Estados Unidos parece haber aprendido de sus errores, según se infiere del acuerdo para convertir a Costa Rica en un centro regional de investigación, manufactura y preparación de mano de obra para la industria de semiconductores.
La inversión es bien recibida; sin embargo, es una llamada de atención para nosotros sobre la necesidad de la educación de óptima calidad y para Estados Unidos, porque debió empezar con este tipo de apoyo hace décadas, y no solo aplicar estrategias militares cuyo resultado lo tenemos en las narices.
Desde el final de la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos está inmerso en una lucha por nuestras almas. Primero, para evitar el establecimiento del comunismo; después, para contener la violencia, originadora de grandes olas migratorias hacia su suelo; y, en este momento, para impedir el avance de China y resolver el problema de las cadenas de suministro a raíz de la invasión a Ucrania.
Un informe del think tank Consejo de Relaciones Exteriores confirmó lo evidente: la enorme inversión de EE. UU. en el llamado triángulo norte no da lugar a mejoras significativas en las condiciones de vida en América Central ni ha cambiado las causas por las cuales millones emigran. La ayuda internacional posiblemente enriqueció a quienes ya lo eran.
Contra China, hay mucho en juego. “La Segunda Guerra Mundial se decidió por el acero y el aluminio, y poco después vino la Guerra Fría, definida por las armas atómicas. La rivalidad entre Estados Unidos y China bien podría estar determinada por el poder informático”, afirma el profesor de Historia Internacional Chris Miller, autor de Chip War.
La inversión extranjera directa en puestos de trabajo exige entrenar la mano de obra y es una forma eficaz de atacar la raíz de los problemas regionales causantes de las olas migratorias. Pero hasta ahora se produce este giro, por las razones apuntadas.
Aunque nuestro principal socio comercial es Estados Unidos, Costa Rica fue dejada fuera del radar y se presumió que era autosuficiente para alejarse de los problemas regionales.
Cinde pellizcó la inversión extranjera directa a lo largo de las décadas sin empujoncitos de la Casa Blanca. Aquí somos tan democráticos, que no pasaba nada, pensaban en Washington, pero eso dejó de ser cierto.
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La autora es editora de Opinión de La Nación.