El atroz ataque de Rusia a Ucrania aterriza con dolor nuestras expectativas del nivel alcanzado por la cultura humana. Aún convivimos con decisiones que desencadenan el monstruo de la guerra.
No existe razón que justifique una agresión militar, sin importar la narrativa que la antecede. Duele reconocer la pervivencia perniciosa de la realpolitik, cuando intereses nacionales prevalecen sobre la soberanía de los pueblos. ¡Bochornoso!
La caída del muro de Berlín abrió un firmamento de posibilidades y la construcción de un mundo globalizado pareció confirmarlo. Recuerdo aquella euforia. La historia parecía culminar con el triunfo de la razón.
Archivos desclasificados muestran las reflexiones del momento. Se reconocía que la humillante paz de Versalles tuvo un lacerante peso sobre Alemania en el ascenso nazi y en el revanchismo que desencadenó la Segunda Guerra Mundial. Según George H. W. Bush, esta vez sería diferente. Los vencedores serían generosos.
A cambio de la unificación de Alemania y su incorporación a la OTAN, el secretario Baker aseguró a Gorbachov que la OTAN no se movería ni una pulgada hacia el este. En esa reunión, estaba el embajador Matlock. Quedó en actas que, como Pedro en el Monte de los Olivos, Baker no una, sino tres veces, repitió el compromiso.
Espíritu de los 90
Nina Khrushcheva lo cuenta así: “En ese momento, estaba trabajando para Jack Matlock, embajador de EE. UU. en Moscú. Él me dijo: los rusos deberían haber pedido eso por escrito. Pero no lo hicieron, y eso causó muchos malentendidos. Putin cree que Rusia ha sido estafada” (Der Spiegel, 21/1/2022).
Ese compromiso era el espíritu del 90 y fue elemento esencial del fin de la Guerra Fría. Nunca llegó a ser un tratado formal, pero no era extraño. Muchos acuerdos de la época no se firmaban. Tampoco los que saldaron, en 1962, la crisis de los misiles.
Bajo continua protesta rusa, la OTAN agregó 14 países más en su expansión hacia el este. Genscher, uno de los protagonistas como ministro alemán de Exteriores, afirmó recientemente: “El espíritu de 1990 fue violado” (Der Spiegel, 10/2/2022).
Putin alega que fueron engañados. ¡Cuidado! En política nada es blanco o negro, sino gris. Aquel compromiso fue parte de reformas que comprendían democratización, respeto a la soberanía y autodeterminación de los países satélites de la garra soviética. Alemania Oriental, en el 53; Hungría, en el 56; y Checoslovaquia, en el 68, habían conocido el terror de los tanques rusos.
Esa historia explica su temor cuando el proceso democratizador se cortó tras la llegada de Putin. El espíritu democratizador del 90 también fue violado. Si la expansión de la OTAN favoreció intereses geopolíticos estadounidenses, correspondía además al anhelo de seguridad de los pueblos concernidos.
Paz mal gestionada
Yeltsin entendió ese resquemor cuando propuso a Clinton un sistema amplio de garantías, sin ganadores ni perdedores (15/9/93). Habría sido un nuevo Yalta. Clinton lo ignoró. Se acercaban las elecciones y no era opción potable en estados bisagra, con fuerte migración de Europa del Este. Todo esto no justifica a Putin, pero permite ir una pulgada más allá de la patología clínica, porque la historia no se explica como simple capricho de líderes desquiciados. La retórica de odio es mala consejera. Es un populismo que nubla el raciocinio. Hay que calar más hondo.
Baker se lamentó con Gorbachov de que al final de la Primera Guerra Mundial los aliados gestionaron mal la oportunidad de paz creada. Ahora se iniciaba la era de la pax estadounidense. Quizá la historia juzgue con dureza el despilfarro de esos años de hegemonía unipolar de Estados Unidos, al concluir la Guerra Fría.
Siguieron aventuras bélicas insensatas que también sirvieron al ascenso de Putin. El mundo habría sido mejor servido si se hubieran cumplido los compromisos del 90 con Gorbachov. Y, más aún, con mejores cimientos de seguridad colectiva.
Eso no justifica la agresión a Ucrania, muchas veces mártir, desde que la Rus fue arrasada por las huestes de Gengis Kan. El ministro Wang de China lo dejó claro en Múnich, “hay que respetar y proteger la soberanía, la independencia y la integridad territorial de cada país. Esta es una regla básica de las relaciones internacionales y Ucrania no es una excepción”.
Y añadió: “Los europeos deberían recapacitar con seriedad si una continua expansión de la OTAN hacia el este realmente conduce a una paz y estabilidad duraderas” (Der Spiegel, 20/2/2022).
Otra época
Esta guerra es un punto de inflexión y amenaza con cambiarlo todo. ¿Es una nueva guerra fría o nunca se consolidó el final de esta? El desmantelamiento de tensiones pareciera estar por encima de las capacidades de los actores enfrentados. La exaltación sustituye el juicio sereno. ¡Qué contraste de escenarios, con las oportunidades que brinda al mundo la Nueva Ruta de la Seda! ¿Qué prevalecerá: aires de colaboración o vientos de guerra?
En 1968, Dubcek intentó un socialismo con rostro humano. Era la Primavera de Praga. Moscú no la toleró. Cuando entraron tanques rusos, Dubcek entendió su inferioridad bélica y ordenó deponer armas.
Esa invasión fue condenada por el mundo, pero no devino en tragedia. Yo le daría una medalla. Pero la sociedad del espectáculo no premia ese tipo de coraje moral. En Ucrania, Volodímir Zelenski llamó a la resistencia. Es su derecho y tiene su honor. El mundo aplaude. Pero ¿es lo más prudente? Así lo entendió Laura Chinchilla cuando la pezuña de Ortega transgredió nuestra frontera.
La agresión merece condena, pero la humanidad también necesita paz. Es la cuadratura imposible de un círculo de contradicciones. En el alma mundial se escucha el ruido metálico de una vieja cortina que cae. El pesimismo de indignación colectiva contrasta con el arcoíris de esperanza que acompañó la caída del muro de Berlín.
Es otra época; son otros tiempos. Ya nadie está seguro. ¿Es demasiado ingenuo abogar por la paz? La hora llama a luminarias que aún no aparecen. Pero me aferro a esperar, contra toda esperanza (Rom. 4.18). Esa es mi contranarrativa.
Velia Govaere, exviceministra de Economía, es catedrática de la UNED y especialista en Comercio Internacional con amplia experiencia en Centroamérica y el Caribe. Ha escrito tres libros sobre derecho comercial internacional y tratados de libre comercio. El más reciente se titula “Hegemonía de un modelo contradictorio en Costa Rica: procesos e impactos discordantes de los TLC”.