Mi aventura con los tamales el sábado se asemeja al gobierno de Chaves. Por lo menos cuatro expertos me lo advirtieron: el secreto está en la masa y en el caldo de la carne.
Recibí consejos de mi hermana mayor, un chef en YouTube, el editor de una revista gastronómica y una amable señora del Mercado Central. Pero, como dice el refrán, “quien no oye consejo no llega a viejo”.
Traté de hacer los tamales a mi manera, y el resultado no me satisfizo. Algo similar sucede con la masa chavista: no tiene buen sabor.
El gusto está en el caldo, pero este gobierno usa especias equivocadas. Si en lugar de zanahoria, por ejemplo, se dan palos a la educación, a las personas en pobreza y a la Caja Costarricense de Seguro Social, nadie esperará una masa agradecida.
El arroz no debe quedar ni muy rojo ni muy blanco, pero Chaves insiste en el desequilibrio de las políticas públicas. Nacarar el arroz requiere pericia; este gobierno, en cambio, no da el punto correcto al achiote ni al agua.
La mejor tamaleada se hace en familia, sincronizados para soasar y limpiar las hojas, cortar el chile dulce y la cebolla, batir la harina de maíz hasta el punto exacto; después, uno coloca la masa, el siguiente el arroz, otro las verduras y los adornos como el culantro. Los que quedan en la cola tienen la gran responsabilidad de envolver el tamal y amarrarlo bien para evitar el derrame durante la cocción.
La labor en equipo no es el fuerte chavista. Todo lo contrario, “la familia” está dividida. A poco más de un año para terminar su “tamaleada”, no se ha visto una sola piña o proyecto propio completado.
El tamal, como el gobierno, requiere paciencia, trabajo en equipo y respeto por el proceso. No se puede acelerar sin arruinar la receta ni evitar la labor de todos los involucrados. Saltarse los pasos y añadir ingredientes equivocados produce un desastre que nadie quiere comer.
Al igual que el tamal, que degustamos con entusiasmo en diciembre, el Estado de derecho ha sobrevivido a pesar de los cambios “alimentarios”. Sin embargo, las recetas mal interpretadas o alteradas con ingredientes ajenos a nuestra tradición son su mayor amenaza.
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