¿Cuál debe ser el tipo de cambio? La respuesta más lógica y sencilla: el que se determine libremente en el mercado.
Antes de continuar, es importante aclarar qué es lo que debe entenderse como “el mercado”. De acuerdo con James M. Buchanan, Premio Nóbel de Economía, en su artículo “¿Qué deberían hacer los economistas?” (1963), explica que los mercados no son medios para la consecución de un fin en particular (intentar imponer un “precio justo” para un bien o servicio o perseguir una “meta de tipo de cambio”, por ejemplo) y que estos no son competitivos por supuesto o por construcción. En contraste, Buchanan aclara que los mercados son espacios para el intercambio voluntario entre individuos:
“El mercado o la organización del mercado no es un medio para la consecución de algo. Es, en cambio, la encarnación institucional de los procesos de intercambio voluntario en los que participan los individuos en sus diversas capacidades. Esto es todo lo que hay al respecto. Se observa que los individuos cooperan entre sí, alcanzan acuerdos, comercian. La red de relaciones que surge o evoluciona a partir de este proceso de intercambio, el marco institucional, se llama “el mercado”. Es un entorno, una arena, en la que nosotros, como economistas, como teóricos (como observadores), observamos a los hombres intentando alcanzar sus propios fines, cualesquiera que estos sean” (énfasis en el original).
Si el tipo de cambio no se determina libremente en el mercado, entonces, ¿cuál debe ser el tipo de cambio?
La respuesta –que puede resultar impactante para algunos, y reveladora para otros–: es imposible de determinar con base en supuestos y modelos matemáticos o econométricos.
La razón detrás de la imposibilidad para determinar un precio de equilibrio por medios humanos –incluyendo un tipo de cambio de equilibrio–, radica en los límites al conocimiento acerca de las situaciones particulares de tiempo, lugar y preferencias de cada uno de los individuos que interactúan libremente, y de manera simultánea, en el mercado, para intentar satisfacer sus necesidades, las de sus familias y las de sus empresas. Un conocimiento que no se encuentra disponible, a pesar de los avances tecnológicos, para cualquier individuo, grupo u organización (incluyendo a un Banco Central).
Jesús Huerta de Soto, en un artículo reciente, “Juan de Mariana y los escolásticos españoles” (2019), mencionó que Juan de Lugo, escolástico y cardenal español, se preguntó, allá por 1643, “¿cuál es el precio de equilibrio [él lo denomina pretium iustum mathematicum] de las cosas?”. Su conclusión: “pretium iustum mathematicum licet soli Deo notum”, es decir: “el precio justo de las cosas depende de tan inmensa cantidad de circunstancias particulares que solo Dios puede llegar a conocerlo” (énfasis en el original).
Friedrich A. Hayek, en su libro “La arrogancia fatal: los errores del socialismo” (1988), hizo la conexión entre los límites al conocimiento y la imposibilidad de sustituir, por medio de construcciones o supuestos, el resultado de la libre interacción humana en los mercados, y sentenció que: “La curiosa tarea de la economía es demostrar a los hombres cuán poco saben realmente sobre lo que imaginan que pueden diseñar.” En su discurso de aceptación del Premio Nobel de Economía, “La pretensión del conocimiento” (1974), Hayek fue más allá y advirtió del peligro de intentar controlar la sociedad, al ignorar los límites al conocimiento:
“El reconocimiento de los límites insuperables de su conocimiento debería, en efecto, enseñar al estudiante de la sociedad una lección de humildad que lo proteja de convertirse en cómplice de la fatal ambición de los hombres por controlar la sociedad, una ambición que lo convierte no solo en un tirano sobre sus semejantes, sino que bien podría convertirlo en el destructor de una civilización que ningún cerebro ha diseñado, sino que ha crecido a partir de los esfuerzos libres de millones de individuos.”
La misma conclusión –de que es imposible determinar cuál debe ser el tipo de cambio– encuentra sustento en estudios empíricos. Un aporte notable a esta literatura es la investigación que los profesores Richard A. Meese (Berkeley) y Kenneth Rogoff (Harvard), ambos miembros de la Junta de la Reserva Federal de Estados Unidos (la FED) en aquel momento, presentaron ante el Fondo Monetario Internacional (FMI) y la Sociedad Econométrica en 1981 y posteriormente fue publicada, en una versión revisada, en el Journal of International Economics en 1983, “Modelos empíricos de tipo de cambio de los años setenta: ¿se ajustan fuera de muestra?”. Estos autores pusieron a prueba la capacidad de predicción del tipo de cambio futuro para monedas que empezaron a flotar libremente con respecto al dólar a partir de 1973, cuando se abandonó el sistema de tipo de cambio fijo de Bretton Woods, utilizando modelos con distintas especificaciones, y llegaron a la conclusión de que estos modelos no servían para predecir el tipo de cambio futuro con éxito.

En Costa Rica, actualmente, ¿se determina libremente en el mercado el tipo de cambio?
Llegó la hora de la respuesta incómoda: no.
Desde hace más de 18 años, cuando, en octubre de 2006, se abandonaron las metas de inflación y se pasó a las bandas cambiarias, el tipo de cambio en Costa Rica no se determina libremente en el mercado. Se determina de manera discrecional—o, mejor dicho, de manera arbitraria—, ya que el Banco Central de Costa Rica (BCCR) interviene de manera directa, frecuente y agresiva en un mercado cambiario ineficiente e introduce distorsiones adicionales en diversos ámbitos (tasa de política monetaria, encajes, restricciones al crédito en moneda extranjera, anuncios para persuadir a los agentes económicos y acumulación de reservas), para llevar al tipo de cambio al nivel de su preferencia, su “meta de tipo de cambio”, tal y como lo manifestó recientemente Jorge Guardia, expresidente y actual miembro de Junta Directiva del ente emisor.
La intervención del BCCR para defender su “meta de tipo de cambio” se ha vuelto tan descarada que incluso, en diciembre pasado, el FMI recomendó una mayor transparencia en las operaciones cambiarias, permitir un tipo de cambio más flexible (no permite que flote) y, textualmente, “restringir la intervención cambiaria”.
A pesar de la imposibilidad de determinar cuál debe ser el tipo de cambio, el Banco Central nos impone el de su preferencia, declarando confidenciales sus justificaciones, ocultando las reglas de intervención en el mercado cambiario y sin rendir cuentas a nadie por sus acciones, omisiones y equivocaciones. Cada vez que el tipo de cambio arbitrariamente elegido por el BCCR es distinto al que se determinaría libremente en el mercado, se crean, como consecuencia, ganadores y perdedores y se redistribuye injustamente la riqueza. En casos más extremos, se transforman las ganancias en pérdidas y las pérdidas en ganancias, una realidad que ya ha experimentado todo aquel que desarrolla actividades productivas en Costa Rica.
En términos generales, la manipulación del tipo de cambio por parte del BCCR dificulta enormemente –para no decir que imposibilita– el cálculo económico que permite a los agentes económicos tomar decisiones acertadas acerca de qué, cuándo, cuánto y cómo producir. Esa incertidumbre, sin duda, incrementa el riesgo de invertir y desincentiva la generación de nuevos puestos de trabajo.
¿Qué podemos hacer para poner fin a la manipulación del tipo de cambio?
Mientras no se elimine la posibilidad de manipulación arbitraria del tipo de cambio, nunca faltarán toda clase de adivinos, clarividentes, bateadores e incluso “economistas” (así, entre comillas), que pululan tanto dentro como fuera del BCCR, que harán hasta lo imposible por imponer el tipo de cambio de su preferencia –persiguiendo su beneficio personal o el del grupo de interés que representan (por la plata baila el mono)–, porque, como ya debería estar claro a estas alturas, nadie sabe realmente cuál debe ser el tipo de cambio si este no se define libremente en el mercado.
Las alternativas para acabar con la manipulación del tipo de cambio son tres:
1) libre flotación (sin intervención del BCCR en el mercado cambiario),
2) libre competencia de monedas (poder liberatorio al dólar para transacciones con el Estado)
3) dolarización oficial de la economía (ya estamos dolarizados informalmente).
Luis E. Loría es el presidente de IDEAS Labs y Asociado de la Academia de Centroamérica