¿Por qué no ha sido posible consolidar con Palestina una paz duradera como la que parece alcanzaron Israel y los Estados árabes del Golfo? El problema radica en el objetivo existencial que consta en las cartas de principios de todas las organizaciones militares palestinas, según las cuales el Estado israelí debe desaparecer de Oriente Próximo.
Así, consta en las declaraciones constitutivas de Hamás, la Yihad Islámica palestina, Hizbulá y Fatah, espina dorsal de la OLP, y sus Brigadas de los Mártires de Al Aqsa. Bajo tal premisa, es prácticamente imposible una solución pacífica del conflicto, pues ¿cómo se soluciona una diferencia si se parte de que el objetivo es aniquilar al otro?
Aquí, cobra vigencia el ofrecimiento hecho unos veinte años atrás por el gobierno de Costa Rica a la Autoridad Palestina, de iniciar gestiones de desmilitarización en pro de una cultura de paz y reconciliación.
Para ello, una propuesta de desarme palestina debe partir de una cultura de tolerancia sustentada en tres principios. El ideológico: Abraham es padre o ancestro común que une a las tres culturas monoteístas, a saber, el judaísmo, el islamismo y el cristianismo.
El segundo principio es el reconocimiento del derecho del Estado de Israel a existir y de la aceptación del judaísmo como realidad ancestral de la región; el discurso que acusa de usurpador al pueblo judío es una narrativa que los palestinos deben abandonar si pretenden vivir en paz.
La realidad histórica, arqueológica, genealógica, demográfica y política demuestra, hasta el hartazgo, el ligamen ancestral de los judíos con esos territorios. Amén de que, desde hace más de 70 años, la existencia del Estado israelí moderno es una situación jurídica y política plenamente consolidada.
El tercer principio es la coexistencia pacífica: por ser Jerusalén centro de gravedad religiosa de las tradiciones monoteístas, debe estar bajo jurisdicción de un Estado constitucional que garantice allí la libertad de culto.
En Oriente Próximo, Israel es el único Estado que lo ha garantizado. Tanto así que es el único en la región donde la población que abraza creencias diferentes ha crecido. La población cristiana se cuadruplicó, mientras en el resto de la región las convicciones disidentes son proscritas hasta la extinción.
Libertades. De hecho, pese a la tradición de conflicto con las naciones árabes, Israel concede nacionalidad a los árabes islámicos que habitan en su territorio y les otorga libertad de voto y participación política al punto que los partidos exclusivamente árabes tienen una gran participación en el Parlamento israelí. Irónicamente los reinos árabes, por ser la mayoría de ellos monarquías, niegan ese derecho a sus propios habitantes.
En Israel se practican costumbres como que los lugares santos estén custodiados por distintas denominaciones religiosas, como se ve en la basílica del Santo Sepulcro, administrada por armenios, católicos y ortodoxos, y en donde musulmanes y judíos intervienen para resolver conflictos relacionados con la administración del lugar; prácticas de una cultura de paz.
Así como Egipto colaboró en el alto el fuego del más reciente conflicto entre Hamás e Israel, igualmente Costa Rica, decana mundial en la tradición de desmilitarización, debe aportar mucho a la solución, máxime que al prestigio de nuestra vocación civilista se suma una larga trayectoria de fraternidad entre ambas naciones.
Los orígenes de esa unión se remontan al intercambio epistolar entre José Figueres y Ben Gurión, que culminó con un nexo histórico del caudillo costarricense con Israel. A partir de ese lazo, las relaciones se fueron extendiendo a otros líderes políticos costarricenses.
El padre Benjamín Núñez, miembro de la Junta Fundadora de la Segunda República, culminó una visita a Israel en 1956 con la que consolidó primordiales intercambios políticos y culturales con esa nación hermana. Otro reflejo de esos vínculos es el retorno de la Embajada de Costa Rica a Jerusalén en la administración Monge, como fue dispuesto cuando se instituyeron las relaciones diplomáticas entre estos países.
Gestiones costarricenses. Más protagonistas intervinieron con el paso de los años. El diplomático Rodrigo Carreras, quien fue embajador allá, propuso a Yasser Arafat el ya referido convenio de mutua cooperación para el desarme de la Autoridad Nacional Palestina, que consistía en brindar asesoría y capacitación sobre desmilitarización y cultura de paz.
En este tipo de colaboración tenemos experiencia, y eso consta en las gestiones costarricenses en el proceso de desmilitarización del Estado panameño; también, en el proceso centroamericano de paz, en la década de los 90.
El embajador Carreras afirma haber planteado su iniciativa a Arafat en el 2000 y que fue reiterada por Costa Rica en todos los acuerdos de paz ofrecidos a Palestina. En una reciente entrevista con un medio de comunicación costarricense, Carreras aseguró que tuvo la oportunidad de hacer tal oferta personalmente a Arafat, pero este le habría respondido que aquello no era posible, pues Arafat adujo que necesitaba dar trabajo a sus jóvenes milicianos.
Nuestro embajador dijo que replicó a Arafat que si él se presentaba ante la Asamblea General de la ONU sin su uniforme de guerrero, anunciaba su renuncia a la idea de tener un ejército en Palestina y manifestaba una vocación de paz con Israel su problema sería otro: donde conseguir la suficiente mano de obra para atender la cantidad de trabajo e inversión que llegaría a Palestina.
Arafat, según Carreras, no aceptó la idea, pero nuestra embajada debería insistir permanentemente en la propuesta.
El autor es abogado constitucionalista.