Para Costa Rica, Estados Unidos es un aliado; China, no. El primero lo es por dos conjuntos de variables. Las primeras incluyen valores, aspiraciones, cultura y visiones compartidas: en esencia, democracia, Estado de derecho, derechos humanos y sistema internacional basado en reglas. Las segundas tocan lo geográfico, estratégico y transaccional: cercanía, primera potencia mundial, mayor socio comercial y principal origen de turismo e inversiones extranjeras.
China no lo es, porque compartimos muy poco del primer conjunto, sin cuya existencia es imposible hablar de alianzas. En cambio, las dimensiones estratégicas y contractuales de nuestra relación son, más que evidentes, inevitables: gran potencia emergente, primera o segunda economía del mundo (según cómo se le mida) y un socio comercial relevante, aunque con intercambio muy desigual: según datos del Comex, en el 2022 importamos $3.189 millones y exportamos $347 millones, muy por debajo, por ejemplo, de Centroamérica y la Unión Europea, a las que vendimos $2.903 y $2.846 millones, respectivamente.
A partir de esta realidad, y en medio de la creciente tensión entre ambos países, que tiene visos de acentuarse, confrontamos un claro desafío. Se trata de cómo intensificar y aprovechar las múltiples facetas de nuestra alianza estructural con Estados Unidos, sin enemistarnos ni darle la espalda a lo que puede ser una más provechosa y realista relación con China, basada —seamos claros— en la conveniencia y los intereses, no los valores.
Lejos de “no meternos” en su pugna, lo que podría ponernos a merced de los rivales, debemos desarrollar una gestión diplomática, política y económica racional, activa y cuidadosa. Nunca debe abjurar de los principios, pero tampoco ignorar las realidades ni desdeñar las oportunidades, y China las ofrece.
Esos nexos debemos enmarcarlos y balancearlos, además, en el complejo tejido de las interacciones globales. Otros aliados estructurales, con la Unión Europea (en sus dimensiones regional y bilateral), Canadá, Corea y Japón en primera línea, también deben ser referentes privilegiados, pero sin desconocer que otras cuestionables autocracias, como Arabia Saudita y los Emiratos Árabes Unidos —los “nuevos chicos del barrio” de la Cancillería y el Comex— también ofrecen oportunidades tangibles.
Eduardo Ulibarri es periodista, profesor universitario y diplomático. Consultor en análisis sociopolítico y estrategias de comunicación. Exembajador de Costa Rica ante las Naciones Unidas (2010-2014).
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