmados, la mayoría por hombres, pero cada vez más mujeres se animan a romper con el viejo silencio que se les impuso y “se meten” en la discusión.

También se van incorporando al mercado de trabajo y esto asusta a los artesanos, pues sienten que su “hombría” se ve afectada cuando ellas hacen el oficio que les da orgullo. Pero de esto también se discute sin temor al castigo del Rey, de la Inquisición o del autócrata.

Como bien vio el filósofo canadiense Charles Taylor, la conversación social explotó con la Modernidad, pero del otro lado de la calle, los conservadores critican, imprimen sus propios periódicos, escandalizados como están de lo que consideran la disolución moral de la sociedad costarricense y se organizan en un partido con el fin de echar para atrás la historia. Por momentos, lograrán una parte de sus metas.

El pluralismo y la conversación en libertad solo son posibles en las sociedades abiertas que respetan los derechos individuales y practican la democracia con división y balance de poderes.

Para que el pluralismo se dé, es necesario anteponer nuestra humanidad compartida a las ideologías, las religiones y también a la corrección política dogmática.

De lo contrario, los resentimientos guiarán nuestros votos y correremos el peligro de volver a vivir bajo la autocensura y el temor a la venganza, como ya ocurre en la “casa cerrada” de Trump y como adelantan las persecuciones contra varias diputadas de oposición y el funcionariado que discrepa del actual gobierno tico.

maria.florezestrada@gmail.com

María Flórez-Estrada Pimentel es doctora en Estudios Sociales y Culturales, socióloga y comunicadora. Red X: @MafloEs.

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