La verdad es que yo tampoco tengo una explicación, ni siquiera una mala teoría. Y, agrego, me cuesta imaginar que seamos un pueblo de los más felices del mundo cuando veo quejas y protestas por todo lado, tanto escándalo un día y otro también y violencia cotidiana en nuestras casas y carreteras. Si la felicidad es vivir en ese barreal nuestro de cada día, no puedo entonces siquiera imaginar lo que pueden sentir los ciudadanos de China al levantarse cada día, pues, con un PIB per cápita similar al nuestro, se declaran mucho más infelices.
El llamativo resultado de la felicidad tica que Krugman refiere no es un resultado extraño ni sorpresivo. Todo lo contrario, es un hallazgo consistentemente reportado por numerosos otros estudios sobre la materia. O sea, más crece el misterio: ¿Será que somos los más grandes hipócritas del mundo, esclavos como nadie del qué dirán? ¿Será que el «pura vida» se ha convertido, además de dicho, en una filosofía práctica de vida aplicada por gran cantidad de ticos? ¿Será que, por egoístas, nos vale madre que el país ande por mal rumbo siempre que tengamos unas birras para matizar el fin de semana?
Rara vez he llegado a un callejón sin salida a la hora de procurar entender un fenómeno social. Esta es, lo confieso, una de esas ocasiones. ¿Tan felices los ticos?, no termino de creerlo. Sin embargo, no caeré en la tentación de acudir al fácil expediente de desacreditar los estudios. Algo estarán enseñando, aunque no sea fácil dilucidarlo.
¿Qué les parece esta especulación? Pudiera ser que esos índices de felicidad estén aproximando no tanto la dicha colectiva, sino un tema distinto, también importante para la buena convivencia social: la esperanza. Quizá aún conservemos la ilusión de que, a pesar de los pesares y de tanta decepción diaria, esta sociedad todavía tiene algo bueno que ofrecer a sus hijos.
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El autor es sociólogo.