FIRMAS PRESS.- Es la “mundialización”. A la interconexión del planeta se le han visto otra vez las entrañas. En esta oportunidad, fue el asunto de las sanciones a Moscú debidas a la invasión a Ucrania y en las consecuencias para Venezuela de esa espantosa operación militar.
Las guerras se riñen para ganarlas, y Rusia tiene perdida la que libra contra su pacífica vecina. Puede destruir a Ucrania, pero no derrotarla. Cuando existía la URSS perdieron la guerra en Afganistán. Ya han perdido esta guerra. ¿Por qué? Debido a las desproporcionadas fuerzas que exhiben y a la intensidad de las sanciones.
El mundo ama a los underdogs, a los desvalidos. La perdieron por el aislamiento que han decretado las naciones de Europa, Estados Unidos, Canadá, Japón, Corea del Sur, Taiwán y Australia. Incluso, la neutralísima Suiza se ha sumado a las sanciones.
Hay que ayudar a los ucranianos con astucia. El modo de hacerlo es el mismo que llevó a cabo la propia URSS durante la Segunda Guerra Mundial: darle, arrendarle o “venderle” al gobierno ucraniano (por una cantidad simbólica) los aviones y los equipos antiaéreos que necesita, y esperar que los ucranianos, las sanciones y el aislamiento hagan su trabajo. Demorarán, pero triunfarán.
Será una lenta agonía, pero ocurrirá. Una nación totalmente urbanizada, de más de 600.000 kilómetros cuadrados, poblada por 41 millones de habitantes, generalmente educados, requiere una tropa de ocupación de 600.000 o 700.000 soldados.
La ratio, por la cuenta de la abuela, es un soldado por kilómetro cuadrado para sujetar al pueblo e impedir que se desborde. Rusia carece de la bolsa que eso requiere. El pueblo ucraniano es muy duro. Muy resistente.
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Familia unida
Ucrania tiene líderes, como el presidente Volodímir Zelenski, actor judío a quien acompañan su mujer, Olena Zelenska, y los dos hijos que tienen. La familia está dispuesta a correr la suerte del pueblo.
El carácter judío de Zelenski desmiente totalmente la propaganda de Putin de que sus tropas han invadido para “desnazificar” a Ucrania. Es un vil pretexto. Están ahí para rehacer el imperio que se desmoronó entre 1989 y 1991.
Zelenski es una persona honrada, dispuesta a compartir los sacrificios. Vi unos tres videos de él en YouTube, bailando (es un estupendo bailarín) y tocando el piano. Son muy graciosos. Es un magnífico actor con una gran vis cómica. Nada de mal gusto. Pura alegría y risa.
Fue elegido en el 2019 con el 73% de aprobación. Probablemente, su respaldo sea hoy mucho mayor. Acaso del 90%. Si Rusia lo asesina y le mata a la familia, lo convierte en un mártir y en un ejemplo para el pueblo ucraniano.
Llegó al poder sin partido, porque los ucranianos estaban fatigados de los políticos tradicionales. Todos les parecían unos bandidos. Quizá exageraban, pero las percepciones son la clave en la “justicia electoral” de los pueblos.
Petróleo venezolano
Ese conflicto tiene consecuencias para Latinoamérica. No se puede dejar a Europa y Estados Unidos sin combustible porque la solidaridad con los ucranianos se agotaría.
Juan González, asesor de Biden para América Latina, estuvo en Caracas hablando con el presidente “oficial” Nicolás Maduro. ¿Acaso González fue a Caracas para acelerar el cobro de la cuenta de Chevron y para ver si se podía revitalizar la industria petrolera venezolana?
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Pero hay un presidente “extraoficial”, Juan Guaidó, que podía responder a esas preguntas. Guaidó ha sido reconocido por Estados Unidos y cincuenta y tantos países. Tiene embajadores en varios sitios, entre ellos, está el de Washington: el abogado venezolano Carlos Vecchio DeMari.
La producción ha sido minuciosamente destruida, como todo en esa pobre nación. Hoy Venezuela debería estar produciendo cinco millones de barriles diarios. Apenas produce seiscientos mil. Tiene que importar gasolina de Irán para abastecer a los venezolanos. Se ha cumplido el jocoso vaticinio de Milton Friedman: si se les entrega a los socialistas el Sahara, acaban importando arena.
Discretamente, Estados Unidos debe darle un ultimátum a Maduro: o celebra elecciones verdaderamente libres en tres meses, o hay que armar a los venezolanos para que liberen a su país.
Al mismo tiempo, sería destruida desde el aire la estructura militar del chavismo, sin colocar “botas en el suelo”, para que no haya bajas estadounidenses. El ejército venezolano, que se siente muy incómodo con Maduro, se pondría a las órdenes de la oposición.
Probablemente, la cleptocracia de Maduro no se avendría a unas elecciones libres. La oposición tendría entonces que ocupar el poder y podría, con creces, aumentar la producción de petróleo para que Venezuela vuelva a crecer y contribuya a la sustitución de las exportaciones rusas.
Entre Arabia Saudita, Catar y Venezuela, todo quedaría solucionado. Y se prolongaría todo lo que hiciera falta la solidaridad de las sociedades de Estados Unidos, Canadá y la Unión Europea con el pueblo ucraniano. Seguro.
@CarlosAMontaner
Carlos Alberto Montaner es periodista y escritor. Su último libro es “Sin ir más lejos (Memorias)”.