Los trastornos mentales, según la Organización Mundial de la Salud (OMS), representan una carga significativa de enfermedad y se ubican entre las principales causas de discapacidad en el mundo. Afectan especialmente a poblaciones vulnerables como niños, adolescentes, jóvenes y adultos mayores.
La salud mental, no solo en Costa Rica, ha sido una de las áreas más desatendidas dentro de los sistemas de salud pública. Su invisibilidad no se debe a su poca importancia, sino a la falta de una comprensión integral de su impacto en la calidad de vida y el desarrollo de las sociedades.
La propia OMS estima cerca de 600 millones de personas que padecen depresión o ansiedad. En América Latina, los problemas de salud mental han ido en aumento, impulsados por factores económicos, sociales y culturales que generan estrés crónico, incertidumbre y deterioro del bienestar emocional.
Costa Rica no escapa a esta realidad. Datos de la Caja Costarricense de Seguro Social (CCSS) indican que los trastornos de ansiedad y depresión son las condiciones de salud mental más frecuentes en consultas médicas. No obstante, la infraestructura de atención sigue siendo insuficiente, con una carencia significativa psicólogos en el sistema público, a pesar de registrar, al 2022, según datos del Programa Estado de la Nación, 142 psicólogos por cada 100.000 habitantes, superior a muchos de los países de ingreso medio y alto, incluso de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE).
El principal problema en la atención de las enfermedades mentales radica en la cantidad de psiquiatras y personal especializado en enfermería: 3,9 y 5,7 por cada 100.000 habitantes, respectivamente; muy por debajo de la media de la OCDE.
Este problema ya era grave, pero la pandemia por la covid-19 lo profundizó. El aislamiento social, la pérdida de seres queridos y la inestabilidad económica actuaron como detonantes de ansiedad y depresión, además de otros eventos a los que se les presta menos atención, como los trastornos de sueño y el consumo de sustancias, además del estrés postraumático.
Especial problema lo representan los niños y adolescentes, dos grupos etarios sustancialmente vulnerables en esta materia. Un informe del Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef), del 2021, revela que uno de cada siete jóvenes de entre 10 y 19 años en el mundo padece un trastorno mental diagnosticado, y que el suicidio es una de las cinco principales causas de muerte en este grupo etario.
En Costa Rica, los centros educativos han identificado un aumento en los casos de ansiedad, depresión y estrés en estudiantes. El acoso escolar, el uso excesivo de redes sociales y la presión académica han deteriorado la salud emocional de los menores. No obstante, la falta de apoyo psicológico en las escuelas y colegios impide que muchos de estos problemas sean detectados y tratados a tiempo. No extraña, entonces, el incremento en los niveles de violencia –en frecuencia y magnitud– que se vienen registrando.
Por su parte, los jóvenes adultos enfrentan un contexto lleno de incertidumbre, marcado por la inestabilidad económica, las exigencias laborales y la precarización de oportunidades. La sensación de falta de control sobre el futuro ha derivado en un aumento de los padecimientos mentales, especialmente ansiedad, depresión y consumo de sustancias adictivas de efecto psicoactivo, legales e ilegales.
Y las enfermedades mentales también afectan a los adultos mayores. El envejecimiento trae consigo retos físicos y emocionales. La soledad es uno de los principales detonantes de la depresión en adultos mayores. En Costa Rica, estudios de la Universidad de Costa Rica (UCR) y la Universidad Nacional (UNA) revelan que un alto porcentaje de personas mayores experimenta sentimientos de aislamiento, lo que repercute en su bienestar emocional y en su salud física. A ello se suma el hecho de que la covid-19 les arrancó de su lado a muchas de sus personas cercanas.
Costa Rica tiene la oportunidad de fortalecer su sistema de salud con un enfoque integral, donde la prevención, la educación y el acceso oportuno a tratamientos sean pilares fundamentales. Es imperioso volver la vista a la salud mental y fortalecer las estrategias de prevención y promoción de la salud mental o, en su defecto, diseñarlas. No se trata solo de acceso a tratamientos, sino de generar entornos más saludables, con oportunidades de desarrollo y redes de apoyo efectivas.
Invertir en salud mental no solo mejora la calidad de vida de las personas; también reduce costos asociados a enfermedades físicas derivadas de ellas: cuerpo sano en mente sana.
juan.romero.zuniga@una.ac.cr
Juan José Romero Zúñiga es médico veterinario, epidemiólogo y académico investigador en la UNA y la UCR. Ha publicado múltiples artículos científicos en revistas internacionales.
