Empecemos por la parte bonita de la historia. La locura hormonal que hace que nos enamoremos y tengamos hijos entre los escogidos por nuestra biología, cuando somos seres libres para escuchar el mandato de la especie. Nos brillan los ojos, hay seda en el pelo y las pupilas son imanes para la piel melocotonada del fueron felices por un ratito.
Somos “hormonautas” por naturaleza y sin querer, y a esta última acción me quiero referir. Las hormonas y sus interruptores también viajan fuera de los cuerpos. Por ejemplo, el agua que usted toma tiene muchos ingredientes que usted desconoce, como lo son los disruptores hormonales que las mujeres eliminan en la orina y esta, a su vez, se cuela en los drenajes y alcantarillados que a su vez se mezclan con las aguas residuales, y así hasta ser todos una misma agua que contienen esos y otros desechos desconocidos por todos.
El agua que bebemos probablemente tiene muchas más historias interesantes que contar, pero me referiré solo a las hormonas como parte de un sistema endocrino importantísimo. Las hormonas son mensajeros químicos del cuerpo que viajan por el torrente sanguíneo y afectan el crecimiento, el desarrollo, el ánimo, el deseo sexual, la capacidad reproductora, el sueño o el estrés al generar más cortisol, cuando no el buen funcionamiento de los órganos etc.
El sistema endocrino es visible en la fertilidad o infertilidad de los hombres y las mujeres, en la energía, en los cambios de humor, en la disposición y hasta la manipulación que se hace del consumo por parte de la técnica del neuromarketing.
Hoy día los estímulos endocrinos en la venta de productos, desde la política hasta la moda, se dan a través de los estímulos visuales, olfativos y auditivos. Ritmos pegajosos, olores a pan recién hecho o a zacate cortado estimulan nuestras hormonas como también se estimulan a la baja con los disruptores endocrinos que desgraciadamente son acumulativos e irreversibles y se encuentran en los pesticidas, los alimentos, los productos de higiene, plásticos, en los materiales de construcción etc., siguiéndole una larga lista de productos que todos usamos.
De las sustancias químicas que pueden alterar el sistema endocrino solo menciono las dioxinas, los furanos, los bisfenoles, aunque hay más hasta contemplar aproximadamente 800 sustancias (OMS) sospechosas de actuar como disruptores endocrinos.
Tiquetes de compra, productos de policarbonato o PVC y latas de conserva son algunos de los productos que consumimos con estas sustancias como parte de una contaminación invisible que nos rodea y de la que ya hemos tenido información pública.
Menciono también las hormonas para evitar embarazos disueltas en las aguas servidas que pasan a las plantas de depuración para ser nuevamente pasadas a ser aguas limpias en los acueductos y utilizadas para riego agrícola o pecuario además de las hormonas utilizadas para engorde y para uso antibiótico en los animales que requieren mejorar su metabolismo.
De manera que el agua de las ciudades que consumimos no es ajena a esta contaminación, y es de mencionar la campaña que se hace en varios ayuntamientos en España. Campaña llamada Mi Ciudad Cuida Mis Hormonas para garantizar que no se utilicen plaguicidas, plásticos y hormonas en las comidas.
Además de lo anterior, seguimos bebiendo el agua con los desechos de disruptores endocrinos de anticonceptivos, antidepresivos, DEHP y otros muchos más, lo que altera la fertilidad de los varones y aumenta la propensión a la diabetes en jóvenes, la obesidad desde los primeros días de nacidos mediante el uso de plásticos en los hospitales y la incidencia del cáncer en la población en general.
En lo particular, cada vez que tomo agua me persigno al saber todo esto. Esperemos que el agua bendita de los nacimientos de agua no tenga ninguna sustancia extraña y que las municipalidades hagan públicos sus tratamientos de aguas.
¡Ya no se trata de tener amebas, sino de cuidarnos las hormonas! Con ellas caminamos, sentimos, pensamos y sobrevivimos. Un pacto verde 2030 que debería proteger nuestro derecho a tener un sistema biológico libre de contaminación. Derechos ambientales cada vez con más evidencias científicas que hay que defender para las nuevas generaciones. No se trata de defender finezas culturales de grupos ecologistas. Se trata de la justa homeostasis en un mundo ajeno a la ética y la información veraz cuando se trata de exponer que la contaminación no es allá lejos o solo en los ríos, sino aquí dentro de nuestros cuerpos. La parte que por fea de la historia no queremos ver.
La autora es filósofa.