A este comentario hay que ponerle música. Vamos entonces a aquella canción que recomienda no acudir donde aquel dentista porque lo vieron borracho y en tremendo vacilón. ¿Quién se lo dijo? ¿Quién? Resulta que fue Adela. Sí, “me lo dijo Adela”.
Pues si uno le quita la orquesta a este chachachá, su letra delinea lo que pasa en el gobierno. Aquí, altos funcionarios se han valido de que “alguien”, y bien puede ser Adela, dice que “aquel” es un corrupto y, así, a partir del “dicen”, sin prueba, desacreditan públicamente a una persona o empresa; les apuñalan la reputación a sabiendas de que no les consta.
Soltar el runrún es un arma de propaganda para confundir, desmoralizar, minar la confianza, crear percepciones en contra de otros con el fin de alcanzar un objetivo. Hay casos de casos, como el de los dos miembros de la Comisión Nacional de Vacunación cuya imagen quedó por el suelo tras ser acusados públicamente de que “les gustan las cosas anómalas”. La imputación resultó ser falsa, pero no hubo disculpa.
Ocurrió también con los salarios de los funcionarios del Fideicomiso Ruta 1, responsable de la vía a San Ramón. Se les tildó de aprovechados por cobrar hasta ¢11 millones, pero resultó un dato falso; igualmente, no hubo corrección pública de tal inexactitud.
Ahora, para apuntalar la venta del Banco de Costa Rica, se pone como argumento la “corrupción enorme”. Es una verdad a medias. Sí, allí se fraguó el escándalo del cemento chino, pero eso no implica que el manejo de todo el Banco sea corrupto y menos sus 4.000 empleados. Deslegitimarlos, barrer el piso con el nombre del Banco para justificar la venta es malévolo.
La cereza en el pastel es el descrédito de la empresa sueca Opus Group AB. Estaba recomendada en primer lugar para convertirse en operadora de la revisión técnica, y se la trajeron abajo con un rumor, con el “dicen” que tiene problemas de corrupción. Posteriormente se aclaró que no había pruebas, pero era tarde. Triunfó el rumor.
Esta táctica no solo ahuyenta la inversión extranjera, por inseguridad jurídica, sino que mina la confianza en un gobierno que, para alcanzar sus objetivos, no tiene reparo en ponerse en los vestidos y zapatos de Adela.
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El autor es jefe de Redacción de La Nación.