WASHINGTON, DC – Para los países en desarrollo, alcanzar el estado de ingresos medios es una bendición al mismo tiempo que una maldición. Si bien se ha superado la extrema pobreza y las privaciones, lo que suele seguir es una desaceleración del crecimiento que, históricamente, ha hecho que avanzar hacia mayores niveles se dé en casos muy excepcionales. Ciertamente, esa es la situación de los países de ingresos medios de Oriente Próximo y el norte de África (MENA, por sus siglas en inglés). ¿Existirá una salida?
En los últimos 50 años, las economías de los países de esta región han enfrentado desaceleraciones e incluso estancamientos. Si bien muchas de ellas, en especial las que dependen de exportaciones de hidrocarburos, han experimentado periodos de crecimiento más sólido, ninguna puesta ha sido duradera.
La ubicuidad de la trampa de los ingresos medios entre los países MENA apunta a impedimentos comunes y estructurales para el crecimiento. En particular, todos sufren de falta de dinamismo del sector privado, debido a su falta de disposición o capacidad de adoptar las últimas tecnologías. Este ha sido un factor que ha impedido el crecimiento sostenido de la productividad, sin el cual es imposible sostener un aumento en los niveles de vida generales.
Tras esta laxitud del sector privado existe un contrato social que ha durado más de 50 años, por el cual el Estado provee empleos públicos y subsidios universales a cambio de tranquilidad pública y falta de rendición de cuentas. Al quitar riesgos de las vidas económicas de los ciudadanos, este contrato social sofoca el emprendimiento y la innovación, además de socavar la provisión de servicios públicos y elevar la desconfianza en el gobierno.
Incluso si los gobiernos de la región quisieran mantener su parte del trato, no podrían hacerlo. Los crecientes niveles de endeudamiento ya los están obligando a recortar el gasto público, tradicionalmente el principal motor del crecimiento económico en la región, y comenzar a desmantelar los subsidios universales. A medida que las tensiones geopolíticas reducen el turismo y la inversión extranjera, la incertidumbre sigue creciendo.
Más aún, los sectores públicos de estos países ya no pueden absorber los crecientes números de graduados universitarios. Si bien existen serias preocupaciones acerca de la calidad y accesibilidad de las escuelas, el hecho es que quienes ingresan al mercado laboral son cada vez más educados, con las mujeres al mismo nivel y a veces superando a los hombres en varios países.
Sin embargo, estas mejoras al capital humano no se han traducido en un crecimiento económico más veloz. En lugar de ello, la región presenta algunas de las mayores tasas de desempleo juvenil del mundo, produciendo la mayor fuga de cerebros del planeta, a medida que los jóvenes con educación buscan oportunidades en el extranjero. Una razón importante es que los gobiernos de la región MENA no estimulan la innovación y, en algunos casos, la desincentivan activamente. Mientras en algunos países preocupa que la automatización cause pérdidas de empleos, la no adopción de nuevas tecnologías en esta región impide la creación de trabajo.
El problema es que estos gobiernos, buscando proteger a quienes detentan cargos en la actualidad –especialmente en sectores como la banca y las telecomunicaciones– imponen normas excesivas y arcaicas que inhiben la entrada al mercado de nuevos actores. Esto impide la competencia, asfixia la difusión de tecnologías de propósitos generales y bloquea el tipo de adaptación y evolución que sustenta un sector privado vibrante.
Este no es el caso en, digamos, Asia, una región que ha abrazado las nuevas tecnologías para establecerse como un centro productor global. De hecho, gracias a la automatización es posible que mantenga su predominio manufacturero, incluso si los salarios suben por encima de los niveles tradicionales de las economías manufactureras avanzadas.
Con este trasfondo, los países MENA no pueden esperar seguir el camino de desarrollo tradicional de dependencia de las exportaciones manufactureras. En su lugar, tendrán que desarrollar una economía digital más sofisticada que aproveche las fuerzas laborales jóvenes y educadas. Para esto será necesario antes que todo adoptar las nuevas tecnologías e incluso la provisión de “bienes públicos digitales” como una Internet de banda ancha rápida y fiable y soluciones de pago digital.
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Aunque la conectividad a Internet y los dispositivos digitales se han vuelto ubicuos, en la región MENA se usan para acceder a las redes sociales, en lugar de iniciar nuevos emprendimientos o emplear personas. Probablemente esto se relacione con el hecho de que la región tiene el menor ancho de banda del mundo por abonado. Por ejemplo, cuando se trata de dinero móvil, los países del África oriental superan a sus contrapartes de esta región.
La región necesita con urgencia un nuevo contrato social que ponga énfasis en empoderar a los cientos de millones de jóvenes que, se espera, se unan al mercado laboral en las próximas décadas. Para esto será necesario no solo proveer bienes públicos digitales, sino una modernización del sistema normativo. Kenia, donde un enfoque normativo ligero facilitado por el rápido crecimiento del sistema de pago entre pares M-Pesa, ofrece un modelo útil. También es esencial una entrada más fácil a nuevos actores, incluidos operadores no bancarios.
La tecnología puede sacar a los países MENA de la trampa de ingresos medios, pero solo si los gobiernos de la región toman la iniciativa. De lo contrario, la región seguirá a la zaga y sus habitantes continuarán buscando fortuna en otros lugares.
Ferid Belhaj es vicepresidente del Banco Mundial para Oriente Próximo y el norte de África.
Rabah Arezki es economista en jefe del Banco Mundial para la región de Oriente Próximo y el norte de África. © Project Syndicate 1995–2018