Formalizada su acusación en el fuero federal, el expresidente de los Estados Unidos Donald Trump redobló su retórica divisiva, y en el país se abre otro capítulo deprimente en una guerra de narrativas que al parecer nunca termina. Según una encuesta realizada entre el 7 y el 10 de junio por CBS y YouGov, solo el 38 % de los probables votantes republicanos considera que el mal manejo que hizo Trump de documentos clasificados fue un riesgo para la seguridad nacional, contra un 80 % en todos los demás bloques de votantes.
Las falsedades de Trump en relación con el caso amenazan con debilitar la confianza pública en la justicia federal, así como su insistencia en que la elección presidencial del 2020 fue “robada” debilitó la confianza en la integridad del proceso democrático estadounidense. Felizmente, en lo referido a la elección del 2020, hubo cambios en la opinión pública que señalan la existencia de estrategias eficaces para resistir los ataques a las instituciones centrales de la democracia.
Es verdad que diversas encuestas muestran que alrededor de dos de cada tres votantes republicanos piensan que Joe Biden perdió la elección y llegó a la presidencia por la vía del fraude. Esta mentira impulsó a los seguidores de Trump a asaltar el Capitolio de los Estados Unidos, el 6 de enero del 2021, y a estados bajo control republicano a aprobar leyes que restringen el acceso a las urnas en nombre de contrarrestar el fraude electoral (un problema que, según está comprobado, es extraordinariamente infrecuente).
Pero escondido entre los datos de las encuestas hay un hecho que pocos han advertido: con el tiempo, más votantes republicanos empezaron a dudar de la mentira de Trump sobre la elección y aceptan a Biden como presidente legítimo.
Esta tendencia aparece en encuestas realizadas por Bright Line Watch, proyecto colaborativo que reúne a politólogos de diversas universidades (del que soy integrante y fundadora). En una encuesta de noviembre del 2020, hallamos que básicamente todos los demócratas y dos tercios de los independientes creían que Biden era sin duda o probablemente el ganador legítimo, contra solo un cuarto de los republicanos.
Estaba pues implícito que tres cuartos de los votantes republicanos sospechaban que el ingresante a la Casa Blanca era un usurpador. Pero desde entonces hemos repetido la encuesta cinco veces, y la última vez, en noviembre del 2022, hallamos que el 35 % de los republicanos ahora acepta a Biden como presidente legítimo.
Tendencia comprobada
Aunque sigue siendo una minoría, constituye un aumento del 40 % en relación con la cuarta parte original de los votantes republicanos. Además, encuestas de otras organizaciones revelan la misma tendencia.
Entre noviembre del 2020 y diciembre del 2022, encuestadores de la Universidad Monmouth preguntaron varias veces a una muestra de votantes republicanos si creían que la victoria de Biden fue “justa y clara” o solo “resultado de fraude electoral”. La proporción de los que eligieron la segunda respuesta se redujo del 69 al 55 %.
¿Cuáles de los votantes republicanos son más propensos a dejar de creer la mentira de Trump? Tras un análisis minucioso de los datos de Bright Line Watch, hallamos que se trata en gran medida de personas con más educación formal, particularmente con título universitario (alrededor del 17 % de los republicanos y el 21 % de los demócratas en nuestras muestras).
Mientras que en el 2020 la proporción de votantes republicanos con título universitario que creía que Biden ganó la elección en buena ley era del 30 %, a finales del 2022 la cifra había crecido a casi el 50 %. En cuanto a los votantes republicanos cuya educación formal terminó en la secundaria, también estos se mostraron menos fascinados por la mentira de Trump dos años después. Pero en comparación con los graduados universitarios republicanos, la credulidad inicial de los graduados de secundaria fue mayor y su disminución, más gradual.
Algunos dirán que la gran mayoría de los votantes republicanos que dicen no dar importancia al hecho de que Trump haya revelado documentos e información ultraconfidenciales a personas que visitaron sus clubs en Florida y Nueva Jersey ya está perdida. Pero dar por sentado que es un colectivo inalcanzable sería un error.
Los que creyeron las mentiras de Trump sobre la elección del 2020 no fueron unos tontos insensatos. Como a la mayoría de nosotros, les faltaba conocimiento directo con el que verificar sus creencias. Desconocedores del funcionamiento de la administración electoral, se remitieron a los líderes en quienes más confiaban.
Insistir en los hechos
Luego, conforme comenzaron a acumularse las pruebas en sentido contrario, una muy aceitada maquinaria de desinformación se puso a trabajar a toda marcha para ofrecerles argumentos con que sostener su posición y neutralizar los del otro lado. Por ejemplo, muchos seguidores de Trump se convencieron de que los jueces que designó y que desestimaron las demandas de su equipo de campaña solo estaban tomando decisiones técnicas, no juzgando en relación con acusaciones de fraude.
¿Qué enseñanzas podemos extraer del hecho de que la mentira de Trump haya perdido un poco de su atractivo? Para empezar, que es importante seguir insistiendo en los hechos y apelar a la capacidad de pensamiento crítico de los votantes.
Trump se basa en gran medida en la repetición, y los demócratas deberían hacer lo mismo, y poner en claro una y otra vez que la imprudencia y el egocentrismo del expresidente pusieron en riesgo la seguridad nacional y pueden haber expuesto a la población estadounidense a un daño enorme.
La mentira de Trump dependió del hecho de que pocos tenemos conocimiento directo del modo en que se lleva adelante una elección. Asimismo, pocos tienen experiencia directa en relación con la labor de inteligencia, la protección de la información sobre el arsenal nuclear del país, la planificación para una invasión hipotética, etcétera.
Muy poca gente entra alguna vez a un área de manejo de información delicada compartimentalizada o SCIF (sensitive compartmented information facility), que es el procedimiento estándar para tener acceso a documentos ultraconfidenciales. Por eso, los que sí lo hacen tienen que explicarnos al resto, tantas veces como sea necesario, por qué el manejo que hizo el expresidente de esos documentos fue no solo irregular, sino también potencialmente catastrófico, y de hecho, delictivo.
Susan Stokes, profesora de Ciencias Políticas en la Universidad de Chicago y directora del Chicago Center on Democracy.
© Project Syndicate 1995–2023