Tan solo algunas décadas atrás, la inteligencia del planeta estaba toda en el reino animal, donde los seres humanos controlaban, o creían controlar, una enorme porción de la inteligencia. Hoy pululan por doquier toda clase de chunches inteligentes.
Los semáforos inteligentes se llamaron así porque estaban conectados a un centro de control, donde un ser humano —presumiblemente inteligente— los podía manejar de manera remota. Conforme el precio de los sensores y actuadores se redujo, y a partir de la comunicación por Internet, las fábricas se volvieron inteligentes. La diseminación a escala metropolitana de sensores y actuadores, aparentemente, hicieron inteligentes a las ciudades.
En los hogares, toda clase de dispositivos conectados a Internet, como termostatos, televisores, básculas, hornos, filtros de piscinas, calentadores de agua, refrigeradoras y hasta tostadoras, dieron pie al término “hogares inteligentes”.
Está clara la tendencia a dotar de inteligencia a cualquier cosa con capacidad de conectarse a Internet, y, por consiguiente, al mundo.
La capacidad de procesar información ya no parece estar asociada a la inteligencia. Con solo estar conectados, la apariencia de inteligencia se logra, al proveer capacidad de procesamiento en un lugar remoto. Esta apariencia puede ser tan eficaz como la inteligencia misma.
El teléfono. El dispositivo inteligente más popular del mundo es una computadora muy pequeña, con memorias enormes de manera que cualquiera pueda escribir aplicaciones (ineficientes), llena de sensores como GPS, acelerómetros y varias antenas (wifi, bluetooth, GSM, 3G y 4G).
A esta computadora la bautizaron “teléfono inteligente”, y lograron colocar miles de millones alrededor del planeta. Estos dispositivos son, además, el intermediario perfecto entre todas clase de sensores “vestibles” (wearables) que colectan datos del cuerpo, como pulso cardíaco, pasos caminados, calidad del sueño y un largo etcétera, y transmitirlos a aplicaciones en la nube que consolidan y reportan los datos con contexto histórico o comparativo.
La velocidad del desarrollo de todas estas cosas inteligentes se denomina exponencial, porque sigue el patrón de las funciones exponenciales en las que la velocidad de crecimiento aumenta por unidad de tiempo.
Gordon Moore, quien fue presidente de Intel, dijo en 1968: “Cada dos años se duplica la capacidad de procesamiento por dólar”, a eso se le ha llamado la ley de Moore y se ha mantenido cierta, y no hay razones para esperar que dicho ritmo vaya a decrecer en el futuro previsible.
El crecimiento exponencial de los equipos y dispositivos ha sido necesario, mas no suficiente, para dotar de inteligencia a más cosas en nuestro entorno. Ha sido también necesario un crecimiento parecido en las capacidades del software.
Más innovación. Cada día hay más gente inteligente desarrollando software de clase mundial. Ya existe amplia evidencia de que en empresas pequeñas y países pequeños pueden desarrollarse aplicaciones que llegan a miles de millones de usuarios. Ejemplos notables son Skype, desarrollada en estonia; Waze, originaria de Israel; y WhatsApp, que viene de Rusia.
La relación entre el software y el hardware es verdaderamente simbiótica, los equipos más poderosos y baratos hacen viables programas (como las redes neuronales) que antes eran solo una curiosidad académica. Y sistemas de software de simulación y diseño hacen posible la construcción de equipos más poderosos y baratos.
La inteligencia artificial, en general, y el aprendizaje de máquinas en particular, están causando cambios profundos en la economía y la sociedad. Las destrezas desplegadas por los robots son verdaderamente sorprendentes; aprenden con el ejemplo y tienen destrezas motoras finas que algunos deseáramos.
Pero de todas las cosas inteligentes, probablemente las de mayor impacto serán los automóviles. Estos son tan inteligentes que no los han bautizado autos inteligentes, sino vehículos autónomos.
Estos automóviles cuentan con decenas de millones de líneas de software y generan un terabyte de datos por segundo. Es totalmente válido preguntarse si se trata de un automóvil inteligente o si será, más bien, una computadora con ruedas.
Me parece que habrá más cosas inteligentes y con más inteligencia, pero esta es una inteligencia angosta, dirigida a una tarea, y dicha tarea es ejecutada de manera muy eficiente por los artefactos.
Ya existen motocicletas capaces de mantener el equilibro a muy bajas velocidades (a mayores velocidades es más fácil) de manera que los motociclistas que tienen que manejar mientras envían y reciben textos van a poder hacerlo, solo que con menos visitas al hospital.
El autor es ingeniero, presidente del Club de Investigación Tecnológica y organizador del TEDxPuraVida.