Casi uno de cada tres costarricenses es pobre. El dato es una afrenta para un país que por décadas se ha preciado de ser la Suiza de las Américas. El impacto de la pandemia en los niveles de pobreza es innegable. También es indiscutible que el creciente desempleo e informalidad arrastrado desde antes de la emergencia sanitaria nos estaba pasando la factura en los indicadores sociales. La pregunta que debe ocuparnos es qué hacer para revertir cuanto antes la tendencia, de tal forma que no deje cicatrices que perduren a mediano y largo plazo.
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La primera regla es no hacer más daño. El mejor programa antipobreza jamás documentado es el crecimiento económico. Un estudio del Banco Mundial que abarcó 118 países durante 40 años encontró una relación 1 a 1 entre el crecimiento de la economía y el ingreso del 40 % más pobre de la población. Toda política que atente contra la expansión de la producción —como subir impuestos y crear nuevas regulaciones— va en contra de reducir la pobreza. Por eso, el objetivo que debemos plantearnos para la próxima década es crear las condiciones que nos permitan crecer un 5 % o más al año.
El grueso del aumento de la pobreza se dio en las zonas urbanas. Eso debería contribuir a deponer el sesgo prevalente en nuestra clase política e intelectual contra la generación de empleos poco calificados. El país debe ejecutar políticas que incentiven una fuerte inversión en industrias de manufactura que son intensivas en mano de obra, reducir las cargas sociales, el costo de la electricidad y el impuesto sobre la renta a las empresas, además de flexibilizar las jornadas laborales. Así, estimularía también la construcción, otra industria con un alto potencial de puestos de trabajo de este tipo. Las cifras confirman la magnitud del reto: la tasa de desempleo de la población en pobreza es del 40 % y la informalidad, del 71 %.
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En su último libro, 10 Rules of Successful Nations, el economista Ruchir Sharma identifica diversas claves que explican el éxito de ciertos países. Es frustrante ver cómo todas están al alcance de Costa Rica, pero nuestro debate político es tan pueblerino que rara vez aprovechamos las lecciones que nos brinda la experiencia internacional. Es una de las primeras cosas que debemos cambiar para salir de esta crisis.
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