FIRMAS PRESS.- Son cinco los generales cubanos muertos en 10 días: Agustín Peña Porres, Marcelo Verdecia Perdomo, Manuel Eduardo Lastres Pacheco, Rubén Martínez Puente y el último (por ahora) Armando Choy Rodríguez, de 87 años.
De ellos, solo Agustín Peña Porres, a sus 57 años, estaba activo. Comandaba el Ejército de Oriente del país. Hay un sexto muerto, Gilberto Antonio Cardero Sánchez, fundador del Segundo Frente Oriental junto con Raúl Castro, de manera que era también un octogenario jubilado. En Cuba, la esperanza de vida al nacer es 78,73 años.
¿Está la mano de la Seguridad tras esas muertes, coincidentes con los disturbios populares acaecidos el 11 de julio? No lo creo, pero vaya usted a saber. Lo único evidente es que pronto morirán Raúl Castro, Ramiro Valdés y José Ramón Machado Ventura. Con edades entre 89 y 91 años, tienen años para morir de vejez. Ya están pasados de rosca.
Cuba no es el único país del mundo que ha tenido un sospechoso período luctuoso. Después de Leonid Brézhnev, muerto a los 74 años, tras 18 de gobierno implacable, le llegó el turno a Yuri Andrópov, exjefe de la KGB. Duró 15 meses en el cargo. Murió a los 70 años de edad, en 1984. Luego vino Konstantín Chernenko. Unos meses más tarde, en 1985, pasó a peor vida. Tenía al morir, como Brézhnev, 74.
Lección aprendida. Ronald Reagan, acusado de no hacer lo posible por llevarse bien con los líderes soviéticos, dijo, sonriente, como era su talante: «Trato, pero no puedo, se me mueren. El Partido Comunista no organiza al Estado ruso. Organiza funerales».
Los soviéticos aprendieron la lección y eligieron al «muchacho» Mijaíl Gorbachov. Solo tenía 54 añitos. Pero no los envenenaba una larga mano negra. El uso de la KGB, que se sepa, solo se reservaba para los disidentes. Gorbachov ya cumplió 90 años de edad. Morirá muy pronto de alguna complicación de los riñones.
Parte de los problemas del gobierno cubano se derivan del secretismo. El afán de ocultarlo todo, incluida la esposa y los hijos de Fidel hasta que fueron adultos, tiene sus ventajas y sus consecuencias.
Entre sus ventajas está que no hay que cuidarlos. Pero entre sus consecuencias radica el inevitable rumor que despiertan todos los secretos. Comoquiera que Cuba, como el resto del planeta, se enfrenta a la covid-19, según el rumor popular los generales perdieron la batalla contra el virus.
De Cuba me llegó el rumor, por ejemplo, de una fuente usualmente confiable, de que a Raúl Castro le llegaron 100 vacunas de Pfizer contra la covid-19. Fueron discretamente adquiridas en Estados Unidos. Son para él mismo y su círculo íntimo. ¿Será verdad? Es muy probable.
Raúl tiene fama de astuto. La vacuna Abdala no pasó las pruebas de eficacia a que sometieron a las de Pfizer, Moderna y Johnson & Johnson. Es razonable que Raúl no confíe en ella.
Muerte por la pandemia. Ese coronavirus (hay otros) es la mayor causa de mortandad en la Isla. La agencia británica de noticias Reuters, que sigue de cerca las estadísticas oficiales de 240 países, reporta que diariamente mueren en Cuba unas 70 personas por covid-19, hay más de 514 casos por cada 100.000 habitantes y la infección, que está en su pico, desborda los hospitales, especialmente los matanceros.
La fuente que utilizan es el Ministerio de Salud Pública (Minsap), pero hacen la salvedad, en todas las naciones, que previamente deben ser diagnosticadas correctamente.
Miguel Díaz-Canel, el actual presidente de Cuba, debió sacar a Raúl Castro de su letárgica jubilación porque se vio con el agua al cuello. Pero ¿cuántas veces puede hacer esa prestidigitación?
En algún momento, Raúl optará por morir y Díaz-Canel estará solo frente al peligro. El peligro, claro, proviene de los propios «revolucionarios», gente que está hasta la coronilla de la insistencia absurda en la planificación centralizada que ha empobrecido a Cuba terriblemente.
Los militantes, como toda Cuba, desean mercado y democracia, y comprobaron el 11 de julio lo que ya sospechaban: Cuba y sus jóvenes están listos para un cambio. La insistencia en pedir «libertad» lo demuestra.
El entonces presidente Barack Obama fue a Cuba a pedir apertura. Eso estaba bien, pero tal vez hizo demasiadas concesiones sin pedir nada a cambio. En todo caso, la combinación entre la visita de Obama, por todo lo que tuvo de crear ilusiones, más Internet, a lo que se agregó el desastre sanitario de la covid-19, tuvo un clarísimo resultado en las manifestaciones del 11 de julio.
Si el presidente de Estados Unidos, Joe Biden, pone al servicio de los cubanos Internet, le dará a la dictadura la puntilla final. Dice Pompeo, exjefe de la CIA, que es algo que, técnicamente, está resuelto. Si eso es posible, los cubanos esperan que Biden lo haga. De lo contrario será un trágico error, equivalente al que cometió Kennedy en abril de 1961 cuando les negó el auxilio a los expedicionarios de la Brigada 2506. Será otro «fiasco».
@CarlosAMontaner
Carlos Alberto Montaner es periodista y escritor. Su libro más reciente es «Sin ir más lejos (Memorias)».